Tribuna:

Epístola

En plena era de las comunicaciones electrónicas, todavía hay gente que escribe cartas. Créaselo, señor Cervera. No importa que las arcas públicas inviertan miles de millones de pesetas en informatizar hogares, despachos, colegios y hospitales. Para muchos, no hay mayor garantía de compromiso personal que la letra escrita a mano, y en original, sin mediar faxes, cables, satélites o cualesquiera otros artilugios susceptibles de trasladar mensajes de un punto a otro con tal rapidez que llegan a generar desconfianza. Por eso, en nuestras calles y plazas todavía se mantienen los buzones, y millones...

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En plena era de las comunicaciones electrónicas, todavía hay gente que escribe cartas. Créaselo, señor Cervera. No importa que las arcas públicas inviertan miles de millones de pesetas en informatizar hogares, despachos, colegios y hospitales. Para muchos, no hay mayor garantía de compromiso personal que la letra escrita a mano, y en original, sin mediar faxes, cables, satélites o cualesquiera otros artilugios susceptibles de trasladar mensajes de un punto a otro con tal rapidez que llegan a generar desconfianza. Por eso, en nuestras calles y plazas todavía se mantienen los buzones, y millones de españoles utilizan el servicio público de Correos. Escriben su carta, la introducen pulcramente doblada en sobre homologado y la franquean. Conozco a gente que vive a escasos 50 kilómetros y se cartea. Dicen que es más "personal" y "humano" este sistema de comunicación, pese a que no admite réplica en tiempo real. Aparte de los contactos telefónicos, mantienen el intercambio epistolar para no olvidarse de escribir y para intercambiar intimidades que sólo se atreven a airear ante una cuartilla en blanco.Son conscientes, sin embargo, de que esa sana costumbre tiene los años contados. Primero, porque el avance tecnológico supera costumbres que ya casi acarician con nostalgia. Ahora, no por mucho dinero, hasta es posible entablar una conversación por videoconferencia mientras disfrutas de un reconfortante baño de sales. Demasiado para quienes se confiesan incapaces de entender siquiera el funcionamiento del teléfono, que dicen es cosa de la física, y no acaban de crerse la llegada del hombre a la Luna.

Segundo, porque ya se encarga la Administración de que sus cartas se retrasen o no lleguen jamás a su destino. En el obstinado empeño de asfixiar y desprestigiar a los servicios públicos catalogados como privatizables, y no en otra puntual razón que nos quieran confesar, hay que situar el deterioro del servicio de Correos. Hoy mismo, en las oficinas de Alicante se acumulan más de medio millón de cartas. No hay personal para repartirlas.

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