Tribuna:FÚTBOL La resaca de la jornada

Djalminha y la perversión

Djalminha, tan celebrado después del maravilloso gol que marcó al Celta, nos pone ante una paradoja preocupante, relacionada con el camino que ha tomado el fútbol. No es novedad que cuesta encontrar un sitio a Djalminha en los equipos. En el Deportivo ha pasado periodos de ostracismo. A la selección brasileña no acude desde hace mucho tiempo. Si un jugador como él no tiene acomodo en Brasil, en el Brasil que soñamos, significa que el fútbol ha capitulado. Vestiremos la derrota con la retórica dominante en estos días: equilibrio, sistema, sacrificio, táctica, orden, actitud, bloque. Debajo de e...

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Djalminha, tan celebrado después del maravilloso gol que marcó al Celta, nos pone ante una paradoja preocupante, relacionada con el camino que ha tomado el fútbol. No es novedad que cuesta encontrar un sitio a Djalminha en los equipos. En el Deportivo ha pasado periodos de ostracismo. A la selección brasileña no acude desde hace mucho tiempo. Si un jugador como él no tiene acomodo en Brasil, en el Brasil que soñamos, significa que el fútbol ha capitulado. Vestiremos la derrota con la retórica dominante en estos días: equilibrio, sistema, sacrificio, táctica, orden, actitud, bloque. Debajo de esas palabras se esconde un ataque visceral a jugadores como Djalminha, virtuoso bajo sospecha, obligado a la obra cumbre para garantizarse provisionalmente el puesto. O la excelencia o nada. A su alrededor, unos cuantos futbolistas obedientes, sin otros méritos que su disposición para cumplir órdenes, son titulares respetadísimos.No se trata de una cuestión que alcanza únicamente al jugador del Deportivo. El fútbol ha llegado a un punto en el que la mayoría de los entrenadores tendrían problemas para encontrar un sitio a Maradona. Veamos: delantero centro no era. Interior, tampoco. ¿Media punta? De acuerdo. Pero un media punta sin ningún afecto por defender. Y, además, ¿para qué sirve ese tipo de jugador? "Media punta es igual a medio jugador", dijo un día Benito Floro, adalid de esta modernidad terrible. No es broma. La mayoría de los entrenadores preferirían no tener a Maradona. Le encontrarían demasiados inconvenientes. "Con Maradona jugamos con diez", dirían los profetas del sistema.

El caso es que el fútbol ha derivado hacia esas posiciones. Puede que irremediablemente. Los destrozos son muy visibles en Italia, donde jugadores como Djalminha son impensables. En nombre de una supuesta modernidad, se ha aniquilado a la raza de los heterodoxos. No es extraño que Romario jamás tuviera una oportunidad en el calcio, o que nunca se hayan interesado por Djalminha, o que Laudrup saliera tarifando hacia España. Y eso que Maradona les demostró que un genio vale por mil sistemas. Venció la represión y ahora tenemos convertidos en protagonistas a todos los Gattusos, Di Livios y Ambrosinis de este mundo. Así les va.

Por fortuna, la Liga española todavía ofrece un pequeño y saludable hábitat para estos futbolistas singulares. Preservémoslo en nombre de Mágico González, de Laudrup, de Romario, de Djalminha, de los que deberían venír, como Aimar o Riquelme; de algún brasileño loco, de todos los adorables insensatos que se resisten a golpe de ingenio a las obligaciones funcionariales que se les pretende imponer. Celebremos su presencia porque nos recuerdan la parte festiva de este juego, redundancia (juego igual a diversión, a una muy seria diversión) que pretenden negar los apóstoles del fútbol con manguitos.

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