Tribuna:

Cerdo electoral

MANUEL PERIS

Tengo por sana costumbre escribir cuando menos un artículo al año en defensa del cerdo. Ya sea saliendo al paso de su denostada gastronomía, o bien ensalzando su contribución a la medicina en general y los "xenotrasplantes" en particular o, simplemente, condenado la castración generalizada en las piaras, criticando la inseminación artificial y defendiendo su derecho a la folganza. Puedo acreditar por tanto mi admiración por estos animales.

Hago esta advertencia preliminar para que no se entienda mal lo que a continuación intentaré explicar. La historia es la siguient...

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MANUEL PERIS

Tengo por sana costumbre escribir cuando menos un artículo al año en defensa del cerdo. Ya sea saliendo al paso de su denostada gastronomía, o bien ensalzando su contribución a la medicina en general y los "xenotrasplantes" en particular o, simplemente, condenado la castración generalizada en las piaras, criticando la inseminación artificial y defendiendo su derecho a la folganza. Puedo acreditar por tanto mi admiración por estos animales.

Hago esta advertencia preliminar para que no se entienda mal lo que a continuación intentaré explicar. La historia es la siguiente. Uno tiene la impresión de que tras agotarse el acuerdo entre el Partido Popular y Unión Valenciana, que posibilitó la primera investidura de Eduardo Zaplana y el acceso de los regionalistas a muchos cargos públicos, la política valenciana ha entrado en una fase cualitativamente distinta. Se ha pasado del pacto del pollo al reparto del cerdo.

Uno tiene la impresión de que el PP ha convertido a Unión Valenciana en su cerdo doméstico a efectos electorales. Un cerdo del que todo se aprovecha para pegarse una buena panzada de votos. Hubo un precedente en Mayrén Beneyto, convertida en fiambre político, como un fino canapé de aperitivo para el atracón que vendría después. Luego empezó la crisis, murió el padre del rebaño regionalista y el PP se apropió de su oronda figura, colocada en el escaparate de la charcutería política como reclamo publicitario del festín de escaños que se avecinaba. En vísperas de los comicios, María Ángeles Ramón Llin representó el papel de solomillo electoral con denominación de origen y aquello se convirtió en un banquete de votos, mayoría absoluta.

Ahora vienen las generales y Eduardo Zaplana llega con su pan de votos debajo del brazo y algún chorizo en el saquito para ofrecerle nuevas glorias electorales a la España del PP, que no a la de Merimée, que no a la de Merimée. Al pobre cerdo de Unión Valenciana ya no le quedan jamones, ni paletillas. Está casi descabezado, pero del cerdo, ya lo dice la copla, todo se aprovecha, hasta el cubo y la osamenta. Y empieza la sangría del trasvase de dirigentes o dirigentillos, que de algunos nos hemos enterado que lo eran al anunciar su pase al PP. La voracidad de Zaplana es tan grande que Chiquillo tiene que ocultar sus listas, el menú electoral, lo que le queda del cerdo, no sea que el president diga "esta butifarra de Ontinyent para mí y esta sobrasada de la Marina y aquel tocino de Requena, también". Lo cual produce una extraña sensación, porque imagínense ustedes visitando una granja en la que el ganadero tuviera que esconder sus productos, porque no es ya que se los compren y él no los quiere vender, es que estos se le ofrecen por su cuenta: "Míreme señor que soy una chuleta muy sabrosa y me vendo barata; eh, oiga, míreme a mí, que no va encontrar una panceta tan agradecida". Me imagino al pobre Chiquillo escondiendo los restos del cerdo, observando cómo, sea cual sea el embutido, toda esta matanza electoral hace que Unión Valenciana parezca sólo una tienda de chorizos. Y no es eso.

Con este reparto del cerdo, la política valenciana parece dominada por un tratante de ganados. Y como dicen en una comedia de Wilde: no hay nada más lamentable que hablar como un tratante de ganados, sobre todo, cuando se supone, no se es un tratante de ganados.

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