Tribuna:

Los niños

LUIS GARCÍA MONTERO

Las monedas, en enjambres furiosos, taladran y devoran abandonados niños. Eso imaginó y escribió Federico García Lorca al pasear por Nueva York como se pasea por las galerías de una metáfora envenenada. La ciudad había sido el horizonte de la modernidad, el sueño de las máquinas, el teatro en el que levantarse de las butacas para aplaudir las representaciones juveniles del futuro. Pero se trataba de una ilusión ya perdida cuando García Lorca conoció Nueva York en 1929 y buscó sus metáforas entre los escaparates de las joyerías y la espuma podrida de la miseria, entre...

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LUIS GARCÍA MONTERO

Las monedas, en enjambres furiosos, taladran y devoran abandonados niños. Eso imaginó y escribió Federico García Lorca al pasear por Nueva York como se pasea por las galerías de una metáfora envenenada. La ciudad había sido el horizonte de la modernidad, el sueño de las máquinas, el teatro en el que levantarse de las butacas para aplaudir las representaciones juveniles del futuro. Pero se trataba de una ilusión ya perdida cuando García Lorca conoció Nueva York en 1929 y buscó sus metáforas entre los escaparates de las joyerías y la espuma podrida de la miseria, entre los excesos del lujo y la derrota de los humillados. García Lorca escribió entonces su libro de Manhattan y de Harlem, el gran libro del siglo XX sobre la crisis de la Modernidad, y fue buscando una por una las metáforas del futuro, los símbolos del progreso, para contarnos poéticamente la forma en la que se habían ido pudriendo. Por eso habló del corazón de unos niños devorados por un enjambre de monedas furiosas.

Nos despedimos del siglo con 600 millones de niños angustiados, devorados, explotados, perseguidos por la libertad cruel de la más absoluta pobreza. Si el niño es una representación del futuro, una imagen literaria y humana del porvenir, hay 600 millones de argumentos para sentir un nudo en la garganta cuando coloquemos en nuestras cocinas los números del nuevo calendario, que será tan problemático y febril como el cambalache del siglo XX. Aunque, en realidad, García Lorca comprendió que hay más de 600 millones de causas, porque el enjambre de monedas furiosas, ese fango de las multiplicaciones y las divisiones, agrede con picaduras diversas, tiene modos distintos o distintivos de taladrar el corazón de los niños. La pobreza es una forma cruel, pero no la única, porque la riqueza envenena también, degrada, deforma, salpica de contaminación y pesimismo la promesa imposible del futuro. García Lorca escribió sobre el sufrimiento de los miserables y se aterró ante las bellas muchachas de Brooklyn, porque al quedar embarazadas no gestaban niños en sus vientres, sino dólares. Es desolador que las cajas de caudales atraviesen con una espada el corazón de los niños pobres, pero nuestra derrota final se produce cuando la infancia del mundo rico cambia sus ojos por monedas y su conciencia por los resultados del éxito especulador y del consumo. Cada vez hay más diferencias entre los niños pobres y los ricos, cada vez los pobres son más pobres y los ricos más ricos. Y sobre todo: los pobres son ya silencio ruidoso y los ricos somos monedas vivientes, nacemos, vivimos, nos reproducimos y morimos igual que dólares.

Suele plantearse el fracaso de la izquierda como un asunto de resultados electorales, pero nuestro verdadero fracaso son los 600 millones de niños miserables y los millones de niños que crecen con el corazón robado por los dólares. El comunismo ha fracasado porque hay pobres en el mundo, no porque los partidos comunistas vayan desapareciendo de la realidad. Al fin y al cabo nosotros nos empeñamos en eso, en desaparecer. El problema es que nos vamos del siglo, y tal vez de la Historia, sin haber arreglado lo de nuestros parias, lo de nuestra famélica legión.

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