Editorial:

Locura sectaria

Al menos 235 miembros de una secta se autoinmolaron el viernes en Uganda en el mayor suicidio colectivo después de la espantosa matanza originada por el envenenamiento, al parecer voluntario, de más de 900 miembros de otro grupo de fanáticos en Guayana en 1978. El fanatismo no es monopolio de nadie y muchas sociedades modernas pueden encontrar episodios de este tipo en su pasado, jalonado de crímenes y suicidios por motivaciones religiosas o ideológicas.Puede resultar chocante que no lejos de donde millones de personas intentan sobrevivir en condiciones infrahumanas, como en Mozambique u otras...

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Al menos 235 miembros de una secta se autoinmolaron el viernes en Uganda en el mayor suicidio colectivo después de la espantosa matanza originada por el envenenamiento, al parecer voluntario, de más de 900 miembros de otro grupo de fanáticos en Guayana en 1978. El fanatismo no es monopolio de nadie y muchas sociedades modernas pueden encontrar episodios de este tipo en su pasado, jalonado de crímenes y suicidios por motivaciones religiosas o ideológicas.Puede resultar chocante que no lejos de donde millones de personas intentan sobrevivir en condiciones infrahumanas, como en Mozambique u otras regiones de ese maltratado continente que es África, otros acuerden quitarse la vida por motivos o esperanzas que resultan incomprensibles. Los suicidios colectivos ocurridos en los países ricos, como el de la secta del Templo Solar en Suiza o el de Waco en Estados Unidos, suelen vincularse a los procesos de desarraigo que se originan en sociedades extremadamente competitivas. Unos pueden desesperar en soledad y otros se unen para aventuras que a veces acaban en sucesos de autodestrucción común.

Pero si es motivo de reflexión que pobres y menos pobres, a veces incluso ricos, busquen en la muerte una salida y esperanza ante la vida que viven, lo es aún más el hecho de que estas prácticas sean consecuencia del dominio destructivo que determinadas formas de fanatismo pararreligioso tienen sobre determinadas personas, en su mayoría jóvenes. Los Estados tienen el deber de velar por que individuos desequilibrados o sin escrúpulos no puedan utilizar la libertad de culto o el pretexto de la religión para llevar a la locura o incluso a la muerte a sus ciudadanos. Sea en Uganda o en Suiza.

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