Reportaje:

El último adiós a Jonathan

Unos 60 gitanos acuden al cementerio de la Almudena para enterrar al niño desaparecido en mayo en San Fernando

'¡Ay, mi Yony! ¡Ay, mi Chuky!'. El llanto desgarrado de Rosa Barrull, de 22 años, calaba hondo, mucho más que la fina lluvia que caía a mediodía de ayer en el cementerio de la Almudena. Dos mujeres sujetaban a Rosa por los brazos porque las piernas no la sostenían. '¡Ay, mi Yony! ¡Ay, mi niño! ¿Qué hemos hecho en la vida para que Dios nos castigue así?'. Rosa lloraba mientras un enterrador del cementerio de la Almudena sacaba de un coche fúnebre el pequeño féretro blanco con remaches en bronce de su hijo. Un ataúd tan pequeño como para llevarlo bajo el brazo hasta el panteón de la famil...

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'¡Ay, mi Yony! ¡Ay, mi Chuky!'. El llanto desgarrado de Rosa Barrull, de 22 años, calaba hondo, mucho más que la fina lluvia que caía a mediodía de ayer en el cementerio de la Almudena. Dos mujeres sujetaban a Rosa por los brazos porque las piernas no la sostenían. '¡Ay, mi Yony! ¡Ay, mi niño! ¿Qué hemos hecho en la vida para que Dios nos castigue así?'. Rosa lloraba mientras un enterrador del cementerio de la Almudena sacaba de un coche fúnebre el pequeño féretro blanco con remaches en bronce de su hijo. Un ataúd tan pequeño como para llevarlo bajo el brazo hasta el panteón de la familia Vega Barrull.

Unos 60 gitanos acudieron ayer al entierro de Jonathan Vega Barrull, el niño rubio de ojos azules que sólo tenía dos años cuando desapareció, el 27 de mayo de 2000, del Pryca de San Fernando de Henares. Comenzaron días de angustia, de búsqueda, de pegada de carteles con la cara sonriente del gitanito rubio, de rumores de secuestro para cobrar una herencia... Seis meses después, un camionero encontró algunos huesos del pequeño en un pinar, a 600 metros de la chabola en la que vivía y a un kilómetro y medio del lugar donde fue visto por última vez. La investigación sobre su muerte sigue abierta.

Los escasos restos óseos de Jonathan fueron enterrados ayer, casi ocho meses después de su desaparición, junto a su padre, Marcelo Barrull, que falleció el 17 de agosto de 1998, a los 22 años, en un accidente de tráfico en la carretera de Barcelona, cerca de la chabola en la que vivían.

Un gran Cristo dorado, del que colgaban flores rojas y rosáceas, presidía el panteón de la familia Vega Barrull, con los apellidos en letras doradas sobre el mármol grisáceo. Bajo el crucifijo, una foto de Marcelo en un marco le recordaba cómo murió: joven, moreno, con bigote y una amplia sonrisa.

Cuando el sepulturero introdujo el pequeño féretro en el panteón, la abuela de Jonathan, Inmaculada Carbonell, de 39 años, se desgarró en sollozos apoyada en el defensor del Menor, Javier Urra: '¡Mi pobre niño! Por lo menos está con su padre'.

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