Tribuna:REDEFINIR CATALUÑA

¡Barceloooona!

¿Se nos hunde el Titanic? Ya sería bueno, a estas alturas, robarle al personal sus mejores metáforas de antaño, de manera que lo dejaremos en broma para hacer boca. Pero sí, algo se nos hunde en esta Barcelona de prodigioso diseño donde hubo un tiempo que hervía la olla de las ideas con desaforada libertad. ¿Qué pasa con Barcelona? Planteo la pregunta harta de estar harta de esta especie de paraíso de la nada, donde nada pasa, nada se debate, nada surge. Barcelona está desapareciendo del mapa, pero no sólo por sus múltiples problemas de competitividad económica, aunque ahí nos llora muc...

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¿Se nos hunde el Titanic? Ya sería bueno, a estas alturas, robarle al personal sus mejores metáforas de antaño, de manera que lo dejaremos en broma para hacer boca. Pero sí, algo se nos hunde en esta Barcelona de prodigioso diseño donde hubo un tiempo que hervía la olla de las ideas con desaforada libertad. ¿Qué pasa con Barcelona? Planteo la pregunta harta de estar harta de esta especie de paraíso de la nada, donde nada pasa, nada se debate, nada surge. Barcelona está desapareciendo del mapa, pero no sólo por sus múltiples problemas de competitividad económica, aunque ahí nos llora mucho la criatura: aeropuertos de Exin-castillos, Firas que se han ido a campar al Far-west, metros que no llegan a ningun territorio apache, su puerto encallado en otros puertos, su Bolsa de la señorita Pepis... Nos llora, ¡y tanto que nos llora! Pero para mí lo peor es ese nuevo paradigma que va definiendo la ciudad y la va hundiendo en una especie de tantsemfotisme feliz y suicida: la gestión, como paradigma. Me explicaré. Desde hace ya unos cuantos ratos, Barcelona no se debate, se gestiona, de manera que ya no tenemos ideólogos de la ciudad, ni partidos políticos con sus Barcelonas bajo el brazo, luchándolas, debatiéndolas; ni alcaldes de geniales ideas, ni subversivos que la trasciendan, dispuestos a transgredirla. Tenemos presidentes de escalera, magníficos gestores de la empresa común cuyo único objetivo es el último recibo de la antena colectiva. En el plano político, Barcelona se ha convertido en una aburrídisima comunidad de socios, más o menos extasiados con el palco que les ha tocado, que se quieren y se miman en sus plenarios, pero que no tienen casi nada que decirse. Excepto alguna trifulquilla por el último esbozo fálico que se le ha ocurrido al último arquitecto exportado, aquí no pasa nada relevante, y lo peor es que los susodichos están encantados de la nada colectiva. ¡Qué bajo techo de representantes tenemos en la prodigiosa capital catalana! ¡Qué dulce, qué bonita es esta mediocridad reinante! La gestión como paradigma. Es decir, en lugar de ciudad, empresa; en lugar de ideas, números; en lugar de proyectos, plazos de ejecución. Como si tiempos ha hubieran tenido una idea de Barcelona, y ahora sólo supieran darle vueltas a la noria, tal cual esos desgraciados asnos de los circos de la miseria. ¿Dónde están las Barcelonas que se construyen contrastándose? ¿Dónde están los políticos que las piensan y las luchan? Vueltas a la noria..., gestionando el circo...

Pero si fuera sólo lo político, me atrevo a decir que sobreviríamos. ¡Cuántas veces Barcelona ha sobrevivido a los políticos que ha padecido! Lo malo son ellos, lo malísimo somos nosotros, que hemos levantado la bandera del único socialismo que no entra en crisis: hemos socializado la miseria colectiva. A excepción de un Lliure que, de golpe, nos despierta un poco de la siesta y nos corta la digestión, y quizá hasta nos hace pensar, nosotros, los inventores de la Europa de las ciudades, herederos de una saga de subversivos culturales que hasta impresionaron a la nunca impresionable París, los únicos que osaron probar la utopía libertaria, nosotros hemos decidido volvernos setas. Setas felices, encantadas de la ciudad mediterránea, arregladita, muy a medida que nos hemos montado, un poco culta, un poco moderna, un poco gastronómica, hasta un poco divertida, pero sin horizontes lejanos, que ni la mítica del cine nos seduce. En esta ciudad magnífica, no hay debate teatral, hay pelea de patio con divinas incluidas; no hay hervidero de ideas, hay algún jinete apocalíptico que cabalga solo, y un montón de funcionarios que viven de lujo en sus comedores del pensar, bien instalados en las oficialidades reinantes; no hay subversión, hay modernillos también oficiales, perfectamente asumidos; y si hay arquitectos, que los hay, se nos han vuelto latosos y elitistas, más sumidos en la pelea de sus egos que en el debate real de la ciudad real. ¿Los escritores? Hailos, pero van a su rollo, y la verdad es que pintan poco en la temperatura colectiva, tan fría ella que debe paliar algo la calentura del planeta. Barcelona se nos ha vuelto hueca, sobrecargada de liftings y cosmética, pero casi sin alma, sin nada que decir en el concierto de los decires, sin espíritu propio, a pesar de haber acuñado el famoso espíritu de Barcelona. ¿Naufraga? Peor: navega sin rumbo, perfecta como paraíso de los nuevos inquilinos: que ya no la habitan ciudadanos, la cohabitan residentes. Por eso, sí, por eso, ay, lo suyo es tener por gobernantes a presidentes de la escalera...

¿Es todo ello tan grave, en el caso de tener una razón? Existe un país, unas ciudades más allá de la ciudad, un entramado de pensamientos que a pesar de todo bullen y colean. Cierto, pero una milita en esa idea que historiaron en boca de un general franquista cuando, viendo la ciudad a sus pies, exclamó: '¿Quién ha permitido esto?'. Barcelona es muy importante en esta Cataluña que a pesar de todo existe, y si bien puede ser voraz y centrípeta, a la vez ha sido el eje vertebrador de los grandes acontecimientos históricos y culturales que han cruzado esta tierra milenaria. Creo que puedo decir con rotundidad que Cataluña no habría sido nada sin Barcelona, y por ello, si Barcelona decide tomar somníferos, todo el país se nos duerme. Ese es el drama, que la ausencia de debate cultural, el grado cero de ideas en ebullición, la sustitución de la política por la gestión, la falta de líderes, la falta de ideólogos, la sustitución del concepto ciudadano por el concepto residente, todo ello tiene magnitud global, y no sólo urbana. Nos hunde en colectivo.

En fin, ¿cómo era lo de Joan Oliver en su Oda?: 'Barcelona, malfia't de la història. / Somnia-la i refés-la'. Pero, ¿cómo vamos a rehacer la historia si hemos dejado de soñarla?

Pilar Rahola es escritora y periodista. pilarrahola@hotmail.com

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