Tribuna:CUADERNO DE TEATRO

Hollywood Boulevard MARCOS ORDÓÑEZ

- 1. Speed-the-plow, un retrato del corazón de Hollywood pintado al vitriolo por David Mamet -Taurons, en su actual versión catalana-, se estrenó en mayo de 1988 en el neoyorquino Royale Theater, en una producción del Lincoln Center dirigida por Gregory Mosher, con Joe Mantegna (uno de los actores fetiche de Mamet), Ron Silver y, sorpresa, Madonna en su debut (y despedida) teatral. Speed-the-plow se convirtió en "la obra de Madonna", un buen ejemplo de cómo una estrella en el reparto puede descompensar toda la producción, aunque la respuesta de Mamet fue muy buena -...

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- 1. Speed-the-plow, un retrato del corazón de Hollywood pintado al vitriolo por David Mamet -Taurons, en su actual versión catalana-, se estrenó en mayo de 1988 en el neoyorquino Royale Theater, en una producción del Lincoln Center dirigida por Gregory Mosher, con Joe Mantegna (uno de los actores fetiche de Mamet), Ron Silver y, sorpresa, Madonna en su debut (y despedida) teatral. Speed-the-plow se convirtió en "la obra de Madonna", un buen ejemplo de cómo una estrella en el reparto puede descompensar toda la producción, aunque la respuesta de Mamet fue muy buena -y muy cínica: "She din't unbalance the play. She unbalanced the press"-. Al año siguiente, Mosher la dirigió de nuevo en el Lyttelton (NT) de Londres, con Colin Stinton, Alfred Molina y Rebeca Pidgeon, quien, por cierto -nota de sociedad-, se convertiría en la señora Mamet a raíz de su encuentro en ese montaje. En enero de 1991, Ricard Reguant la estrenó en el teatro Goya de Barcelona con el título de No val a badar, en versión de Josep Costa, protagonizada por Josep Torrents, Pep Munné y Silvia Sabaté. Fue, si no recuerdo mal, la primera comedia de Mamet que se veía en Cataluña. Cuatro años más tarde, hubo una versión castellana de Fermín Cabal, ¡Métele caña!, en el Teatro de la Abadía de Madrid, con Santiago Ramos; ninguno de los dos montajes tuvo demasiado éxito. Han pasado cinco años y Speed-the-plow (una locución inglesa equivalente al castizo "¡adelante con los faroles!") ha vuelto a los escenarios. El pasado mes de abril se montaba de nuevo en Londres, en el New Ambassadors, dirigida por Peter Gill, con Mark Strong, Kimberley Williams y, sorpresa local, el dramaturgo Patrick (Closer) Marber; en Barcelona acaba de presentarse en la Villarroel, con Lluís Homar, Mia Esteve y Andreu Benito, a las órdenes de Ferran Madico, en una buena traducción de Costa; la misma, imagino, que utilizó Reguant. - 2. El público catalán ya conoce el portentoso oído de Mamet para atrapar al vuelo los giros del lenguaje coloquial, escandir con metrónomo sus ritmos y estilizarlos sin perder el sentido de la realidad. Con Speed-the-plow, la sátira negra y el humor centelleante entraron por primera vez (y a una velocidad endiablada) en su obra, hasta entonces recorrida por humores más elípticos o metafóricos. No crea el espectador, sin embargo, que va a encontrarse con una crónica de intrigas hollywoodienses como The front page lo fue de las intrigas periodísticas: Taurons, pese a la engañosa transparencia de su superficie, es un amargo cuento moral tan secretamente ambiguo como The shawl, que montó Mesalles, y The cryptogram, que dirigió Belbel en el Teatre Nacional; dos obras con las que podría formar una trilogía bajo el doble signo de la traición y la revelación.

Por otro lado, Gould y Fox, los productores de Taurons, no son muy distintos de los chorizos de poca monta de American Buffalo, los vendedores de parcelas de Glengarry Glen Ross o los timadores de Casa de juegos: la intriga, la combinazione, es su carburante vital, y la soledad y el miedo, sus pies de barro. Bobby Gould (Lluís Homar) es un veterano productor de segunda fila que acaba de alcanzar un cargo de poder en los estudios (dar vía libre a los proyectos "adecuados") y a quien su segundo de a bordo, Charlie Fox (Andreu Benito), cuyo trabajo ha consistido en "lamerle el culo durante 10 años", le trae, en bandeja de plata, el negocio del año: producir una buddy movie con el Bruce Willis del momento. Fox y Gould ya están calculando el diámetro de sus piscinas futuras cuando se percatan de que Karen (Mia Esteve), la nueva secretaria, no está nada mal. Gould está convencido de poder beneficiársela por su mero "encanto viril"; Fox le dice que si lo consigue será tan sólo por el sillón que ocupa. Apuestan 500 pavos y Gould echa mano de la apocalíptica novela de "an Eastern sissy writer" (la pesadilla de cualquier productor: una alegoría sobre "radiación, redención y el fin de la civilización occidental") para camelarse a Karen: le pide que escriba un informe sobre la novela y que se lo lleve a su casa esa misma noche.

