Tribuna:FÚTBOL Quinta jornada de Liga. SAQUE DE ESQUINA - JULIO CÉSAR IGLESIAS

Huesos de oro, mandíbula de cristal

Hace unos días, Pep Guardiola se puso los galones de capitán y le recomendó a Rivaldo que temple los nervios, suelte los músculos y espere la llegada de la pelota como el gato espera a los gorriones al abrigo de la chimenea: con una mezcla de concentración y paciencia. No se trata, dice Guardiola, de inventar el fútbol en cada recorte ni de convertir cada jugada en el gol del año, sino de tomar posiciones con naturalidad y de descifrar sin prisa los arcanos del juego. Tiene toda la razón en el diagnóstico y en la receta; sabe que Rivaldo es un excedente de catálogo, una de esas excepciones tro...

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Hace unos días, Pep Guardiola se puso los galones de capitán y le recomendó a Rivaldo que temple los nervios, suelte los músculos y espere la llegada de la pelota como el gato espera a los gorriones al abrigo de la chimenea: con una mezcla de concentración y paciencia. No se trata, dice Guardiola, de inventar el fútbol en cada recorte ni de convertir cada jugada en el gol del año, sino de tomar posiciones con naturalidad y de descifrar sin prisa los arcanos del juego. Tiene toda la razón en el diagnóstico y en la receta; sabe que Rivaldo es un excedente de catálogo, una de esas excepciones tropicales que es imposible clasificar y, aún más, un deportista ajeno a cualquier forma de disciplina.Basta con acudir a sus orígenes para entenderlo. Desde su etapa juvenil, Vitor Borba Ferreira fue la expresión exacta del genuino crack brasileño. Según la leyenda nació en una sórdida favela donde los hermanos eran sencillamente competidores. Luchaban por su centímetro cuadrado y, a falta de libros y monedas, practicaban el álgebra contándose los garbanzos. Tal situación sólo puede inspirar en cualquier niño medianamente sano un impulso de huida y, como se sabe, los niños del Brasil buscan siempre una salida por Maracaná.

En la vida del menino Vitor Borba se repetía, pues, una terrible ecuación: el alimento disponible nunca era proporcional al hambre. Todo lo demás fue únicamente la traslación de un lúgubre modelo matemático a la biología; sus huesos apenas tuvieron el tiempo justo para calcificar, y su musculatura, apenas el tiempo justo para consolidarse. Poco después comenzó su entrenamiento básico: por un prodigioso reflejo de supervivencia logró reunir las energías necesarias para recorrer, unas veces a pie y otras andando, los veinticinco kilómetros que le separaban de su primera cancha. Como otros veinte millones de garotos de distintas procedencias, complexiones y temperamentos se evadía de la miseria persiguiendo a Pelé.

No se sabe si fue entonces cuando tomó las hechuras que hoy le conocemos, pero ese desgarbado tranco de marchador y ese latigazo de la cadera no representan una mutación afortunada, sino una anomalía de la nutrición: la evidencia de que nunca consiguió comer tan rápidamente como crecía. Luego, forzado por sus propias imperfecciones, hizo de la necesidad virtud. Incorporó un repertorio inédito de diabluras; recreó la variante zurda de Garrincha, la variante chueca de Sócrates, la diagonal de Rivelinho y el fogonazo de Eder. Cuando quisimos darnos cuenta se había convertido en un futbolista incomparable, pero incorregible.

En realidad, Guardiola, siempre tan previsor, se ha limitado a leerle en un solo viaje el pasado y el futuro.

En la misma jugada ha enviado a todos, artista y espectadores, un mensaje de ida y vuelta: Rivaldo debe esperar la inspiración, nosotros debemos esperar a Rivaldo.

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