Columna

Dudas

La duda es un derecho que nos asiste a todos. Yo, sin ir más lejos, pienso que las mías llegan ya a la impertinencia. Me han hecho perder mucho tiempo en esta vida. Para elegir una simple camisa, un televisor de 29 pulgadas o un somier con láminas adaptables he desperdiciado no sólo horas, sino días enteros. Y ese es un lujo que uno no se puede permitir en los tiempos que corren, sobre todo si después de tanto devaneo las dudas prevalecen, la camisa elegida no te combina con el traje y el dichoso somier te machaca la espalda cada noche.

Hoy, por ejemplo, el tema de esta columna lo puedo...

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La duda es un derecho que nos asiste a todos. Yo, sin ir más lejos, pienso que las mías llegan ya a la impertinencia. Me han hecho perder mucho tiempo en esta vida. Para elegir una simple camisa, un televisor de 29 pulgadas o un somier con láminas adaptables he desperdiciado no sólo horas, sino días enteros. Y ese es un lujo que uno no se puede permitir en los tiempos que corren, sobre todo si después de tanto devaneo las dudas prevalecen, la camisa elegida no te combina con el traje y el dichoso somier te machaca la espalda cada noche.

Hoy, por ejemplo, el tema de esta columna lo puedo defender desde ángulos distintos y firmarlo al final con el frío convencimiento de haber vendido al lector la idea que menos me convencía. Es el riego de pensar demasiado, pero todo es riesgo en esta vida y hay que salir al ruedo y asumir lo que venga. ¿Qué les parece, por desmenuzar la actualidad, lo del multimillonario americano que dentro de dos días se montará en la Soyuz rusa para hacer turismo espacial? Estupendo, ¿no es cierto? ¿Desorbitado acaso? A mí, sinceramente, me parece una auténtica inmoralidad. Y no lo digo por envidia, créanme. El cosmos es algo que no me quita el sueño, aunque confieso que a mis siete años, cuando contemplé en el Vanguard de mi casa la llegada del hombre a la Luna, me dio por jugar a los astronautas y hacerme la colección entera de los Guardianes del espacio. Era la edad. Pero no este el asunto. Lo que me parece un ejemplo ofensivo de despilfarro y de ostentación es que el caprichito de viajar por la galaxia le cueste a este señor 3.700 millones de pesetas y encima lo prodigue con una sonrisa total y prepotente. Yo tengo un buen amigo que se conoce al dedillo la Vía Láctea. Te habla de las estrellas, de los planetas y de los astros con una familiaridad que cualquiera diría que pertenece a este mundo. Sin embargo, es agente de seguros, tiene dudas como yo y se ha metido en una hipoteca de 25 años para disfrutar de un piso de 90 metros con vistas a una calle cualquiera. Supongo que también se subiría a la Soyuz, pero apuesta por el sueño y por la ONG a la que dedica sus ratos libres. Cuestión de gustos.

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