Columna

Hagan hueco

Semisepultados por los demoledores efectos de la fiebre futbolística que invade nuestro país aproximadamente desde hace 100 años y que vive momentos de euforia ante el ininterrumpido éxito de nuestros equipos en Europa, a punto de que la mitad del cerebro activo que nos dejan Figo, Rivaldo, Mendieta y Djalminha sea utilizada para seguir los avatares de 12 personajes encerrados en una casa más vigilados que Hannibal Lecter en El silencio de los corderos, el baloncesto reclama la atención. Y lo hace con argumentos suficientes como para poder contentar al paladar más exquisito. Incluso aqu...

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Semisepultados por los demoledores efectos de la fiebre futbolística que invade nuestro país aproximadamente desde hace 100 años y que vive momentos de euforia ante el ininterrumpido éxito de nuestros equipos en Europa, a punto de que la mitad del cerebro activo que nos dejan Figo, Rivaldo, Mendieta y Djalminha sea utilizada para seguir los avatares de 12 personajes encerrados en una casa más vigilados que Hannibal Lecter en El silencio de los corderos, el baloncesto reclama la atención. Y lo hace con argumentos suficientes como para poder contentar al paladar más exquisito. Incluso aquel al que no le motive todo lo que no suene a césped, errores arbitrales, presidentes forofos, grandes hermanos o tómbolas terrestres y marcianas, pueden enchufarse a una competición ejemplar sin temor a sufrir ningún síndrome de abstinencia al perder de vista por un par de días la fantasía de Raúl, los quiebros de Aimar o al Íñigo de turno sacándose mocos de la nariz.

Porque de los productos que puede ofrecer hoy en día el baloncesto, la Copa del Rey es sin duda el mejor terminado. Es un pack que tiene de todo: están los mejores equipos y los jugadores más importantes. El sistema de competición es directo, intenso, dramático y el ambiente es excepcional. La siempre anunciada igualdad por la que suspira la ACB encuentra en la Copa su máxima expresión: en los últimos ocho años ha habido siete campeones distintos. Para encontrarte al Barcelona en la lista de ganadores hay que remontarse al 94. Para ver al Madrid, al 93. Y el que piense que el que juega en casa tiene una ventaja añadida, que se olvide. Sólo el CAI Zaragoza, y ¡hace 17 años!, ha sido capaz de vencer ante su público.

También por el mismo precio se ofrecen momentos inolvidables. Si se acuerda del triple de Solozábal, del de Creus, del fallado de Herreros, del Madrid remontando 11 puntos en 58 segundos ante el CAI, no se puede perder esta nueva edición, no vaya a ser que ocurra algo parecido y le pille ojeando un periódico deportivo donde Savio dice por enésima vez que no tiene oportunidades o intentando saber cuál de los doce habitantes de la casa tiene el pasado más turbio. El Barça y el Madrid hartos de volverse a casa de vacío, el Estudiantes en su salsa, el Unicaja jugando con 8.005 jugadores, el Tau haciendo un alto en su demoledora campaña griega (sólo le queda ya el AEK) y el Pamesa, Fuenlabrada y Cáceres a verlas venir. Que tampoco es mala política. En fin, que hay material suficiente para que al menos durante unos días el baloncesto logre hacerse un hueco. Si no lo consiguen siempre quedará la opción de encerrar a todos los equipos en una casa.

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