'Tomboleros'

Por causas nada ajenas a la programación, Tómbola, el programa más cultural de este país, sigue siendo líder de audiencia. Tanto que, a este paso, dentro de nada los responsables de La 2 de TVE acabarán por pedir autorización a Televisión Valenciana para poder emitirlo. Razones no parece que falten.Jesús Mariñas, vividor donde los haya y donde le dejan, con su peculiar voz y ese bigote hormiguero que le delata, disfruta humillando a los cuatro pobres diablos que semana tras semana acuden al programa a hacer su vendimia particular. Presume de saberlo todo y pasaría por encima de su propio cadáv...

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Por causas nada ajenas a la programación, Tómbola, el programa más cultural de este país, sigue siendo líder de audiencia. Tanto que, a este paso, dentro de nada los responsables de La 2 de TVE acabarán por pedir autorización a Televisión Valenciana para poder emitirlo. Razones no parece que falten.Jesús Mariñas, vividor donde los haya y donde le dejan, con su peculiar voz y ese bigote hormiguero que le delata, disfruta humillando a los cuatro pobres diablos que semana tras semana acuden al programa a hacer su vendimia particular. Presume de saberlo todo y pasaría por encima de su propio cadáver con tal de ser el primer cotilla en contarlo. Su procaz vocabulario, imposible de superar incluso por Camilo José Cela -el mismo que de un certero sopapo le echó de bruces dentro de una piscina marbellí sólo por querer hacerse el graciosillo con él.

Si son sus amigos (diablos, pero no pobres) los Pocholitos, Bofillitos y Carmencitas quienes se sientan en el plató, no tiene el menor empacho en defender sus vaciedades con uñas y dientes. Claro que ellos conocen como nadie sus escasas virtudes y sus múltiples miserias. Meses atrás, Apeles, otro que tal, le puso sobre las cuerdas con una corta pero lapidaria frase sobre su vida privada. La farsa se consuma con las artificiales peleas que mantiene con su compañera Karmele Merchante. Una esforzada periodista empeñada en convertirse en el peor enemigo de cualquiera.

La galería de cotillas profesionales se completa con Ángel Antonio y Lydia Lozano. El primero, cada vez que abre la boca, intenta, con escaso éxito, sentar cátedra de cómo ejercer un periodismo supuestamente agresivo. La segunda está muy cerca de aquella decadente actriz secundaria neoyorquina a la que Coppola definió como maquillada hasta los dientes. Aunque su obsesión por que no se le descomponga la figura y, sobre todo, el chal, casi la hace parecer entrañable. Las intermitentes apariciones de Giménez Arnau le convierten en el estrambote de un grupo que, por instantes, recuerda a un coro de loros.

La directora de semejante feria, de quien sólo se sabe que tiene las piernas bonitas, según se encarga de recordarnos semanalmente el presentador Ximo Rovira, debería plantearse seriamente su continuidad al frente del programa si no quiere acabar en un balneario para reponerse de las pesadillas que acabarán por provocarle unos paniaguados que sólo buscan llenarse sus bolsillos con el dinero de todos los contribuyentes.

Semejante basura televisiva se justifica con el supremo argumento de la audiencia. Un razonamiento que, llevado al absurdo, explicaría sobradamente la retransmisión en vivo y en directo de una degollina, la violencia doméstica o una violación múltiple. Parece una exageración; pero si el dios de la audiencia, si el sofres de cada día, conduce al desbarre absoluto, no nos extrañemos por la comisión de semejantes disparates. Aunque se produzcan en una televisión pública que fue creada con unos objetivos que nada tiene que ver con estos tomboleros.

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