Reportaje:Campeonato del Mundo de Fórmula 1 | AUTOMOVILISMO

La colina de la pasión

Sobre el prado de la Rivazza hay gente de todas las edades dispuesta a seguir las evoluciones de los Ferrari

Imola es un circuito muy rápido; a la vieja usanza. Tiene forma de plátano, bastante desnivel y tres curvas cerradas: Tosa, Acque Minerali y Rivazza. Esta última, un semicírculo de 180 grados, es el punto más bajo del autódromo y el lugar preferido por los pilotos para atreverse a adelantar. Los bólidos llegan a 300 kilómetros por hora y reducen la velocidad hasta menos de 90, para volver a salir pasando de segunda marcha hasta sexta.

Dentro de la curva de la Rivazza hay un montículo. En la parte más alta se sitúa una pequeña y confortable tribuna. Ayer no estaba llena, lo que acentuaba...

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Imola es un circuito muy rápido; a la vieja usanza. Tiene forma de plátano, bastante desnivel y tres curvas cerradas: Tosa, Acque Minerali y Rivazza. Esta última, un semicírculo de 180 grados, es el punto más bajo del autódromo y el lugar preferido por los pilotos para atreverse a adelantar. Los bólidos llegan a 300 kilómetros por hora y reducen la velocidad hasta menos de 90, para volver a salir pasando de segunda marcha hasta sexta.

Dentro de la curva de la Rivazza hay un montículo. En la parte más alta se sitúa una pequeña y confortable tribuna. Ayer no estaba llena, lo que acentuaba aún más el contraste con el resto de prado que desciende hasta la misma pista; un mar de cabezas rojas, banderas y pancartas: la colina de la pasión, le llaman.

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A primera vista, la muchedumbre podría confundirse con la de un concierto de rock al aire libre. Hay que prestar mucha atención para no tropezar con los bultos metidos en sacos de dormir o para sortear balsas de plástico repletas de náufragos provistos de víveres suficientes como para cruzar el Pacífico. Pero la única música es la de la banda militar de la República de San Marino, fundada por un discípulo de Rossini, cuyas marchas parecen compuestas por el felliniano Nino Rota.

Sobre el prado de la Rivazza hay gente de todas las edades; desde niños vestidos con trajes de mecánico de color rojo, hechos a la medida como si fueran de primera comunión, hasta venerables abuelos y abuelas, dignificados con chaquetas de tweed. Hay parejas besándose apasionadamente y familias numerosas sacando viandas de una cesta y gritando a los niños perdidos entre la muchedumbre.

No son todos italianos. Al circo de la fórmula 1 siempre lo han seguido peregrinos. Cambian con los tiempos. Ahora, el cuerpo principal de la procesión es alemán. Los alemanes son fácilmente distinguibles: algunos son jóvenes, pero la mayoría es gente de mediana edad de clase obrera. Los hombres llevan el pelo corto, camisetas rojas que no disimulan su barriga y vaqueros. Calzan zapatillas de deporte. Acumulan grandes cantidades de cerveza y tienen el corazón partido. Su industria, su tecnología y sus pilotos dominan el campeonato, pero se han vuelto ferraristas y no saben a quién aplaudir. Los finlandeses, fácilmente reconocibles, son otra de las tribus. Altos, de un intenso color rosa y apacibles. Sin Ayrton Senna, la torcida brasileña ha desaparecido, pero a cambio han llegado los colombianos detrás de Montoya, y sus banderas son más vistosas que las cariocas. La mayoría, sin embargo, es italiana y cuando empieza la verdadera música, el ruido de los motores, la tifoseria lo tiene claro.

En la colina de la pasión el murmullo llega por detrás y va creciendo en intensidad hasta que el petardeo de la frenada coincide con la visión del morro del primer bólido. La pitada con la que se recibe a los McLaren es ensordecedora, casi tanto como el ruido de todos los bólidos rodeando el montículo, pero menos que la sinfonía de bocinas de aire comprimido y el griterío que aúpa a los coches rojos de Maranello.

Los pilotos dicen que no se enteran, claro, pero algo deben de notar. En Imola el espectáculo es el circuito, el continente es el contenido. El autódromo fue bautizado en la década de 1960 con el nombre de Dino Ferrari, el heredero de la familia, muerto joven. Luego se le añadió el del padre. Maranello está a menos de 50 kilómetros. Es la pista de Ferrari. Hay algo tremendamente popular, en el mejor sentido del término, en esta pasión por la velocidad y la mecánica en Italia. El campeonato del mundo conseguido la temporada pasada se convirtió en la reivindicación de una manera de hacer de una sociedad. Habían pasado más de 20 años desde la última gesta, y el modelo italiano, como tantos otros, necesitaba reafirmarse. Ayer la decepción fue importante. Podrían pasar otros 20 antes de volver a tocar la gloria. 'En España ganaremos', decía con rabia un joven llegado desde Roma.

Los tifosi y los seguidores de Ferrari se reunieron ayer en la colina de la Rivazza, llamada de la pasión.ALVARO RUBIO

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