CARTAS AL DIRECTOR

Cruel paradoja

La distinción con la Orden al Mérito Civil a un policía franquista, torturador, colaborador de la Gestapo, parece pasar por la piel de nuestra sociedad como un hecho irrelevante. Como empieza a ser habitual, nuestra democracia está en otra cosa. Las tímidas quejas de nuestros partidos políticos, la tibieza cínica del Gobierno respecto al asunto Melitón Manzanas, forman también parte de ese síndrome de abulia en el que está cayendo a pasos agigantados nuestra perspectiva moral. Dada la alta emocionalidad ambiente de los españoles en la actualidad, el hecho de que un colaborador de uno de los re...

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La distinción con la Orden al Mérito Civil a un policía franquista, torturador, colaborador de la Gestapo, parece pasar por la piel de nuestra sociedad como un hecho irrelevante. Como empieza a ser habitual, nuestra democracia está en otra cosa. Las tímidas quejas de nuestros partidos políticos, la tibieza cínica del Gobierno respecto al asunto Melitón Manzanas, forman también parte de ese síndrome de abulia en el que está cayendo a pasos agigantados nuestra perspectiva moral. Dada la alta emocionalidad ambiente de los españoles en la actualidad, el hecho de que un colaborador de uno de los regímenes totalitarios más criminales del siglo pasado (el nazi) resulte premiado con una medalla 'al mérito civil' carece de suficiente importancia política, social y mediática.

Para empezar, deberíamos considerar que el sentido simbólico de dicha medalla ha dejado de tener valor ético y moral alguno. ¿Quién podrá compartir, de ahora en adelante, semejante distinción, incapaz de distinguir entre sociedad civil y dictadura, entre democracia y fascismo? ¿Quién será capaz de reclamar conductas y juicios éticos en nombre de un tan desprestigiado código moral como el nuestro?

Condenamos el fascismo de ETA premiando el fascismo de la dictadura. Qué extraña es la ley: 33 años después, la democracia premia a un enemigo de la democracia, en nombre de la lucha actual contra los enemigos de la democracia. Qué gran dilema para los historiadores de la ciencia política. Tal vez tras esa cruel paradoja histórica se encuentre la respuesta a nuestra enfermedad moral. En todo caso, no hacemos mucho por sanarla.

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