EMILIO ALFARO

Atípica alternancia

Nuestra leve tradición democrática ha hecho que algo tan habitual y definitorio en todo régimen que lleve ese adjetivo como es la alternancia en el poder entre en la categoría de lo extraordinario. Hasta la necesidad de una 'segunda Transición' llegó a invocarse en cenáculos conspirativos para facilitar el acceso del PP al Gobierno. Costó, pero se produjo esa segunda alternancia. La excepción anida en la periferia, y queda para una tesis doctoral explicar la extraordinaria resistencia al cambio que se registra en las tres nacionalidades con idioma propio -Cataluña (CiU), el País Vasco (PNV) y ...

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Nuestra leve tradición democrática ha hecho que algo tan habitual y definitorio en todo régimen que lleve ese adjetivo como es la alternancia en el poder entre en la categoría de lo extraordinario. Hasta la necesidad de una 'segunda Transición' llegó a invocarse en cenáculos conspirativos para facilitar el acceso del PP al Gobierno. Costó, pero se produjo esa segunda alternancia. La excepción anida en la periferia, y queda para una tesis doctoral explicar la extraordinaria resistencia al cambio que se registra en las tres nacionalidades con idioma propio -Cataluña (CiU), el País Vasco (PNV) y Galicia (AP y PP, excepto el paréntesis 1987-89 propiciado por la operación de transfuguismo de José Luis Barreiro)- desde su acceso a la autonomía.

Pero también hay singularidades en los hechos diferenciales. Que la alternancia se haya planteado en Euskadi como algo deseable y posible no se debe a la acusada veteranía de su jefe de Gobierno; tampoco, en lo esencial, al desgaste sufrido por el partido en el poder, ya sea por ineficacia o abuso del mismo. El motivo surge más particular y dramático. Si un sector de la sociedad vasca aspira a que se produzca la sustitución del nacionalismo gobernante mediante la colaboración de dos partidos antagónicos fuera de Euskadi como el PP y el PSOE, es porque se ha sentido desprotegida desde el poder. La sensación de desplazamiento que los no nacionalistas experimentaron con el proyecto de construcción nacionalista del verano de 1998, se tradujo en indefensión cuando el PNV y EA procesaron los actos de kale borroka durante la tregua como algo residual; y en abandono cuando ETA dio barra libre a sus pistoleros, sin que los nacionalistas se sintieran obligados a cuestionar la comunidad de fines establecida en Lizarra.

El miedo es asimétrico y está mal repartido en Euskadi. Muchos de los que desean la alternancia no lo hacen pensando en que los servicios públicos serán gestionados mejor o por caras menos gastadas, sino porque esperan sentirse más amparados ante la amenaza de esa violencia selectiva. O mejor reconfortados.

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