Saldos y sueldos J. J. PÉREZ BENLLOCH

El profesor Santiago Grisolía, presidente del Consell Valencià de Cultura, es un personaje singular y eso se percibe sin necesidad de estar familiarizado con su dilatada y sin duda densa biografía. Se trata, por las misiones asumidas en el marco de nuestra autonomía y del citado ente, de un caballero audaz, dotado de esa rara finezza que le permite poner sordina a las discrepancias más encontradas. Añádase a ello un sutil bagaje de resolución y tendremos el arquetipo del diplomático capaz de llevarse el gato al agua de sus propósitos sin menoscabo visible para nadie, pues con nadie se comprome...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El profesor Santiago Grisolía, presidente del Consell Valencià de Cultura, es un personaje singular y eso se percibe sin necesidad de estar familiarizado con su dilatada y sin duda densa biografía. Se trata, por las misiones asumidas en el marco de nuestra autonomía y del citado ente, de un caballero audaz, dotado de esa rara finezza que le permite poner sordina a las discrepancias más encontradas. Añádase a ello un sutil bagaje de resolución y tendremos el arquetipo del diplomático capaz de llevarse el gato al agua de sus propósitos sin menoscabo visible para nadie, pues con nadie se compromete a fuerza de estar en parte alguna. Pues, ¿qué piensa el maestro acerca de los asuntos que el vecindario disputa? ¿Cómo nos juzga a los valencianos periféricos desde esa su peana cosmopolita que le franquea las crujías más altas, sin excluir las de la realeza, por lo que cuentan? Ni se sabe.Pero ni siquiera el ilustre científico es perfecto y estos días pasados ha dado prueba de sus humanas flaquezas, dejándose arrastrar por un berrinche, que esperamos transitorio. Fastidiado por las filtraciones informativas que se producen en el seno de la entidad ha decidido instar a las Cortes Valencianas para que los sesudos -y sesudas- juristas del poder legislativo urdan un código ético de obligado cumplimiento por parte de los doctos consejeros a fín de que no vayan dándole tres cuartos al pregonero de todo cuanto se debate en las tenidas que les reúne. Y no sólo eso. Como el cabreo ha debido de ser mayúsculo, en la misma instancia ha pedido que, por los procedimientos debidos, se acometa la revocación de los aludidos y se nombre a gentes más discretas.

Debemos dar por supuesto que el profesor es consciente de cuán inconveniente e inútil es habilitar códigos represivos -por más que se les maquille-, al tiempo de que tampoco pueden los señores diputados saltarse a la torera el estatuto vigente, cuyo artículo 25 regula los nombramientos de los consejeros, ya sean los cuestionados por parlanchines u otros. Pero ahí queda el aviso del presidente, que nosotros suscribimos matizadamente, aunque resulte chocante a ciertos lectores. Y lo suscribimos porque tal propuesta equivale a dinamitar o reformar radicalmente el referido órgano de la Generalitat, de cuya eficiencia y necesidad actuales no tenemos constancia, francamente. Una vez parida la ley de la Acadèmia Valenciana de la Llengua y pespuntada su composición, los cometidos del referido Consell se disuelven en la nadería. Lo más y peor que puede pasar a partir de ahora es que se limiten a reunirse por aquello del pan llevar, o decidan un día celebrar sus sesiones en Toronto o San Francisco, como la alegre camada consejeril de la CAM y Bancaixa. ¡Vaya morro el de estos señores del ahorro!

Si alentábamos alguna cautela en punto a este criterio liquidacionista, el repetido CVC nos la ha despejado mediante su ambigua, contradictoria y genuflexa actitud ante el proyectado Palacio de Congresos en las laderas del Benacantil alicantino. Verdad es que los egregios consejeros no se han llegado a bajar los calzones, pero a fuerza de querer contentar a las partes encontradas -el colectivo cívico Salvem el Benacantil y el capricho del alcalde Díaz Alperi reforzado por el presidente Zaplana- nos han enseñado sus posaderas, poniendo en entredicho su independencia. Con este precedente, ¿cómo diablos podemos otorgarle crédito alguno a sus dictámenes sobre la huerta que se encoge a ojos vista, o sobre la bazofia que vomita la TV pública, de la que se limitan a suplicarle que atienda las costumbres y tradiciones del país? Cabezas preclaras donde las haya.

No obstante lo dicho, y en atención a la personalidad del señor Grisolía, enmendamos la extremosidad de la propuesta. El CVC habría de reducirse a su presidente y con carácter vitalicio. Nos ahorraríamos 150 millones de pesetas al año, como poco, y las filtraciones a la prensa estarían perfectamente controladas, sin menoscabo, por otra parte, de los informes y dictámenes que se solicitaren. Al profesor le sobra ciencia y tino para cubrir las apariencias.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En