Columna

Un consejo

Leí el domingo una carta al director de una vecina de la calle de Ortega y Gasset que contaba cómo su vida se ha hecho del todo imposible por un local afterhours, que no sólo le impide el sueño por la música, el gentío y los coches aparcados en doble fila, sino también por las peleas y broncas que cada dos por tres se producen a las puertas del establecimiento. Esta mujer explicaba con todo lujo de detalles el mareo al que tienen sometidos a los vecinos de la zona las instituciones que deberían tomar cartas en el asunto. Ya sé que el mal de muchos sólo es consuelo de tontos, pero esta h...

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Leí el domingo una carta al director de una vecina de la calle de Ortega y Gasset que contaba cómo su vida se ha hecho del todo imposible por un local afterhours, que no sólo le impide el sueño por la música, el gentío y los coches aparcados en doble fila, sino también por las peleas y broncas que cada dos por tres se producen a las puertas del establecimiento. Esta mujer explicaba con todo lujo de detalles el mareo al que tienen sometidos a los vecinos de la zona las instituciones que deberían tomar cartas en el asunto. Ya sé que el mal de muchos sólo es consuelo de tontos, pero esta historia siempre es así: vives tan tranquilo en tu piso y de pronto un día se te instala un local ruidoso en el bajo de tu finca. A partir de ese momento, los vecinos, al principio esperanzados, luego cabreados, siguen los siguientes pasos: van a hablar con los dueños del local, que miran para otro lado como si no fuera con ellos, y después comienzan una peregrinación del Ayuntamiento a la Comunidad de Madrid, y el caso, después de mucho tiempo, parece no ser competencia de nadie. Entonces empiezas a resignarte, a pensar que te tocó la china, a ponerte tapones en los oídos y tomarte un Valium. También hay veces que se te pasa por la cabeza contratar una pandilla de matones que prendan fuego al local, pero te echas para atrás porque sabes que para estar fuera de la ley hay que tener una cierta desenvoltura, que te acabarían pillando y acabarías pagándoles la remodelación del bar a estas personas que te hacen la vida imposible.

Como me avala una larga experiencia en este asunto, me voy a permitir contestar a esta señora que, por lo que intuí al leer su carta, aún no ha perdido el sentido del humor: mire, el ruido no es asunto de nadie. Sí, ya sé que el Ayuntamiento tiene su ventanilla de denuncias vecinales. Olvídese, no sirve de nada. Tampoco sirve de nada que además de ruido el ambiente del local provoque asiduamente broncas que pueden llegar a ser peligrosas para los vecinos, entre otras cosas, porque los dueños de este tipo de establecimientos no se hacen responsables de nada, ni de cuando uno de sus clientes aparca en doble fila y el conductor atrapado hace sonar el claxon a las tantas de la madrugada ni de cuando se embroncan en la puerta. Recuerdo que cuando yo padecí el mismo problema que tiene usted hice un viaje a Nueva York y leí con una emoción al borde de las lágrimas un cartel en la puerta de una discoteca de moda que decía: 'Este local se hace responsable de que el comportamiento de sus clientes sea respetuoso con los vecinos y el entorno'. Esto sería pedirle demasiado a un pequeño empresario español. Quiero decirle también, amiga mía, que no sólo no le servirán de nada las denuncias en este municipio donde gobierna la derecha, sino que a lo mejor hay gente en la izquierda que piensa que es usted una persona reaccionaria que está tratando de impedir la noble expansión de la juventud madrileña. Tal vez se encuentre, como yo me encontré, con que además de ignorarme el Ayuntamiento de Manzano, los socialistas o Izquierda Unida firman un acuerdo con la Asociación de Bares de Madrid sobre la libertad de horarios, cuando todo el mundo sabe que antes habría que pedirles a esos mismos propietarios de los bares que fueran respetuosos con una vecindad que quiere vivir tranquila. Tal vez se encuentre, como yo me encontré, con que una serie de intelectuales corroboran con sus firmas ese acuerdo, casi todos intelectuales que viven en Pozuelo o en Aravaca, por lo que los locales nocturnos y el sueño de usted les importan un pimiento. Así que le digo cómo lo arreglé yo: como no me gusta ir por la vida de aguafiestas, ni que me tachen de reaccionaria, ni que me digan los dueños de los pubs 'hay que ver, con lo maja que tú parecías', puse un cartel en mi vivienda de 'Se vende', agarré los bártulos y me cambié de domicilio. Y no le digo que ahora que duermo tranquila y casi se me ha olvidado aquella pesadilla no llegue el día en el que estampe mi firma en uno de esos manifiestos superenrollados que apuestan porque a usted le hagan la vida imposible. Compréndame, señora mía, a mí también me gusta ser popular y caerle bien a todo el mundo.

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