Tribuna:

La inútil 'tercera vía' de Tony Blair

La socialdemocracia ha atravesado una etapa difícil de su historia. Aunque, si se observan los resultados electorales en Europa en los dos últimos años, impresiona más la importancia de la socialdemocracia que su crisis. Nuestros políticos han llegado al poder no sólo en los cuatro países más importantes -Italia, Gran Bretaña, Francia y Alemania-, sino también en otros países de la Unión Europea. Sin embargo, si contemplamos las cosas con más distancia, sigue siendo cierto que la socialdemocracia ha pasado por momentos difíciles.Buena parte de su identidad política se derivaba, en efecto, de s...

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La socialdemocracia ha atravesado una etapa difícil de su historia. Aunque, si se observan los resultados electorales en Europa en los dos últimos años, impresiona más la importancia de la socialdemocracia que su crisis. Nuestros políticos han llegado al poder no sólo en los cuatro países más importantes -Italia, Gran Bretaña, Francia y Alemania-, sino también en otros países de la Unión Europea. Sin embargo, si contemplamos las cosas con más distancia, sigue siendo cierto que la socialdemocracia ha pasado por momentos difíciles.Buena parte de su identidad política se derivaba, en efecto, de su doble oposición al comunismo soviético y al imperialismo americano. Con el fin de la bipolarización mundial y de la guerra fría, esta doble oposición ha perdido su papel específico. Por eso la socialdemocracia de los últimos cincuenta años, a mitad de camino entre el capitalismo y el comunismo -en una especie de "interposición"-, ya no tiene sentido en nuestros días. Pero la socialdemocracia no está anclada en un periodo histórico y no está en vías de desaparición ahora que han dejado de existir las condiciones que le permitieron consolidarse. Dada su íntima relación con la sociedad industrial y democrática, era inevitable que una crisis a escala mundial afectara a la socialdemocracia. Hemos pasado por una crisis tanto económica, con el declive del modelo de crecimiento y de producción fordista, como social, con las crecientes dificultades del Estado de bienestar. Además, a ello se le ha sumado una crisis ideológica, por cuanto nuestros valores, en especial la igualdad, han sido puestos en tela de juicio y sometidos a discusión por el rechazo neoliberal de los últimos veinte años.

Creo que la crisis de la socialdemocracia ha sido superada en parte. Las esperanzas de los neoliberales se han desvanecido. La socialdemocracia ha encontrado nuevos líderes y ha comenzado a reconstruir su propia identidad política. Esta tarea está muy lejos de haberse completado, pero yo tengo fe en su éxito.

Parte de esta reconstrucción se está haciendo a escala europea, cosa lógica, por otra parte, dado que el socialismo es una idea europea, nacida en Europa y desarrollada por pensadores europeos. El programa del Partido Socialista Europeo publicado en abril de 1999 prueba que nosotros, a diferencia de todos los demás grupos políticos, somos capaces de definir los principios, las directrices y las propuestas que coordinan nuestro enfoque de la integración europea. Los socialdemócratas tendrían mayor fuerza si trabajaran juntos a escala europea. Pero con una condición: deben darse cuenta de que los factores nacionales que afectan a los partidos socialdemócratas, como las raíces históricas, las referencias ideológicas y los escenarios políticos, deben ser tenidos siempre en cuenta y respetados. Ésta es una de las conclusiones que he extraído del actual debate en el seno de la socialdemocracia europea. Los analistas suelen pasar por alto los factores nacionales específicos, pero los políticos electos deben tenerlos siempre en cuenta.

