Tribuna:La resaca de la 35ª jornada

Descenso de conciencia

Tan sólo ocho equipos han sido capaces de ganar alguna vez la Liga. Ocho de 54, que son los que han pisado ya la máxima categoría en 69 años de historia. Y de esos ocho, de ese reducido grupo de escogidos, tres caminan decididos hacia la Segunda División. Nunca el campeonato había recibido un golpe de semejante envergadura.El descenso de uno, el Sevilla, es oficial, seguro, irremediable. La desgracia de los otros dos es evitable aún desde la aritmética, pero la realidad cuenta que tampoco tiene mucha vuelta de hoja. El Atlético gastó el sábado, ante el Barcelona, su última bala. Se disparó a s...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Tan sólo ocho equipos han sido capaces de ganar alguna vez la Liga. Ocho de 54, que son los que han pisado ya la máxima categoría en 69 años de historia. Y de esos ocho, de ese reducido grupo de escogidos, tres caminan decididos hacia la Segunda División. Nunca el campeonato había recibido un golpe de semejante envergadura.El descenso de uno, el Sevilla, es oficial, seguro, irremediable. La desgracia de los otros dos es evitable aún desde la aritmética, pero la realidad cuenta que tampoco tiene mucha vuelta de hoja. El Atlético gastó el sábado, ante el Barcelona, su última bala. Se disparó a sí mismo, como lleva haciendo todo el curso. Y el Betis se suicidó igualmente, aplastado el domingo por un Mallorca debidamente estimulado. Pero además lo remataron a traición desde otro escenario: el Sánchez Pizjuán, la casa del vecino, de un mal vecino. Y tal vez no habría hecho falta.

Probablemente el conjunto andaluz se habría ido a Segunda de todas todas, como justo castigo a una temporada deplorable; seguramente el Oviedo habría ganado también al Sevilla en condiciones de igualdad. Pero allí, en el Sánchez Pizjuán, fue el Sevilla el que decidió que fuera precisamente el Betis uno de sus compañeros de viaje. Se abrió de par en par ante el Oviedo para concederle un triunfo que aseguraba su propio descenso, pero que, sobre todo, ponía contra las cuerdas a su máximo rival. Era una especie de consuelo -el célebre mal de muchos- y de venganza por un episodio similar -en la temporada 1996-97, cuando el Betis autorizó un triunfo del Sporting en la última jornada para ayudar al descenso del Sevilla-. Era un gesto para sentir vergüenza, en suma. No tanto por el entusiasmo con el que lo celebraron los seguidores hispalenses -de alguna forma comprensible- como por la pasividad indigna de los futbolistas. Los jugadores no deberían entrar jamás en cuestiones sólo tolerables en la barra de un café.

Pero los del Sevilla entraron. Tal vez no fue una actitud unánime, pero sí mayoritaria. Y la imagen de esta plantilla, dañada ya por su recorrido deportivo en la temporada, quedará ensuciada de por vida. De por vida, por mucho que el suceso pase de puntillas e impune por el campeonato. Ensuciada de por vida, por mucho que este disparatado mundo del fútbol incluso le ponga cara de complicidad y comprensión.

Seguro que las concesiones del Sevilla accederán al anecdotario de la Liga, no a su historial delictivo -de hecho, la Federación ya ha avanzado que son comportamientos difíciles de demostrar y, por tanto, de sancionar- Da lo mismo. Los jugadores del Sevilla saben lo que han hecho.

El Betis se irá a Segunda -para evitarlo tiene que sumar seis puntos más que Oviedo o Numancia en tres jornadas-. Y como Atlético y Sevilla, por méritos propios. En un año, todos estarán obligados a recuperar su sitio en Primera. Pero los jugadores del Sevilla deben, además, lavar su conciencia. Algo mucho más difícil de arreglar que un descenso.

Archivado En