Tribuna:

Pan para hoy y hambre para mañana

Leo con preocupación un titular de EL PAÍS: 'El Estado ajusta el déficit mediante recortes en inversiones e investigación'. No por conocido, el tema deja de dar pie a una reflexión no necesariamente banal. Al menos así lo considera un reciente informe de La Fundación de Cajas de Ahorro (Funcas), citado por la autora de la información, Concha Martí, cuando dice textualmente que 'se ha podido observar una ralentización de los esfuerzos de inversión, sobre todo en los ámbitos de infraestructuras y las actividades de I+D, que pueden poner en peligro las posibilidades de crecimiento futuro de nuest...

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Leo con preocupación un titular de EL PAÍS: 'El Estado ajusta el déficit mediante recortes en inversiones e investigación'. No por conocido, el tema deja de dar pie a una reflexión no necesariamente banal. Al menos así lo considera un reciente informe de La Fundación de Cajas de Ahorro (Funcas), citado por la autora de la información, Concha Martí, cuando dice textualmente que 'se ha podido observar una ralentización de los esfuerzos de inversión, sobre todo en los ámbitos de infraestructuras y las actividades de I+D, que pueden poner en peligro las posibilidades de crecimiento futuro de nuestra economía'. Fantástico. Y la previsión para el 2001 es de un incremento del 3,7%, previsiblemente inferior a la tasa de inflación y, por tanto, negativo en términos reales. De victoria en victoria hasta la derrota final. No se pierda el lector un pequeño detalle: la inversión registrada en ambos conceptos en el pasado ejercicio fue la más baja desde 1993 con la única excepción de 1997, año en el que para pasar el examen del euro, tuvimos, por lo visto, que echar mano de un recorte drástico.

El tema es, en mi opinión, de una gravedad extraordinaria y delata la extrema frivolidad con la que los responsables del gobierno de la nación tratan los fundamentos del crecimiento económico del país. O, alternativamente, denota una miopía que debería hacernos palidecer. Si existen pocos temas económicos de amplio consenso, la importancia que para el crecimiento económico a medio y largo plazo tienen tanto las inversiones en infraestructuras (o capital público productivo) como en Investigación y Desarrollo, es uno de ellos, como adecuadamente señala el informe de la Funcas y como, craso error a la vista de la imposibilidad teológica de que el gobierno no tenga la razón, tenemos el vicio de explicar en las facultades de economía. Por cierto, y perdonen el inciso, Investigación y Desarrollo se expresa abreviadamente como I+D en castellano, R&D (Research and Development) en inglés pero nunca I+D+I como, dando la nota como siempre, se han inventado en ésta nuestra comunidad Eduardo Zaplana, presidente del Consell, y sus asesores en materia económica con los que comparte fichas bibliográficas cuando de escribir libros se trata, siendo la Virgen de Lourdes la responsable de que del tan noble oficio de compartir surjan párrafos y párrafos idénticos.

Volviendo a lo nuestro, el camino elegido para alcanzar el mítico déficit cero -dedíquenle a esfuerzo asaz osado un espacio en Benidorm que el tema se lo merece- es, probablemente, el peor de los posibles. Uno puede ser comprensivo y aceptar que siendo ya escasos los activos públicos privatizables y vista la escasa propensión de los gobiernos a reducir el gasto corriente (y la austeridad del PP en este terreno es, a fuer de sinceros, proverbial), Rodrigo Rato, ministro de Economía, y Cristóbal Montoro, titular de Hacienda, tengan algún que otro problemilla para cuadrar las cifras y poder seguir presumiendo de ser el terror del déficit. Pero utilizar la tijera en las inversiones en infraestructuras y en investigación y desarrollo es condenarnos a ser cola de león y a que la convergencia real con los países de la Unión Europea se aplaze a fechas cada vez más lejanas. Y todo ello sin hilar fino y sin intentar que se nos ofrezca a los ciudadanos una evaluación (tipo coste/efectividad) del impacto real que están teniendo la menguantes inversiones. Si uno evalúa este tipo de cosas siempre se expone a que, por el dichoso coste de oportunidad, no se hayan ejecutado las inversiones en infraestructuras donde eran socialmente más rentables -como el maltratado eje mediterráneo- o se hayan disfrazado de I+D+I (la última I debe ser por lo idiotas que nos consideran a los que no entendemos que, en ganando en las urnas, sobran explicaciones) gastos de dudoso impacto en la mejora tecnológica. Y si la evaluación sale poco airosa, la rebaja en curso es, si cabe, más sangrante y suicida.

No se me oculta la importancia de controlar el déficit para evitar tensiones macroeconómicas poco deseables y la necesidad de mantenernos en sintonía con los otros países de la Unión Europea (también en la inflación, por cierto) a fin de evitar los famosos shocks asimétricos. Menos defendible me parece el objetivo del déficit cero que más parece una obsesión enfermiza o el resultado -como decía Ernest Lluch- de haber leído mucho (¡ojalá¡) y no haber entendido nada. Aun así , si quieren perseverar en su obstinación sin hipotecar el crecimiento económico futuro, me atrevo humildemente a sugerir a tan altos fedatarios si se les ha ocurrido pensar que, en este país, más que un exceso de gasto público (aun reconociendo que el sector público gasta mal porque el coste al que se hacen las cosas le es ajeno), lo que realmente hay es un déficit de ingresos o, dicho en román paladino, un fraude fiscal del carallo. Y que, por tanto, a poco que se redujera esta inveterada costumbre de que sólo los asalariados (¡qué remedio!) debemos soportar el grueso de la imposición directa, habría dinero para el déficit cero, para infraestructuras, investigación y desarrollo e, incluso, si me apuran, para no renunciar a un no estrenado estado del bienestar. Pero claro, si la consigna es considerar el fraude políticamente correcto y permitir una amnistía fiscal de facto en el lavado de dinero negro que se está operando en el mercado inmobiliario sin que se persone Hacienda, entonces, amigos y residentes en España, recuerden ustedes la revista del Hermano Lobo y pregúntense cuándo alcanzará nuestra renta per cápita a la de nuestros vecinos del norte. Oirán el ¡Uhhhhhh¡ de rigor y en el horizonte podrán ver a Jose María Aznar montado en Babieca y diciendo aquello de '¿ladran Rodrigo?..., luego cabalgamos'. Así nos va.

Josep Sorribes es profesor de Economía Regional y Urbana de la Universidad de Valencia.

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