Columna

Rueda

Joan Antoni Vicent llegó en 1966 a Barcelona con el reflejo cítrico de La Plana Baixa para estudiar Ingeniería y trabajar en IBM. Sin duda, no fue el primero de su pueblo, La Vilavella, que se adentró en un camino desconocido, pero sí de los primeros que desde el excedente de la naranja se consagraba al sacerdocio de la cibernética, una religión moderna con poso platónico, que era el resultado de la fusión de los conocimientos físicos, electrónicos y mecánicos con la biología, la sociología y la economía. Pero el retorcido laberinto de la informática no logró desorientar su pasión por vivir y ...

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Joan Antoni Vicent llegó en 1966 a Barcelona con el reflejo cítrico de La Plana Baixa para estudiar Ingeniería y trabajar en IBM. Sin duda, no fue el primero de su pueblo, La Vilavella, que se adentró en un camino desconocido, pero sí de los primeros que desde el excedente de la naranja se consagraba al sacerdocio de la cibernética, una religión moderna con poso platónico, que era el resultado de la fusión de los conocimientos físicos, electrónicos y mecánicos con la biología, la sociología y la economía. Pero el retorcido laberinto de la informática no logró desorientar su pasión por vivir y por la fotografía, que conforman una confusión heterodoxa muy completa. Por delante de este ejecutivo de IBM pasó varios años después un tren que iba hacia sí mismo, y sin mirar atrás lo cogió. Desde entonces es un francotirador de la fotografía y sólo deja su cámara para jugar al golf. Y la biología no le agradecerá nunca de forma suficiente la secuencia de imágenes de distinta época que acreditan la evolución de la barretina de insecto del pintor Ripollés, lo que constituye un documento propio de National Geographic. Joan Antoni Vicent fue capturando desde principios de los años noventa imágenes de una Barcelona en estado imposible, casi vacía y aislada de la fritura vana que crepita sobre su asfalto. Con estas fotografías compuso una oda gráfica de silencios, muy bien glosados por el poeta catalán Narcís Comadira, que dio lugar a su primer libro Barcelona, silencis, que acaba de ser editado en versión inglesa, y cuya primera edición sirvió para recoger fondos para una fundación de ayuda a personas sin techo. Ahora ha vuelto a repetir la experiencia con La Vilavella, roda el temps, con el mismo sello del diseñador Domènec Òrrit. En estas páginas, con un sugestivo texto de su hermano, Manuel Vicent, ha recogido el pulso de este pueblo esculpido en los contrafuertes de la sierra de Espadán, a través de los distintos solsticios y equinoccios. En su interior, Joan Antoni ha secuenciado con su cámara esa rueda que no se detiene más que para los que se quedan quietos, y que mueve la vida. Porque después de todo la vida, como el ADN, es sólo un conjunto de imágenes.

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