Tribuna:CUADERNO DE TEATRO

Peter Brook, el mago

- 1. De Filippo en Sophiatown. El festival Temporada Alta, de Girona/Salt, comandado por los imaginativos muchachos de Bitó Produccions, acaba de apuntarse un nuevo tanto: el estreno absoluto en nuestro país de Le costume, el último espectáculo de Peter Brook, estrenado el el Théâtre des Bouffes du Nord el pasado mes de enero. Le costume (El traje) es una fábula de poco más de una hora, narrada con una extraordinaria economía de medios. En los últimos años, el hombre que nos regaló las 12 horas del Mahabharata, el creador teatral europeo más influyente y ...

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- 1. De Filippo en Sophiatown. El festival Temporada Alta, de Girona/Salt, comandado por los imaginativos muchachos de Bitó Produccions, acaba de apuntarse un nuevo tanto: el estreno absoluto en nuestro país de Le costume, el último espectáculo de Peter Brook, estrenado el el Théâtre des Bouffes du Nord el pasado mes de enero. Le costume (El traje) es una fábula de poco más de una hora, narrada con una extraordinaria economía de medios. En los últimos años, el hombre que nos regaló las 12 horas del Mahabharata, el creador teatral europeo más influyente y germinativo desde los cincuenta hasta hoy, ha esencializado al máximo sus espectáculos: una línea clara y cada vez más depurada enlaza L'homme qui (1993), sobre textos de Oliver Sacks; Qui est là (1995), una reducción del Hamlet (que volverá a abordar, en Bouffes du Nord, esta temporada); el Oh les beaux jours (1995) de Beckett que se vió en Sitges; Je suis un phénomène (98), sobre los cuadernos de trabajo del neurólogo ruso Alexander Luria, que vimos en el Grec, y este Costume, que es la historia de un triángulo inusual: un marido, una mujer y un traje. Mitad fábula mitad cuento cruel, Le costume comienza como una viñeta costumbrista, un pícaro cuento de cornudos, pero pronto se convierte en la historia de una obsesión fatal, un ejercicio de sadismo que acaba en tragedia. Un marido, Philemon, sorprende a su mujer, Mathilda, en la cama con otro hombre. El amante, desnudo, escapa por la ventana, y su traje queda en la alcoba. Philemon, contemplando el traje, le dice a Mathilda: "Veo que tenemos un visitante; hemos de atenderle bien. Comerá con nosotros, compartirá todo lo que tenemos. Como no hay cuarto de invitados, dormirá en nuestra cama". Y luego, con voz terroríficamente suave, mientras acaricia a su esposa, concluye: "Si le pasa cualquier cosa, si se va, si no está contento, te mataré". A partir de ese momento empieza la pesadilla. Philemon y Mathilda salen a pasear y él sonríe a todo el mundo, pero el traje está entre ellos, colgando del brazo alzado de su esposa. Mathilda ha de sentar el traje a la mesa, darle de comer, bailar con él, llevarlo a la cama. Philemon sigue sonriendo, mientras Mathilda, como la protagonista de A woman killed with kindness, se vuelve loca de dolor y vergüenza. Sí, Le costume podría ser una reducción del drama isabelino de Thomas Heywood. O un cuento corto de Pirandello, uno de los cuentos de Kaos. O una pieza breve de Eduardo de Filippo, ambientada en el Nápoles de posguerra, pero sucede en Sophiatown, "la vital Sophiatown de Johannesburgo", cuenta Brook, "transformada por el apartheid en la gris y racista Soweto". Este relato lo escribió un periodista surafricano, Can Themba, "el cantor de Sophiatown", a finales de los años cincuenta. Exiliado, hundido en el alcohol y la desesperación porque el apartheid prohibía la publicación de escritores de raza negra, Themba murió en la miseria, en 1967. Sus amigos Mothobi Mutloase y Barney Simon adaptaron el relato al teatro (The suit), que ahora nos llega en la versión francesa de Marie-Hélène Estienne, la colaboradora habitual de Peter Brook. - 2. "¡Hasta sus pies reían!". A raíz del estreno en Bouffes du Nord, Michel Cournot escribía en Le Monde: "Es el paraíso del teatro en las primeras horas del Génesis. Nada está osificado, cosificado; todo es signo de vida, todo es libertad, en los ojos, en el corazón, por la gracia de un escritor negro muerto en el exilio a quien el mago Peter Brook ha tomado de la mano". Le costume ha llegado al Teatre de Salt con algunos cambios en el reparto. A Marianne Jean-Baptiste, la Mathilda original, la sustituye Tanya Moodie, una actriz portentosa, formada en la Royal Shakespeare y con Declan Donnellan, capaz de expresar un cambio psicológico en el tiempo de un parpadeo; Hubert Kounde reemplaza a Bakary Sangaré en el rol de Philemon. Permanece, como un tótem, el elegantísimo Sotigui Kouyaté, un Giacometti ambulante, el inolvidable Bixma del Mahabharata, el Próspero de La tempête, que encarna a Maphikela, el griot, el narrador de "la triste historia de Philemon y Mathilda", mitad voz de la tribu, mitad -al abrirle los ojos a Philemon sobre el adulterio- involuntario causante de la tragedia.

