PETER CARUANA | EL PERFIL

El hombre que se alimenta de 'eventos'

El que fuera primer ministro británico por el Partido Conservador Harold Mac Millan aseguró en una frase -que se ha hecho popular entre los que eligen como actividad profesional mandar sobre sus conciudadanos (o al menos intentarlo)- que lo que más le preocupaba en política era 'lo que acontece (the events)'. El ministro principal de Gibraltar, Peter Caruana, recuerda esta frase cuando gusta de rodearse de un cierto misterio de estadista, pero la interpreta a su manera. A Caruana no le molestan los eventos, les exprime las vitaminas y se las inocula para crecer como político.
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El que fuera primer ministro británico por el Partido Conservador Harold Mac Millan aseguró en una frase -que se ha hecho popular entre los que eligen como actividad profesional mandar sobre sus conciudadanos (o al menos intentarlo)- que lo que más le preocupaba en política era 'lo que acontece (the events)'. El ministro principal de Gibraltar, Peter Caruana, recuerda esta frase cuando gusta de rodearse de un cierto misterio de estadista, pero la interpreta a su manera. A Caruana no le molestan los eventos, les exprime las vitaminas y se las inocula para crecer como político.

Una de las cosas que han acontecido que más ha fortalecido a este hombre pausado ha sido el giro español que ha tomado el Gobierno español. Todo los antiespañol, ya sea duro, suave o simple insinuación, se vende como pan caliente entre los electores del Peñón. Una perita en dulce para cualquiera de estas personas que se dedican profesionalmente a mandar a los demás. Y Caruana es uno de los mejores, dúctiles y más astutos políticos que se han enfrentado al trío de infidelidades entre España, Reino Unido y Gibraltar.

Durante la crisis de los pescadores de febrero de 1999 azuzó el ambiente antiespañol por un lado y tendió la mano amiga al otro lado de la Verja en el mismo momento. Caruana logró lo que quería: saltarse al Gobierno español y no molestar al británico con su acción de independencia. Para aplacar a los que abucheaban a los pescadores españoles llegó hasta el límite territorial de la colonia en su coche oficial, negro encerado y solemne, y subió a armadores y sindicalistas a bordo. Cuando estos habían abandonaron su despacho, Caruana ya había crecido dos palmos en su papel de líder comarcal -ajeno a españoles y británicos- y el ministro de Exteriores Abel Matutes era demonizado hasta por sus compatriotas.

Caruana ve que el futuro está en la comarca y lejos de Madrid. Si para ello se tiene que ceñir la bandera británica en la frente, lo hará. En la ONU y la Cámara de Los Comunes de Londres ha expresado su deseo de autodeterminación. En todos los foros en los que participa defiende que Gibraltar es un pueblo plenamente identificable. Ni guitarras españolas ni gaitas del Reino Unido, sino judíos, malteses y demás pueblos del Mediterráneo que encontraron en esa lengua de tierra un hogar cuando lo necesitaban. Él mismo, es un abogado de 44 años y seis hijos y de ascendencia maltesa, al que la soberanía británica no le es útil sólo por su pompa, sino para que Gibraltar siga siendo lo que él considera que es: un pueblo identificado e identificable.

Cuanto más español es el Gobierno español, más fuerte bate la bandera que los británicos colocaron hace más de dos siglos sobre el Peñón. Al menos, mientras siga Caruana en el poder (y es de los moderados).

El ministro principal es un hombre al que le gusta ganar y mandar. Ambas cosas en voz baja. Tras sus estudios en colegios cristianos de Gibraltar y del Reino Unido, Caruana llegó a ser un buen abogado. Cuando se unió a la casta de los profesionales de mandar, en 1990, tan sólo tardó un año en hacerse con el poder entre los socialdemócratas gibraltareños. A los cinco años, remontó la ventaja que le llevaban los laboristas de Joe Bossano y pasó del 20% de los votos obtenidos al 52%. El pasado año alcanzó su segundo mandato casi el 60% de los votos.

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Pero su principal virtud es sacar provecho de los inesperado. La llegada del Tireless averiado a Gibraltar el 19 de mayo pasado, le puso en bandeja algo inaudito. La amistad entre José María Aznar y Tony Blair, convirtió una posible crisis internacional de bigote en un intercambio de chistes sin ninguna gracia (y encima los que los contaban se reían de su propio ingenio, sin que se les cayera la cara de vergüenza ni nada). Caruana perdió un asalto cuando Blair decidió regalar a Aznar una visita de los técnicos del CSN por sorpresa. El mandatario gibraltareño, que tenía 13 años cuando el Peñón logró una Constitución que le hacía un poco menos colonia, no ha dejado de ganar bazas desde entonces.

El equipo de expertos que contrató para vigilar la seguridad de la reparación del submarino es el único que ha puesto un poco firmes a los oficiales del Almirantazgo, mientras la contraparte española aplaude sin cesar. Hoy mismo estaba previsto que se inciara la soldadura de la pieza que se resquebrajó. Los expertos de Caruana expusieron sus dudas al respecto (los españoles seguían con las palmas) y todo se paró. Caruana se dejó llevar sorprendentemente por la petulancia que caracteriza a muchos de los profesionales de mandar y se apuntó el tanto. Un poco exagerado, sí, pero la verdad es que es el único que al menos parece que ha hecho algo. En el Campo de Gibraltar ha ganado infinidad de amigos, así que cuanto más español se ponga el Gobierno español, este hombre que se come todo lo que acontece para su provecho, crecerá como líder comarcal. Él en voz baja, como siempre, no dice que sí, pero tampoco se escucha un no rotundo.

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