Editorial:

Perder ganando

Los jubilosos generales rusos pregonan la toma de Grozni y vaticinan en breve el punto final de la guerra de Chechenia cuando se ataque a los guerrilleros en sus refugios de las montañas. El jefe del Estado en funciones, Vladímir Putin, va más allá: tras declarar la "liberación" de Grozni, acaba de prometer que para el 26 de marzo, fecha de los comicios presidenciales anticipados en los que tiene casi todas las papeletas para ganar, sus fuerzas "habrán destruido o dispersado a todos los grupos de bandidos" que operan en la república rebelde.Vista desde fuera del Kremlin, la situación es muy ot...

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Los jubilosos generales rusos pregonan la toma de Grozni y vaticinan en breve el punto final de la guerra de Chechenia cuando se ataque a los guerrilleros en sus refugios de las montañas. El jefe del Estado en funciones, Vladímir Putin, va más allá: tras declarar la "liberación" de Grozni, acaba de prometer que para el 26 de marzo, fecha de los comicios presidenciales anticipados en los que tiene casi todas las papeletas para ganar, sus fuerzas "habrán destruido o dispersado a todos los grupos de bandidos" que operan en la república rebelde.Vista desde fuera del Kremlin, la situación es muy otra. El hombre llamado a suceder a Yeltsin el mes próximo ha convertido lo que pudo haber sido una legítima operación antiterrorista en una guerra sin escrúpulos contra todo un pueblo. Y esto en el mejor de los casos, porque, cinco meses después de la oleada de sangrientos atentados en Rusia que sirvió como pretexto de la ofensiva, el Kremlin ha sido incapaz de probar que éstos se debieran al terrorismo checheno.

Lo que sí está probado es que las tropas rusas han cometido y cometen en la república mayoritariamente musulmana excesos indignos del Ejército regular de un país que se pretende democrático. Los generales de Putin han hecho de Chechenia un pueblo de refugiados, en el que miles de inocentes han caído víctimas de ataques indiscriminados o venganzas injustificables. Sus soldados han violado las leyes de la guerra y se han comportado en ocasiones como bandas de delincuentes.

Una organización pro derechos humanos poco sospechosa de tendenciosidad -Human Rights Watch, activa y certera en escenarios como Bosnia y Kosovo- acaba de desvelar que al menos 22 civiles fueron asesinados a sangre fría recientemente por soldados rusos mientras las tropas chechenas se retiraban de Grozni. Sobre esta forma abyecta de entender la guerra ilustra mucho la confirmación por el mando ruso de que, efectivamente, la semana pasada atrajo a una trampa mortal, un campo de minas, a un nutrido grupo de guerrilleros que huían de la capital y que habrían pagado 100.000 dólares a sus enemigos, como en otras ocasiones, para asegurarse una retirada franca. Centenares murieron, según la versión de Moscú.

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Es probable que la guerra de guerrillas continúe en Chechenia durante meses, sobre todo si los defensores de Grozni alcanzan las montañas sureñas. En cualquier caso, la liberación de que hablan Putin y su aparato de propaganda -la información es una víctima capital de un conflicto en el que el Kremlin ha intentado y conseguido impedir el reporterismo veraz e independiente- es, cuando menos, un sangriento sarcasmo. Moscú todavía lleva adelante una guerra de exterminio y sin principios en nombre de la amenaza chechena al corazón de unos valores que los dirigentes rusos deshonran.

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