Tribuna:

Los calvos al poder VICENTE VERDÚ

Lo de Arganzuela de ayer fue diferente a todo lo visto. Cualquiera sabía allí a lo que había ido, orientado de sobra por los periódicos y los avisos, pero una vez en el recinto era fácil olvidarse de que se tratara de un acto político y parecía que se aguardaba una elegante presentación de Calvin Klein. El lujo de las sillas revestidas de lona como en el Ritz, el enjambre de vigas y tubos esmaltados de blanco entre las altísimas cristaleras, el aroma de las plantas tropicales y las palmeras, los sonidos expertos, muy sensuales, del conjunto Funking Band el sol radiante o el plateado resplandor...

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Lo de Arganzuela de ayer fue diferente a todo lo visto. Cualquiera sabía allí a lo que había ido, orientado de sobra por los periódicos y los avisos, pero una vez en el recinto era fácil olvidarse de que se tratara de un acto político y parecía que se aguardaba una elegante presentación de Calvin Klein. El lujo de las sillas revestidas de lona como en el Ritz, el enjambre de vigas y tubos esmaltados de blanco entre las altísimas cristaleras, el aroma de las plantas tropicales y las palmeras, los sonidos expertos, muy sensuales, del conjunto Funking Band el sol radiante o el plateado resplandor de los grandes focos parecían anunciar la llegada de una actriz; o más. Cualquier detalle, antes de empezar, incluidas las recortadas barbas de los del PSOE o de IU, evocaban una première o un vernissage en una finca de Montenapoleone o la Rue Montaigne. Puede que exagere, pero habituados como estábamos a las congregaciones de los días pasados esto parecía una fina organización que incluso el retraso enaltecía. Por otra parte, la gente sonreía y se palmeaba al modo que sucede en los cócteles y las pasarelas. Había desde luego gente diversa pero el predominio de intelectuales, artistas, gentes del espectáculo, escritores y sectores así, confería una particular composición al ambiente y, de hecho, cuando llegaron los líderes se advirtió que no necesitaban esforzarse ni pegar gritos porque la concurrencia había llegado para brindarles su perfeccionada voluntad intelectual. Algunos perdimos, no obstante, la orientación unos momentos cuando estando presentes los candidatos, y tras cuarenta minutos de espera, Joaquín Leguina, encaramado a un micrófono, anunció que ahora iba a intervenir la cantaora Marina Heredia, vestida de rojo con lunares blancos y montada a un tablao. En esa comparecencia de Marina Heredia, muy entonada pero programada sin conveniente oportunidad, varios pensamos que el acto se les iba de las manos. Pero no. Mientras la Heredia saboreaba a fondo las vocales, los fotógrafos aprovecharon para disparar casi cien cámaras sobre las cabezas de los líderes y la gente empezó "¡que se besen!" "¡que se besen!" o cosas así. Nunca se ponderará bastante el efecto del humor en cualquier convocatoria y ayer mañana, entre la luminosidad del vivero, la alegría de la vegetación y el buen tono de la multitud, tuvimos la sensación, al concluir, de que habíamos asistido, como mínimo, a una boda. O a un fausto nacimiento que dijo Frutos, muy aseado y planchado, como Joquín Almunia, conmutada su clásica y compacta indumentaria azulmarino por un traje gris perla y una corbata disparatada, nunca atractiva pero optimista al fin. En suma, el conjunto discurrió con tono y muy buena salud. No es extraño, por tanto, que la gente allí en vez de incidir sobre la profundidad de la ideología se decidiera por la fisonomía, y que al grito "la izquierda unida jamás será vencida" ganara "¡los calvos al poder!" que, es en fin, el lenguaje más cabal para la convocatoria de nuestros días.

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