Tribuna:LA HORMA DE MI SOMBRERO

Margarita JOAN DE SAGARRA

Ayer, en este periódico, Pablo Ley, nuestro crítico teatral, publicó una columna comentando un espectáculo -Sopa de ràdio- que, para los que aprendimos a leer -y a escribir- entre líneas, daba la sensación de ser un espectáculo ni fu ni fa, más bien fa. Fa de fatal. Hasta aquí todo es políticamente, periodísticamente correcto, como suele decirse, pero lo que ustedes ignoran es que el día anterior, el viernes, alrededor de las cinco de la tarde, yo pillé a Pablo Ley mientras escribía, con un boli, su columna sobre Sopa de ràdio, detrás del mostrador de una mercería. Y es que Pablo Ley, nuestro ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Ayer, en este periódico, Pablo Ley, nuestro crítico teatral, publicó una columna comentando un espectáculo -Sopa de ràdio- que, para los que aprendimos a leer -y a escribir- entre líneas, daba la sensación de ser un espectáculo ni fu ni fa, más bien fa. Fa de fatal. Hasta aquí todo es políticamente, periodísticamente correcto, como suele decirse, pero lo que ustedes ignoran es que el día anterior, el viernes, alrededor de las cinco de la tarde, yo pillé a Pablo Ley mientras escribía, con un boli, su columna sobre Sopa de ràdio, detrás del mostrador de una mercería. Y es que Pablo Ley, nuestro crítico teatral, desde hace un par de meses es, ejerce de mercero, es decir, combina la crítica teatral con el comercio de "cosas menudas y destinadas generalmente a la industria del vestido, como alfileres, botones, cintas, etcétera", como reza el Diccionario ideológico de la lengua española de don Julio Casares. Yo no sé si el comercio de esas cosas menudas, del alfiler y la cinta, beneficia a la crítica teatral, o viceversa, pero de lo que sí no me cabe duda alguna es de que mi joven amigo y colega Pablo Ley se ha convertido en una presa no sé si políticamente o periodísticamente correcta, como suele decirse, pero que encaja perfectamente con las lecciones que, entre martini y martini, cuando yo tenía la edad de Pablo -38 años- me daba el maestro Del Arco: "Juanito, toma nota: un catedrático de Derecho Canónico", me decía Del Arco, "no reviste, periodísticamente hablando, como posible entrevistado, mayor interés que tal o cual de los hijos de puta que a menudo el señor conde, por razones que desconozco o hago como que desconozco, me obliga a entrevistar. Ahora bien, toma nota, Juanito: cuando un catedrático de Derecho Canónico toca el saxofón, lo toque bien o mal, eso ya es otra cosa".La mercería de Pablo se llama Margarita, como su madre, y se halla situada en el 309 de la calle de Rosselló, esquina Girona. En mi barrio, a 200 metros de mi casa. La mercería, chiquita, de fireta, como le oí decir a una morenaza gaditana en la terracita del bar de al lado, el Morryson, es una preciosidad. Abrió su puerta en el año 1927 o 1928, poco después de la muerte del abuelo materno de Pablo, Domenico Fancelli. La abuela, Dolors Duran, le puso el nombre de la pequeña Margarita. Margarita, a la sazón, era una niña de unos ocho años. La niña Margarita murió el 24 de julio de este año, y su hijo Pablo escribió en el recordatorio, junto al "pregueu a Déu per l"ànima de... que morí cristianament...", estas siete palabras sacadas de un poema de Góngora: "La más bella niña de nuestro lugar".

Debió de ser muy bella, Margarita, la niña de mi barrio. (El padre, Domenico, venía de La Cune, un pueblo agreste de la Toscana, cercano a Lucca). Yo conocí a la niña Margarita ya mayor, con 70 años, y daba gozo verla en la terracita del Morryson, junto a su mercería, platicando con la señora Carme, una valenciana muy señora y algo sorda, y su perro Ximo, al que Margarita, como hoy hago yo, le lanzaba el botellín de agua mineral, para que el perrito lo recogiera y se lo devolviese para que se lo volviera a lanzar (cuando murió Margarita Fancelli, en el tanatorio, el día del entierro, había un precioso ramo de flores... de Ximo).

Margarita, la más bella niña de mi barrio, murió al pie del cañón, a los 78 años, en su mercería. Y eso de al pie del cañón no tiene un pelo de retórico, porque su barrio -que hoy es el mío- era el barrio de la muerte, el de la fábrica Elizalde, objetivo privilegiado de los nacionales durante nuestra guerra civil. Murió al pie del cañón, vendiendo alfileres y cintas, cosas menudas, dándole hermosura y nobleza a mi barrio, soñando, como las chiquillas de su barrio, en Clark Gable, en Johnny Weissmuller y en el comisario Maigret, el cual, según me contó Pablo, venía a suplir el padre que no disfrutó (Margarita, me contó Pablo, estaba convencida de que Maigret, de misión en Barcelona, hubiese visitado su mercería).

Y ahí, en la mercería Margarita, está mi amigo Pablo, vendiendo esas cosas menudas y escribiendo sus críticas teatrales. Y está ahí porque él, a fin de cuentas, él es hijo de esta mercería. Gracias a ella él es hoy Pablo Ley, nuestro crítico teatral. Y cuando Pablo no escribe críticas teatrales -ni fu ni fa-, escribe, agazapado darrera el taulell, una historia teatral sobre George Orwell, el que rindió homenaje, sin saberlo, a su madre, Margarita, a nuestro barrio, el barrio de la muerte. A cosas menudas, a historias menudas, como la de esa señora, una anciana de ochenta y pico años que mientras compra un pañuelo a nuestro mercero le cuenta que su hijo nació dos meses después que su padre, "un faiero molt guapo", cayese en Teruel. Y cuando Pablo no escribe críticas, recibe, también, la visita de una actriz, como es el caso de Rosa Novell, otra de las más bellas niñas del lugar, de mi barrio. Rosa, que ya le había comprado a Margarita un pañuelo bordado para el estreno de La senyora Florentina..., de la Rodoreda, y que el viernes le compró a Pablo un par de medias de Platino antideslizantes con liga de blonda. ¿Con qué secreto propósito, para qué espectáculo? Eso lo debe de saber el comisario Maigret. Pero, para Margarita, para Clark Gable, para Johnny Weissmuller, para Pablo y para mí, y para el fotógrafo, hay algo que no ofrece duda: la mercería de barrio, las cosas menudas e interminables, ayudan lo suyo al teatro.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En