Columna

Delfín

El melón de la sucesión se ha convertido en el postre habitual de las sobremesas políticas. La de aquí y la de allí, puesto que no se sabe hasta qué punto una es consecuencia de la otra, si convergen o se repelen. Y no precisamente porque Eduardo Zaplana esté llamado a suceder a José María Aznar, desafío en el que las posibilidades a favor y en contra se neutralizan, sino porque también cabe la eventualidad de que repita donde está, incluso de que en la próxima crisis de Gobierno sea nombrado ministro y se precipite la sucesión con alguien que reúna la condición de diputado autonómico, en cuyo...

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El melón de la sucesión se ha convertido en el postre habitual de las sobremesas políticas. La de aquí y la de allí, puesto que no se sabe hasta qué punto una es consecuencia de la otra, si convergen o se repelen. Y no precisamente porque Eduardo Zaplana esté llamado a suceder a José María Aznar, desafío en el que las posibilidades a favor y en contra se neutralizan, sino porque también cabe la eventualidad de que repita donde está, incluso de que en la próxima crisis de Gobierno sea nombrado ministro y se precipite la sucesión con alguien que reúna la condición de diputado autonómico, en cuyo caso el abanico de opciones se abre desde Rita Barberá hasta cualquiera de los que ocupan el banco azul. Excepción hecha, claro, de Rafael Blasco, a pesar de ser el más capacitado políticamente. El hilo narrativo de estos cuentos de lechera se desovilla en los reservados de los restaurantes y se enreda hasta el agotamiento. Pero el bombo ya está girando y empiezan a tambalearse los sombrajos bajo los que se acomodan no pocos intereses personales. Zaplana no tiene ninguna intención en destapar sus cartas, lo que resulta comprensible porque proyectaría la sensación de interinidad sobre la acción de gobierno. Pero sobre todo, no lo hará antes de que Aznar desgrane el jeroglífico de su cuaderno azul, en cuyas páginas, sin duda, también se decide el próximo candidato del PP a la Generalitat valenciana. Sin embargo, en el interior de ese bombo se están centrifugando varios nombres, aunque ninguno se ajusta tanto a los intereses de Zaplana como el del vicepresidente del Congreso de los Diputados, Francisco Camps, quien en lo que va de legislatura ha calentado con mucho oficio el asiento de Luisa Fernanda Rudi mientras se ausentaba para ir al baño, como si de una metáfora sobre sí mismo se tratara. Camps ha pasado por varias administraciones, que cuenta más que lo que se haya hecho en ellas, y puede garantizar su lealtad a Zaplana en el futuro. Ya lo avisó el año pasado ante el Foro de Opinión, tras un torrencial suministro de elogios que supuso el bautizo del delfín: 'Los que se interesen por el futuro de la política valenciana no deben perder la pista de Paco Camps'.

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