Editorial:

Rambo, en Eslovaquia

En la Europa aglutinada en torno a los valores compartidos por los quince, es cuando menos insólito que una unidad enmascarada de la policía asalte con explosivos la casa de un ex primer ministro para llevárselo a declarar. Pero es lo que sucedió el jueves en Eslovaquia, gobernada desde hace dos años por una coalición liberal empeñada en devolver al pequeño país centroeuropeo a los usos democráticos. La unidad de comandos violentó la residencia de Vladímir Meciar, y, en medio de un despliegue prebélico, se lo llevó a Bratislava, la capital, donde ha sido acusado de abuso de poder y fraude ante...

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En la Europa aglutinada en torno a los valores compartidos por los quince, es cuando menos insólito que una unidad enmascarada de la policía asalte con explosivos la casa de un ex primer ministro para llevárselo a declarar. Pero es lo que sucedió el jueves en Eslovaquia, gobernada desde hace dos años por una coalición liberal empeñada en devolver al pequeño país centroeuropeo a los usos democráticos. La unidad de comandos violentó la residencia de Vladímir Meciar, y, en medio de un despliegue prebélico, se lo llevó a Bratislava, la capital, donde ha sido acusado de abuso de poder y fraude antes de ser puesto en libertad provisional. El ex jefe de Gobierno había ignorado durante meses sucesivos requerimientos para comparecer ante la policía.Hasta su destronamiento electoral en 1998, y durante siete años, el padre de la independencia eslovaca se mofó de las instituciones y pervirtió mediante el abuso y los procedimientos autoritarios todos los mecanismos del sistema democrático en su país. Socavó la jefatura del Estado -ocupada por su enemigo jurado Michal Kovac-, orquestó el secuestro del hijo de éste por los servicios secretos, se deshizo por procedimientos expeditivos de adversarios políticos y repartió entre sus amigos los beneficios de la privatización económica de la que fuera mitad de Checoslovaquia hasta su divorcio pacífico en 1993. El talante del ex primer ministro puso a su país en el congelador de los aspirantes a ingresar en la UE y la OTAN, donde ha permanecido hasta el triunfo de la frágil alianza encabezada por Mikulas Dzurinda. Todavía hoy, sin embargo, el partido del carismático Meciar, HZDS, aventaja a todos en popularidad, con cerca del 30% de la intención de voto.

Entre los antiguos países comunistas de Europa, Eslovaquia es uno de los menos afianzados políticamente. Su situación precaria en este terreno debe mucho a los inaceptables métodos de Meciar. Por eso, sus nuevos gobernantes, que han hecho de la incorporación al código de valores de la UE su objetivo prioritario, y a los que Aznar recientemente prometía el apoyo de España, no pueden ni siquiera en apariencia aproximarse a los usos del que fuera hombre fuerte del país. Acciones como las del jueves, que inmediatamente movilizaron a los más combativos partidarios de Meciar, no sólo pueden hacer peligrar la endeble estabilidad eslovaca. Desdicen, además, a quienes durante años, y como oposición, proclamaron el imperio de la ley como valor supremo de su acción de gobierno.

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