El Valencia cambia el balón por las atracciones

"Con los pies en el suelo estoy más seguro", reconocía el jugador francés del Valencia Didier Deschamps al ver la inmensa Montaña Rusa. "Yo es que ya me he montado", se excusaba Héctor Cúper, técnico valencianista.Por unas horas, jugadores y técnicos del Valencia regresaron ayer a su infancia y cambiaron el balón por las atracciones del parque temático Terra Mítica, en Benidorm. Allí, Mendieta y Kily González ganaron la apuesta a sus compañeros sobre quiénes eran los más atrevidos del equipo. Parecían Zipi y Zape, uno rubio y uno moreno, siempre juntos y gastando bromas a sus compañeros. Como ...

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"Con los pies en el suelo estoy más seguro", reconocía el jugador francés del Valencia Didier Deschamps al ver la inmensa Montaña Rusa. "Yo es que ya me he montado", se excusaba Héctor Cúper, técnico valencianista.Por unas horas, jugadores y técnicos del Valencia regresaron ayer a su infancia y cambiaron el balón por las atracciones del parque temático Terra Mítica, en Benidorm. Allí, Mendieta y Kily González ganaron la apuesta a sus compañeros sobre quiénes eran los más atrevidos del equipo. Parecían Zipi y Zape, uno rubio y uno moreno, siempre juntos y gastando bromas a sus compañeros. Como a Sánchez, con quien se ensañaron.

Cuando llegaron al Ave Fénix, fue el momento de dejar claro quién era el más lanzado. Kily González, claro, tomó el mando del grupo. "¡Que suba el entrenador!", decía el centrocampista. Pero Cúper puso rápidamente tierra de por medio adivinando lo que le esperaba. Los jugadores más veteranos, como Deschamps, Pellegrino o Djukic, prefirieron verlo desde abajo.

Donde no se escapó nadie fue en la Montaña Rusa. Subieron todos, menos Cúper. ¿Dónde estaba el técnico argentino? Curiosa fue la reacción de Carew (1,97 de altura) cuando vio los asientos: "I'm too big [Soy demasiado grande]".

El tren arrancó finalmente y, cuando regresó, las caras de los jugadores lo decían todo: Palop y Diego Alonso se echaban la mano al corazón, Angloma se miraba atónito las palmas de la fuerza que había hecho para sujetarse a la silla, y Ayala se secaba el sudor. Todos quedaron impresionatos, menos el italiano Amedeo Carboni, elegantemente vestido, que bajó como si nada.

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