Tribuna:

El precio de la cultura JOSEP MARIA MONTANER

Aunque en la imagen de Barcelona predomine su carácter de capital cultural, especialmente por el sector editorial, en este hecho existen múltiples contradicciones. En primer lugar, la constatación de que la cultura, en teoría para todos, sólo es disfrutada por una parte de la ciudadanía. Por ejemplo, si la mayor concentración de museos y teatros se produce en Ciutat Vella, las estadísticas demuestran que los usuarios provienen esencialmente del Eixample y de Sarrià-Sant Gervasi.En estas contradicciones confluyen factores diversos y complementarios que se resumen en un desinterés mutuo entre un...

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Aunque en la imagen de Barcelona predomine su carácter de capital cultural, especialmente por el sector editorial, en este hecho existen múltiples contradicciones. En primer lugar, la constatación de que la cultura, en teoría para todos, sólo es disfrutada por una parte de la ciudadanía. Por ejemplo, si la mayor concentración de museos y teatros se produce en Ciutat Vella, las estadísticas demuestran que los usuarios provienen esencialmente del Eixample y de Sarrià-Sant Gervasi.En estas contradicciones confluyen factores diversos y complementarios que se resumen en un desinterés mutuo entre una buena parte de los ciudadanos y los responsables de las políticas culturales. Mientras muchos barceloneses, cuando viajan, identifican turismo con cultura y se hartan de visitar museos, en cambio no tienen el hábito de acudir a las exposiciones en su propia ciudad. Ello comporta que cuando se consigue que llegue una muestra internacional de gran interés, como Cosmos en el Centro de Cultura Contemporanea de Barcelona, nuestra ciudad tenga una respuesta fría y minoritaria. Sólo la exposición de Magritte en la Fundació Joan Miró figura entre las 15 más visitadas en España en 1999.

Pero también hay otros factores, además del desinterés local. Uno de ellos es el alto coste de la cultura para las economías medias y modestas. Por muy subvencionada que esté una entrada para el Liceo, el Auditori o cualquier teatro, para muchos ciudadanos resulta cara. Lo mismo sucede con museos como el Picasso, el Macba o el de Historia de la Ciudad, si se visitan a menudo y con familia, con unos precios de entrada de casi 1.000 pesetas. En esto hay matices, como los precios razonables del Frederic Marès o del de las Artes Decorativas -400 pesetas- o como la gratuidad de la sala de exposiciones en La Pedrera del Centro Cultural Caixa Catalunya.

Es evidente, por lo tanto, la renuncia de la Administración a que la cultura sea más asequible. Se planifica partiendo de la premisa de que es sólo para una minoría: barceloneses y turistas ricos y cultos. De esta manera, ateniéndose a la normativa que obliga a unos precios homologados para los ciudadanos europeos, los museos y exposiciones tienen precios altos, a nivel de sueldos europeos, con pocas excepciones y recurriendo al mínimo de gratuidad: un domingo al mes. No interesa hacer accesibles los museos a más gente, ni rebajar unas entradas que sirven para financiarlos. De esta manera, ser barcelonés culto resulta muy caro. Cada vez más se planifica pensando en el visitante, por ejemplo del sur de Francia, que en el ciudadano modesto. Las alternativas para rentabilizar infraestructuras como el Auditori, el Liceo o la Fundació Joan Miró no se plantean en relación a nuestro contexto, sino pensando en el turista de recursos que para ello va a desplazarse expresamente unos días. Mientras, en otras ciudades como Sevilla o Madrid, existen evidentes atenciones para que sus ciudadanos accedan fácilmente a museos y edificios históricos. En esto el IVAM de Valencia es modélico: barato los días laborables, gratuito y abierto por la tarde todos los domingos y festivos. Aquí no ha sido posible romper la rigidez funcionarial y abrir los museos los domingos por la tarde.

Hay muchas experiencias, dentro y fuera de nuestro país, de instituciones culturales de fuerte influencia social que desmienten los argumentos de los intelectuales que justifican que la cultura interesa sólo a una minoría. Museos como el de la Ciencia o el Marítimo tienen una mayor voluntad de acercamiento al público y de sensibilizar a los niños hacia el arte, la historia y la ciencia. Difícilmente se romperá el círculo vicioso del desinterés en una ciudad en la que, además, como no hay buenos fondos -resultado del casi inexistente coleccionismo privado y público- no puede haber intercambios suculentos para atraer exposiciones atractivas.

Seguimos con una concepción decimonónica y noucentista del museo para unos iniciados, situado en edificios rehabilitados en el centro histórico, como un tesoro inevitablemente ligado al pasado. Ni se ha hecho el salto hacia una escala metropolitana de las infraestructuras culturales, ni se ha previsto potenciar una política cultural que sea contemporánea y relacional, dinámica y participativa, crítica, metropolitana y multicultural. Y la Generalitat sigue desentendiéndose de ello.

Si se construye en el área metropolitana algo que tenga que ver con cultura, generalmente está relacionado con el entretenimiento, el ocio y la tematización, según una versión ligera, superficial y consumista de la cultura. La cultura dura y pura queda para los reductos históricos de la ciudad antigua.

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En Ciutat Vella, museos como el Picasso o el Macba conviven con las viviendas de los inmigrantes, sin relación entre los edificios del saber y el entorno social. Posiblemente árabes, caribeños, filipinos o pakistaníes tienen problemas prioritarios antes de poder dedicarse a disfrutar de la cultura, pero es un mal síntoma que la ciudad funcione de manera tan desmembrada y que sólo atienda al derecho de la belleza de unos pocos.

Mientras, Barcelona va perdiendo peso cultural frente a Madrid, y otras ciudades han ido inventando nuevas instituciones, intermedias entre los extremos del museo para élites y el centro de ocio. Es cierto que la alternativa para evolucionar radica en generar una cultura de alcance internacional y también es cierto que a nivel local se empieza a subsanar el grave olvido de las bibliotecas en los barrios, que algunos centros cívicos siguen vivos y que los espacios públicos disponen de una valiosa herencia de esculturas. Pero en cualquier caso es aún muy poco lo que se ha hecho para atender los derechos de todos los barceloneses de acceder al arte y a la cultura.

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