Tribuna:

El ejemplo Anguita

Qué felices pudo prometérselas el PSOE de los años 80 cuando Adolfo Suárez quedó fuera de la competición y la UCD saltó por los aires mientras la derecha imaginaba que bajo sus banderas, más o menos de siempre, se agruparía la llamada mayoría natural. Entonces todo fueron reconocimientos a una oposición, la de Alianza Popular, y a un líder, Manuel Fraga, que representaban la suma de un imposible lógico como alternativa de Gobierno y garantizaban el mantenimiento indefinido de esa fuerza en la inferioridad de minoría irremediable. No sólo por eso, pero también por eso, los socialistas triunfant...

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Qué felices pudo prometérselas el PSOE de los años 80 cuando Adolfo Suárez quedó fuera de la competición y la UCD saltó por los aires mientras la derecha imaginaba que bajo sus banderas, más o menos de siempre, se agruparía la llamada mayoría natural. Entonces todo fueron reconocimientos a una oposición, la de Alianza Popular, y a un líder, Manuel Fraga, que representaban la suma de un imposible lógico como alternativa de Gobierno y garantizaban el mantenimiento indefinido de esa fuerza en la inferioridad de minoría irremediable. No sólo por eso, pero también por eso, los socialistas triunfantes del 28-10-82 idearon gozosos el status de líder de la oposición para ofrecérselo a Fraga. Cada día competían, además, en hacerle nuevos reconocimientos, como aquél tan reiterado de que le cabía el Estado en la cabeza.Todo ello, en abierto contraste con cuanto le habían negado a Suárez, aquél que sin la pizarra de Guerra en Suresnes, ni la de don Pedro Sáinz Rodríguez en Estoril, ni la de Torcuato Fernández Miranda en Madrid, que sin cuaderno azul que valiera, había sido decisivo por su arrojo y su temperamento para la recuperación de la democracia y de las libertades públicas. Suárez, que aceptaba el castigo sin rencor y que siempre cuidaba de que el juego político atrajera a todos, que todos pidieran cartas, que todos tuvieran probabilidades reales de discutirle el poder, que nadie se sintiera descalificado. Porque, por encima de su condición de contendiente, se sentía también inventor del parchís y se atenía a la convicción de que el sistema naciente era incompatible con hacer solitarios. El mismo que apostó por el PSOE de Felipe González cuando una versión más radicalizada hubiera podido prorrogar su estancia en La Moncloa.

Años tardó la derecha, después de abjurar de Suárez, en advertir que fuera del centro no hay victoria electoral y en copiar el modelo de partido disciplinado que tanto admiraban como un logro efectivo de Alfonso Guerra en el PSOE. Y ahora sucede que, mientras el PSOE se problematiza, el guerrismo-leninismo se ha reencarnado en el PP, donde impera el pánico al lider especializado en pulverizar pronósticos. Porque ¿hay algo más parecido al apócrifo atribuido a Guerra, según el cual el que se mueva no sale en la foto, que ese cuaderno de tapas azules de José María Aznar, donde está cifrado el porvenir de todos?

Pero, a partir del 89, mucho antes de la victoria por mayoría y como parte de la estrategia para lograrla, el PP se formó también una cierta idea de la oposición que sería deseable tener cuando llegara al Gobierno como garantía de una larga estancia en sus palacios. Por eso fue izada Izquierda Unida y su coordinador general, Julio Anguita, al que se dispensaron toda suerte de honores y alabanzas en contraste con las corrupciones incesantes que se predicaban del PSOE y de su líder, Felipe González, vituperado como conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno. Del mismo modo que los socialistas en el poder habían propugnado una amnesia de conveniencia sobre los peores momentos del Fraga energúmeno, aparente generosidad con la que se reservaban invalidar cuando hiciera falta a su competidor, los del PP se han aprestado a la exaltación de un oponente prefabricado del que borraron cuidadosamente cualquier referencia al Partido Comunista. Edificaron así una figura de Anguita entre Juan el Bautista y el poverello de Asís, imagen profética de la austeridad, empeñado en fustigar sobre todo a quienes usaban en vano el nombre de la izquierda, es decir, a la abominación socialista.

Por eso, qué interesante fue observar, con ocasión del pacto de Almunia-Frutos, el recurso a los fantasmas del partido comunista, del que de nuevo toda perversidad podía esperarse después de años de apariencia inofensiva. Pero ahora las urnas han dejado inservible el juguete tras una exhibición de inesperadas miserias. Digámoslo claro, ni Santiago Carrillo ni Gerardo Iglesias tuvieron a su disposición un chalé con jardín en Ciudad Lineal, ni descargaron sobre las cuentas del partido consumos de agua, electricidad y gas increíbles hasta que aparezcan las facturas correspondientes. Después de tantos años dándonos la vara, no nos merecíamos el ejemplo de Anguita. ¿Qué espera para regresar al Instituto de segunda enseñanza de Córdoba o darse de alta como columnista de donde yo me sé? ¿ Por qué se embosca como asesor del grupo parlamentario en vez de unir su suerte a los de la plantilla de IU arrojados al paro? ¿Es que se acabaron los gerardines que volvían a la mina solos?

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