Reportaje:Chicago | Carta del corresponsal

SOBREVIVIR A 20º BAJO CERO

Chicago está magnífico estos días. Aire limpio de cristal, radiante cielo celeste y una luz que, antes de volverse nacarada al caer la tarde, ilumina vigorosamente ayudada por una nieve que lo cubre todo. La nieve. Ahí está el truco, que ha convertido en un calvario la Navidad a decenas de miles de vecinos en Chicago y alrededores. Empezó a caer a primeros de diciembre y en 13 días subió a más de un metro de altura. Hacía años que no nevaba así y que no hacía tanto frío. Dicen los meteorólogos que los dos últimos meses de 2000 han sido los más gélidos del siglo en Estados Unidos.

La nie...

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Chicago está magnífico estos días. Aire limpio de cristal, radiante cielo celeste y una luz que, antes de volverse nacarada al caer la tarde, ilumina vigorosamente ayudada por una nieve que lo cubre todo. La nieve. Ahí está el truco, que ha convertido en un calvario la Navidad a decenas de miles de vecinos en Chicago y alrededores. Empezó a caer a primeros de diciembre y en 13 días subió a más de un metro de altura. Hacía años que no nevaba así y que no hacía tanto frío. Dicen los meteorólogos que los dos últimos meses de 2000 han sido los más gélidos del siglo en Estados Unidos.

La nieve proporcionaba una vista agradable e interminables oportunidades de hacer ejercicio: había que quitarla a paletadas, en alguna ocasión hasta cinco veces en una mañana, de la rampa del garaje para poder entrar y salir de casa. La combinación de nieve y frío (temperaturas mínimas del orden de los 20 grados bajo cero) rompió la magia invernal y puso en evidencia la precariedad de la construcción en el país de la más alta tecnología. Esas casas independientes que se ven en las películas americanas, de líneas y volúmenes tan agradables, en barrios arbolados por cuyas calles los niños pedalean felices, son de pacotilla. Si nieva dejan pasar el agua, y si llueve, también.

El frío de diciembre congeló la nieve en los tejados y creó una barrera de hielo en los canalones, rematados con espectaculares estalactitas que llegaban al suelo o formaban etéreas cortinas de carámbanos. Precioso. De repente, a finales de mes y tras varios días de temperaturas menos bajas, el agua empezó a entrar en las casas. Por todos los lados. Entre las dobles ventanas, por el suelo enmoquetado del basement (sótano habilitado para vivir), por el techo de las habitaciones, en el garaje... Goteo interminable. ¿Será así la tortura de la gota de agua? Gotas que caían a ritmo trepidante dejando oír sólo el splash que hacían al formar un charco en algún lugar del interior de la casa, quizás entre la doble pared formada por la exterior de falso ladrillo y la interior de planchas de madera.

Las ferreterías se convirtieron en los lugares más frecuentados de las localidades residenciales, como Wilmette, que rodean Chicago. Una especie de medias rellenas de material que absorbe el agua se agotaron el primer día. Unos rastrillos especiales, con mango de varios metros para quitar la nieve del tejado desde el jardín, desaparecieron al minuto. Y siguen sin aparecer. Los sacos de compuestos para derretir el hielo se volatilizaron. Había quien quería silicona para tapar las goteras. 'Pero, hombre, si tapa el agujero, el agua se extenderá por todo el techo y el destrozo será mayor. Ponga un cubo y tenga paciencia'. Los cubos y otros recipientes de plástico se esfumaron. Quien no tenía aspiradora para absorber el agua se compró una.

El seguro recomendó llamar a una compañía especializada. Por 350 dólares (63.000 pesetas) en media hora, un hombre subido al tejado y otro con el rastrillo de nieve desde el suelo quitaron una banda de nieve de un metro del perímetro de todo el tejado. Fue mano de santo. Los periódicos, con historias de primera página, y las cadenas de televisión, con imágenes de gente encaramada a los tejados luchando a brazo partido contra un hielo duro como el pedernal, explicaron el fenómeno: la barrera de hielo del canalón no dejaba correr el agua del deshielo que se acumulaba en el borde interno y subía por entre las tejas hasta encontrar un resquicio por el que caer al interior. En Estados Unidos, casi todas las casas individuales están hechas con vigas y planchas de madera, rematadas en la cubierta con unas tejas que no son más que una película de goma que hay que cambiar cada cuatro o cinco años. Una estructura inconcebiblemente endeble para la que nadie se plantea alternativas. 'Es que construir con ladrillo sería carísimo'.

En primavera es la lluvia la que entra en las casas por la unión entre la estructura superior de madera y el muro de hormigón que, como una piscina, forma el basement. En Chicago es un problema generalizado y asumido. Casi todas las casas tienen una bomba sumergible en el sótano para sacar el agua cuando sube la capa freática. A la estupefacción y frustración del europeo responde el local encogiéndose de hombros y diciendo que eso es normal. Será la mentalidad de pionero, hecho a combatir contra los elementos. El agua no se arredra ante las cuentas corrientes. Después de tres días de lluvia en abril entró en el sótano. El fontanero, llamado con urgencia, llegó cuando pudo con unas botas hasta por encima de la rodilla. 'Esto no es nada. Tenía usted que ver las casas de Sheridan Road', de en torno a los dos millones de dólares (360 millones de pesetas). 'Vengo de una que tenía medio metro de agua'. Por dar esa información (no hizo nada más) cobró 75 dólares (14.500 pesetas). En el vecino Kenilworth, el suburbio más exclusivo de Chicago y uno de los más ricos de Estados Unidos, vivía el multimillonario y coleccionista de pintura americana Daniel Terra, ya fallecido. Guardaba cuadros, hoy en el Museo Terra de Arte Americano, en el sótano y, cuando llovía y se inundaba la mansión, un encargado se los colocaba encima de una mesa de pimpón.

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