El segundo acto, un mano a mano entre Karen y Gould, supone un radical cambio de ritmo y de tono. Contra todo pronóstico, Gould queda desarmado por la presunta inocencia de la muchacha, que defiende apasionadamente el libro, en el que ve un canto "sobre la necesidad de amor". Hasta tal punto que, a la mañana siguiente, cuando llega Fox -tercer acto-, Gould le dice que no promoverá la buddy movie, sino la alegoría apocalíptica. El foco inicial se ha desplazado, en una de las típicas estrategias de Mamet. La pregunta que hacerse entonces es: ¿Karen es una trepadora, una loca mística o un ángel de redención? Precisaré mi pregunta, señoría: ¿no será un ángel de redención camuflado de trepadora y/o loca mística? En The shawl, la obra anterior a Speed-the-plow, la "revelación" de una visión esotérica llegaba a través de un falso adivino que desconocía sus propios poderes, hijo de un dios burlón que escribe derecho con renglones torcidos.

En una comedia de Howard Hawks, esos tres personajes habrían acabado haciendo películas juntos. En el mundo de Mamet, siempre hay un personaje que no puede tolerar esa pregunta. Porque no tiene sentido para él o porque, simplemente, no puede permitírsela. Ese personaje es Charles Fox. Hemos visto la otra cara de Gould; ahora conoceremos la de Fox. Nueva mutación: el perrillo se convierte en un mastín dispuesto a no dejar escapar su bocado y a hacerle pagar a Gould toda su hambre atrasada. No llegamos a saber si Gould ha vivido una auténtica iluminación espiritual o si es tan mediocre que hasta sus sueños lo son y se cree lo que se quiere creer. Para Fox, todo eso da igual. Fox es el pragmatismo en estado salvaje.

¿Realmente Karen ha logrado convencer a su socio de que tanto ella como el maldito libro encarnan una forma de pureza perdida, de que ella no es una trepadora que utiliza el arma más vieja del mundo, de que Gould la ha seducido por sí mismo y no por el cargo, de que puede permitirse dar luz verde a un proyecto que "le regenere espiritualmente"? No, no puede permitírselo. Hay demasiado dinero en juego como para dejar escapar la buddy movie. Para impedirlo, Fox tumba a Gould de un puñetazo y acto seguido destruye su sueño, aniquilando a Karen con sus propias armas (la honestidad por encima de todo), con la contundencia y la ferocidad de un abogado sureño. Despejado el camino a la cima, Fox y Gould brindan por su venturoso futuro: una interminable ristra de infectas y millonarias buddy movies.

- 3. Para que esta obra funcione ha de ir mucho más allá de la sátira arquetípica, porque, como se ve, ninguno de los tres personajes es de una sola pieza. Hemos de percibir el verdadero desconcierto y la vulnerabilidad de Gould; el estallido final de Fox -tan parecido al ataque de cólera arrasadora de Teach en American Buffalo- ha de mostrar toda la furia del perdedor que ve escaparse su último tren. Y Karen, mitad Judy Holiday mitad Juana de Arco, ha de ser un enigma dentro de un enigma, a caballo, justamente como Madonna, entre Like a virgin y Material girl.

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Todo eso es lo que han conseguido Ferran Madico y sus tres formidables intérpretes. Lluís Homar, que la pasada temporada nos ofreció un Hamlet muy desigual (quizá porque "no se puede estar al plato y a las tajás", como decía mi abuela), sorprende en Taurons con un afinadísimo trabajo de comedia, para mi gusto el mejor de su carrera, con un gran sentido del ritmo, una especial habilidad para calzar las réplicas (y un sorprendente parecido a Kelsey Grammer, el protagonista de Frasier), que hace olvidar algunos pequeños deslices artificiosos en los constantes y difíciles picados de la partitura de Mamet. Andreu Benito y Mia Esteve están, para mi gusto, simplemente inmejorables.

Soberbia también, en su simplicidad, la escenografía de Max Glaenzel y Estel Cristiá, especialmente el bungalow de Gould, que consigue su atmósfera con cuatro elementos y, gentileza de Ignasi Morros, uno de los mejores iluminadores del país, con una perfecta luz de piscina reflejándose en su techo, que baña de una irrealidad casi onírica todo el segundo acto.

Es éste un montaje en el que no sobra ni falta nada, desde la banda sonora -que arranca con Hurrah for Hollywood! y culmina, como no podía ser menos, con un sarcástico There's no bussiness like show bussiness- y que incluso utiliza a su favor, y muy imaginativamente, la pausa para cambiar del decorado, jugando con un fuera de campo que convierte la obra que estamos viendo en el rodaje de una película. Taurons es un nuevo paso adelante en la trayectoria, cada vez más firme, de Ferran Madico, quien, tras los triunfos de L'héroe, Molt soroll per no res y Tots eren fills meus, se confirma como uno de nuestros mejores directores. Y uno de los mejores espectáculos de la temporada: corran a verlo.

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