Tribuna:LA JORNADA DE LIGA: SAQUE DE ESQUINA

El Barça, ante el espejo

Si alguien quisiera provocarle al Barça un sobresalto de consecuencias incalculables, no tendría más que prestarle un espejo. Le revelaría el resultado de una de esas alucinantes metamorfosis sólo posibles en el subsuelo del fútbol.Los orígenes del extraño caso están bien documentados. Bajo los efectos de la decepción de la temporada del Centenario, en la que los culés habían puesto tantas esperanzas, el club sufrió una triple conmoción: el colapso de la fórmula Van Gaal, la dimisión de José Luis Núñez y la fuga de Luis Figo. Fue entonces cuando la nueva junta se sintió autorizada a som...

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Si alguien quisiera provocarle al Barça un sobresalto de consecuencias incalculables, no tendría más que prestarle un espejo. Le revelaría el resultado de una de esas alucinantes metamorfosis sólo posibles en el subsuelo del fútbol.Los orígenes del extraño caso están bien documentados. Bajo los efectos de la decepción de la temporada del Centenario, en la que los culés habían puesto tantas esperanzas, el club sufrió una triple conmoción: el colapso de la fórmula Van Gaal, la dimisión de José Luis Núñez y la fuga de Luis Figo. Fue entonces cuando la nueva junta se sintió autorizada a someter la plantilla a una operación de rejuvenecimiento. Nadie la previno sobre el vértigo del cambio y, aún peor, nadie le pidió lealtad a su propio modelo.

Mucho antes, con la llegada de Johan Cruyff al banquillo, el club había reivindicado su mitología; entregaba el equipo a un entrenador en cuya figura coincidían un nombre y un estilo. Gracias a él seríamos testigos de una de las más acabadas metáforas del molino de viento y, por extensión, de una de las más felices visiones del movimiento continuo. Organizado alrededor de un medio-centro, es decir, de un centro de gravedad, el Barça atraparía para siempre la pelota en un campo magnético.

Con la llegada de Van Gaal no se limitaba a reivindicar el fútbol de toque y ataque: volvía a confiar el poder a un mando único. Dueño del equipo, de La Masía, del talonario y de una cabeza de hormigón, el nuevo artífice se puso manos a la obra. Sin perder un minuto abrió una libreta, la llenó de números y, poseído por una desconocida furia mercantil, limpió de holandeses el mapa de Europa. Después de conjurar el fantasma de Cruyff, fulminó por riguroso turno a Iván de la Peña, Celades, Toni Velamazán y a los hermanos García; alistó a Bogarde, Reiziger, Cocu, Kluivert y a los hermanos De Boer; coqueteó con Seedorf y aplazó a regañadientes la compra de Overmars. Algunos de sus nuevos pupilos venían en la primera juventud; los demás llegaban de Flandes con varios siglos de retraso: eran mercenarios cesantes, gente de vuelta. Y, puesto que los holandeses seguirían naciendo en Holanda, puesto que don Louis se limitó a promover a tres o cuatro muchachos de la cantera blaugrana más por una cuestión de imagen que por convencimiento, la suerte estaba echada. Cuando se fuese, comprometería gravemente el trabajo de su sucesor. Dejaría tras de sí una enmarañada plantilla de aspirantes sin pasado y veteranos sin futuro.

La situación actual es sólo el último episodio de la era Van Gaal. El equipo entró en su laboratorio hecho un príncipe y ha salido de él convertido en rana.

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