El espacio -una alfombra, una cama cubierta de una tela naranja, una mesa, dos sillas- es la casa de Mathilda y Philemon, y también las calles de Sophiatown, y un autobús atestado, o el cabaret de tres al cuarto en el que Mathilda canta, con la voz de Myriam Makeba, la vieja tonada de Jeux interdits. (A su modo, Le costume es un pequeño musical: los actores cantan y bailan, y las canciones -A tisket, a tasket, de Ella Fitzgerald, o Be my guest, de los Manhattan Brothers- están perfectamente integradas en la acción). El teatro de Brook es un espacio esencial, habitado por la palabra y, sobre todo, el cuerpo del actor. Hay aquí una prodigiosa mímica naturalista, para fingir un desayuno, una máquina de coser imaginaria, o la sacudida eléctrica de los celos abatiéndose sobre Philemon.

Desde que en 1972 recorrió África con sus carpet shows, explorando las formas tradicionales del cuento, Brook ha mantenido su fascinación por los actores de raza negra, por su extraordinaria energía, por la amplitud de sus registros. "Actúan con todo el cuerpo", le contaba a Fabienne Pascaud en Télérama, "y no sólo con el rostro, como a menudo sucede con los actores occidentales. Recuerdo la primera vez que descubrí eso, a los 17 años, en el metro de Londres. Delante de mí había una pareja de negros riendo a carcajadas y todo su cuerpo reía... ¡hasta sus pies reían! Siempre he buscado reencontrar esa animación natural del cuerpo, que los niños occidentales comienzan a perder a partir de los tres años, quizá porque les obligan a estar imóviles en la escuela o pasan demasiadas horas frente al televisor. En África, incluso hoy, la vida cotidiana no se separa de la naturaleza, de las tradiciones, de los rituales, de las realidades básicas".

Todo es claro, puro, popular y profundo en Le costume; comunicativo y con un gran rigor en los gestos: la simplicidad extrema del virtuoso. En los brazos de Mathilda, el traje parece una criatura viva, que la abraza, la acaricia, en la formidable escena del baile. Y a Sotigui Kouyaté le basta con ponerse un sombrero de señora y depositar su largo cuerpo en una silla, y sonreír de determinada manera, para convertirse en una viejecita africana, en la conmovedora escena del club social, cuando Mathilda cree, ingenuamente, que al fin las cosas han cambiado, que podrá escapar de su prisión. Después, Mathilda organiza una fiesta en su casa, y tenemos la sensación de ver el salón lleno de invitados, y no hay más que tres actores, entrando, saliendo, moviéndose, como en la escena del naufragio de La tempête, como en la batalla del Mahabharata. En un instante de crueldad infinita, Philemon coloca el traje, a la vista de todos, en el centro de la sala, y ordena a Mathilda que le de la comida. Esa misma noche, después de una borrachera, cuando Philemon vuelve a casa, dispuesto a pedirle perdón, ella está muerta, con el corazón roto por la humillación. En un grito desgarrador, el marido llama a Maphikela como se invoca a un dios: el personaje llamando a su narrador. Aparece Maphikela, con el rostro ensombrecido: "¿Qui m'a appelé? ¿Qui a crié mon nom?". Oscuridad, fin de Le costume. Y el público puesto en pie, y los actores saliendo a saludar tres, cuatro, seis veces, y devolviendo los aplausos, en el pequeño y atestado teatro de Salt.

- 3. Una forma de alegría. Peter Brook tiene 75 años y la mirada de un niño, de un niño que ha vivido varias vidas. Como Rohmer. Como Rivette. Su método de trabajo: "Al principio", le cuenta a Fabienne Pascaud, "lo planificaba todo, hasta el menor detalle. Ahora lo que busco es crear un cierto clima de trabajo basado en el placer de la búsqueda, del descubrimiento. Un ensayo es una prueba. Probamos. Al acabar el día, vemos lo que hemos hecho. Y al día siguiente nos decimos: 'Eso estaba bien para ayer, hoy vamos a buscar en otra dirección'. Y lo cambiamos todo, todo el tiempo. Poco a poco, el juego se decanta. Y lo que no nos sirve queda atrás". Y estas sapientísimas palabras: "Para mí el teatro no es un arte, sino una forma de alegría viva y directa. Mi único objetivo es que al acabar el espectáculo el público se sienta mejor. El teatro ha de ser como un buen restaurante, del que se sale satisfecho, o un buen acontecimiento deportivo, en el que los actores exhalan energía. El teatro no es intelectual. Es un fugitivo destello de vida que nos recuerda que en el mundo nada es lineal, ni permanente, ni simple". Le costume acaba en tragedia, en desesperación, pero salimos maravillados porque, con tan pocos medios, Brook y sus actores nos han comunicado una sorprendente gama de emociones.

PD: Dos recomendaciones. Hilos del tiempo (Threads of time), la autobiografía de Brook, que acaba de aparecer, en castellano, en Siruela. Y un clásico reeditado: Conference of the birds-The story of Peter Brook in Africa, de John Heilpern, el crítico del New York Observer, en Routledge (www.routledge.com).

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