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Por tanto, mi opinión es que no vale demasiado la pena discutir sobre el "estilo justo", sobre una elección entre el "estilo de Blair", el "estilo de Schröder" o el "estilo de Jospin". Por eso me resulta difícil definir claramente qué es la tercera vía. Si la tercera vía se encuentra entre el capitalismo y el comunismo, sólo es un nombre diferente para el socialismo democrático típico de los británicos. Pero esto no significa que nosotros debamos hacer la misma apreciación en Francia. Si la tercera vía implica encontrar una posición intermedia entre la socialdemocracia y el neoliberalismo, ése no es mi camino. Como ya he dicho, no existe espacio alguno para semejante política de "interposición". Creo, sin embargo, que la tercera vía es la forma que ha tomado en el Reino Unido el esfuerzo de remodelar la teoría y la política; el mismo proyecto en el cual se han embarcado todos los partidos de inspiración socialista y socialdemócrata de Europa. En su breve ensayo La dinámica del capitalismo, el gran historiador francés Fernand Braudel condensó décadas de investigación sobre la "civilización material". Sostiene que su flexibilidad y adaptabilidad hacen del capitalismo una fuerza dinámica, pero que es una fuerza que no tiene un rumbo marcado, no tiene ideales ni significados, ninguno de los elementos vitales para una sociedad. El capitalismo es una fuerza en movimiento, pero no sabe adónde va. El predominio simultáneo que ejercen en la economía la globalización de las finanzas y la revolución informática hacen que este aspecto del capitalismo sea aún más evidente. Nuestra respuesta a esta nueva situación es motivada y meditada. Reconocemos plenamente la globalización. Pero no consideramos su manifestación inevitable. De aquí que tratemos de crear un sistema de regulación de la economía capitalista mundial. Opinamos que a través de la acción conjunta europea -en una Europa animada por los ideales democráticos socia-les- se pueden reglamentar algunas áreas clave, como las finanzas, el comercio o la informática. Debemos luchar especialmente por devolver su justo papel al FMI. A mi parecer, la opción es clara. Adaptarse a la realidad, sí. Rendirse ante un modelo capitalista "inevitable" y llamado "natural", no. No debemos rendirnos al concepto fatalista de que el modelo capitalista neoliberal sea el único disponible. Al contrario, debemos moldear el mundo de acuerdo con nuestros valores.

Ser socialista significa tratar de construir una sociedad más justa. Por lo tanto, ser socialista significa tratar de reducir la desigualdad: no las diferencias producto de las diversas capacidades de las personas, sino la desigualdad social derivada del nacimiento o de la posición social de una persona, que escapa a su control. Es nuestro deber hacer que la sociedad sea menos dura con el débil y más exigente respecto al poderoso. El Estado de bienestar contribuye a este objetivo. Por consiguiente, aunque esté en crisis, debemos reformarlo. Bajo ningún motivo debe ser desmantelado. El Estado de bienestar -que en Francia llamamos État-providence- es resultado de luchas histó

Lionel Jospin es primer ministro francés. © Fabian Society de Londres.

La inútil 'tercera vía' de Tony Blair

ricas en las cuales la izquierda ha desempeñado un papel preeminente. Ello ha marcado nuestra conciencia, como pone de manifiesto el uso de la palabra francesa providence, mucho más contundente que el término inglés welfare. Ello expresa la idea de que el hado y el destino pueden ser modificados o transformados por el Estado democrático y social, que representa los valores humanos y colectivos. Si el Estado de bienestar tiene que ser reformado, no debemos romper esta tradición.La socialdemocracia surgió en sus orígenes para combatir la disparidad entre las diversas clases sociales. Pero nuestra lucha actual es contra cualquier forma de desigualdad, no sólo económica o social. Hay desigualdad en los beneficios que las personas obtienen de los servicios públicos, como la educación y la cultura; hay desigualdad en la seguridad frente a la violencia y el crimen. Hay desigualdades geográficas (de ahí la importancia de nuestra política de desarrollo regional). Debemos realizar un esfuerzo especial, cuando a las desigualdades de renta y riqueza se suman las desigualdades en el acceso a la vivienda, a la salud, a la información, al ejercicio de la ciudadanía o la desigualdad entre los sexos. Esta conciencia global de la existencia de muy diversos tipos de desigualdad exige un enfoque que va más allá de la tradicional confianza en la simple redistribución. Si bien el sistema fiscal y el Estado de bienestar son medios para obtener, a posteriori, una mayor igualdad, también debemos actuar a priori para prevenir la acumulación de desigualdades. Debemos llegar a la igualdad de oportunidades.

Por tanto, nuestro papel es mediar entre las clases sociales, entre los que están razonablemente satisfechos con la sociedad tal como es y se oponen a ser penalizados con el "coste" de una mayor igualdad, y aquellos para los cuales el fomento de la igualdad representa un objetivo fundamental. Éste es un importante punto filosófico y político. Considero que los socialistas deben esforzarse por la reconciliación entre la clase media y la clase obrera, aunque sus intereses puedan ser diferentes y en ocasiones divergentes. Debemos intentar que sus respectivos intereses progresen simultáneamente.

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