Tribuna:

Romario de portero

Hasta hace unos años, nadie cuestionaba que el secreto de un buen guardameta se escondía en sus manos. Estaban los reflejos, la agilidad y hasta la colocación, pero lo principal eran las manos, lo que al fin y al cabo, gracias al reglamento, les ponía en ventaja sobre el resto de futbolistas. Luego llegaron los cambios de normas -la imposibilidad de atrapar con los guantes las cesiones de los compañeros- y los pies empezaron a separar a los buenos porteros de los malos. La diferencia estaba en la pericia para manejar la pelota por abajo. Desde hace una semanas, sin embargo, un chaval de 18 año...

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Hasta hace unos años, nadie cuestionaba que el secreto de un buen guardameta se escondía en sus manos. Estaban los reflejos, la agilidad y hasta la colocación, pero lo principal eran las manos, lo que al fin y al cabo, gracias al reglamento, les ponía en ventaja sobre el resto de futbolistas. Luego llegaron los cambios de normas -la imposibilidad de atrapar con los guantes las cesiones de los compañeros- y los pies empezaron a separar a los buenos porteros de los malos. La diferencia estaba en la pericia para manejar la pelota por abajo. Desde hace una semanas, sin embargo, un chaval de 18 años, Iker Casillas, se está empeñando en reivindicar como básica otra parte del cuerpo humano: el corazón. Su mensaje dice que es el número de pulsaciones lo que eleva o sepulta a un portero. Él vive su profesión con el corazón en reposo, con una tranquilidad impropia tanto de su edad como de su demarcación, y por eso, contra todo pronóstico, está triunfando. Desde esa mirada, Casillas tiene más de Romario que de Maier.Al nuevo guardameta del Madrid no le altera nada. Ni el mano a mano con el delantero más afamado, ni el inminente remate de un delantero metralleta, ni el escenario más impresionante. Tampoco se le descubrió reacción alguna con los gritos de indignación de miles y miles de hinchas -que los escuchó cuando sus actuaciones se mancharon de errores-, con la mirada de desconfianza de sus propios compañeros -que también las hubo al principio, cuando cada balón que volaba cruzado desde un costado suponía la antesala de una ocasión segura del rival-, con la ferocidad de la crítica. Cualquier otro guardameta de su edad, después de sus primeras actuaciones, no se habría levantado más y, tal vez por un debú precipitado, probablemente habría tirado su carrera. Casillas, no. Casillas siguió como tal cosa, sin las emociones que demandaba su juventud, con la seguridad y la confianza de un veterano.

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El Madrid se ha encontrado de pronto un portero, un extraordinario portero. Y se lo ha encontrado tan sólo media hora después de señalarle precisamente como el problema capital del equipo, cuando el personal andaba buscando culpables: ¿Quién dejó a Illgner sin un sustituto fiable hasta dentro de un año (el cancerbero del Valladolid César no llegará al equipo hasta el 30 de junio)? ¿Quién promocionó a Bizarri (22 años) y a Casillas (18)? ¿Cómo es posible que al Madrid le meta goles cualquiera? Y a la caza de remedios, que por eso negocia con el rojiblanco Molina.

Y, de pronto, cuando el Madrid respiraba así, va Casillas y se vuelve impermeable. Resulta que ya no es tan fácil hacerle goles al equipo, que el problema actual es más bien cómo dar salida a tanto excedente -Illgner, César, Casillas, quizás Molina-, y, sobre todo, cómo resolver el dilema: fichar al mejor portero o esperar unos días a que esa condición la asuma el chico de la cantera. Mientras tanto, Casillas sigue silbando. Con tal serenidad que parece que no fuera con él la cosa. Romario con guantes.

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