Tribuna:LA HORMA DE MI SOMBRERO

Ignasi Iglésias en el TNC JOAN DE SAGARRA

El pasado año, cuando el presidente Pujol fue entrevistado en el Saló de fumadors de Radio Barcelona, le pregunté qué opinaba sobre el premio nacional de teatro que se concede a obras inéditas de teatro en lengua catalana, un premio que lleva el nombre de Ignasi Iglésias, uno de los tres autores más populares -los otros son Guimerà y Rusiñol- del teatro catalán de finales del XIX y principios del XX, y cuyo teatro, le dije a Pujol, no ha sido reivindicado por los teatros dependientes de la Generalitat. Efectivamente; ninguna obra de Iglésias fue representada en el Centre Dramàtic (Romea) desd...

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El pasado año, cuando el presidente Pujol fue entrevistado en el Saló de fumadors de Radio Barcelona, le pregunté qué opinaba sobre el premio nacional de teatro que se concede a obras inéditas de teatro en lengua catalana, un premio que lleva el nombre de Ignasi Iglésias, uno de los tres autores más populares -los otros son Guimerà y Rusiñol- del teatro catalán de finales del XIX y principios del XX, y cuyo teatro, le dije a Pujol, no ha sido reivindicado por los teatros dependientes de la Generalitat. Efectivamente; ninguna obra de Iglésias fue representada en el Centre Dramàtic (Romea) desde que se inauguró en el mes de marzo de 1981, y tampoco se representó en el Poliorama durante la etapa en que la Compañía Flotats estuvo al frente del antiguo Teatre Català de la Comèdia. El presidente Pujol, muy sensatamente, me respondió que le parecía una incongruencia que el autor cuyo nombre honra uno de los premios nacionales de teatro fuese un desconocido en su propia tierra, y me dijo que haría algo para remediarlo. Al terminar la entrevista, mi compañero Martí Gómez me dijo: "No te extrañes si la próxima temporada ves programada una obra de Iglésias en el Teatre Nacional de Catalunya". Pues acertó: el próximo miércoles, en la Sala Petita del TNC, estrenan La barca nova (1909), de Ignasi Iglésias, en una adaptación de Carles Batlle y con dirección de Joan Castells; estreno que me resisto a creer que sea cosa del presidente -aunque pudo influir en ello-; antes me inclino a pensar que se trata de una decisión tomada mucho antes de mi entrevista con el señor Pujol. Parece mentira, pero es verdad: uno de los autores más ilustres de la historia del teatro catalán llevaba sin representarse en Barcelona (me refiero al teatro profesional, no a los grupos de aficionados) desde hace un montón de años. Si no ando equivocado, llevaba sin representarse desde 1964, cuando se celebró el centenario del teatro Romea, y los organizadores del festejo, Màrius Cabré y Josep Maria Junyent, crítico teatral de El Correo Catalán, incluyeron en el programa una o dos representaciones de Foc nou, de Ignasi Iglésias. Esta es la única obra de Iglésias que he visto representar en un teatro comercial de Barcelona desde que tengo uso de razón. Ignoro el motivo por el cual el teatro de Iglésias no fue reivindicado en su día, al mismo tiempo que se reivindicaba a Adrià Gual y a Juli Vallmitjana. ¿Por qué no se manipularon algunos de los viejos dramas sociales de Iglésias al igual que se hizo con la Terra baixa de Guimerà hasta convertirla en una pieza correcta desde el punto de vista marxista? ¿Por qué no se aprovechó aquel fugaz descubrimiento de Maeterlinck (por parte de Jordi Coca) para desempolvar el teatro de Iglésias, como se hizo con el de Gual? Cuál fue el trato dispensado a la obra de Iglésias por nuestra Universidad, por los moletes, los discípulos del comisario Molas, y otras curiosas criaturas. Lo ignoro. Cierto es que nuestros años sesenta no eran los más idóneos para aupar a un autor del que, ya en su época, se decía que en vez de tener ideas políticas tenía sentimientos políticos; pero, insisto, se le podía disfrazar de marxista, como se hizo con Guimerà. En aquellos años valía todo. Tal vez la posible utilización de Iglésias, el autor de Els vells (1903) y Les garses (1905), no llegase ni siquiera a plantearse en nuestra Universidad. Porque Iglésias fue un autor que buscó el éxito del público -como Guimerà, como Rusiñol...- y lo obtuvo, y eso, al parecer, no era muy bien visto en nuestra Universidad. Recuerdo unas declaraciones del profesor Jordi Castellanos, respondiendo a unas preguntas de Lourdes Morgades sobre el teatro de mi padre (EL PAÍS, Quadern, 21-12-1986), que aún hoy me hacen soltar la carcajada. "El fet que [el teatro de Josep Maria de Sagarra] tingui característiques de tipus comercial el fan molt més difícil de valorar acadèmicament", decía el profesor. Argumento que no invalida los centenares de tesis que se han presentado en la Sorbona sobre el teatro de Molière o de Eugène Labiche en este siglo. Veremos qué ocurre el miércoles en el Teatre Nacional de Catalunya. ¿Levantará cabeza el teatro de Iglésias o bien permanecerá definitivamente sepultado bajo la frase lapidaria de Joan Oliver: "Hi ha una cosa pitjor que no tenir tradició, és tenir-la dolenta"? ¿Qué dirá el canónigo Bru de Sala? ¿Irá el presidente Pujol al estreno? ¿Es susceptible de incorporar a la campaña electoral la resurrección del autor cuyo nombre honra el Premi Nacional de Teatre? ¿Acudirá Pasqual Maragall al estreno de una obra que anuncia un cambio y cuya última réplica es "tot se transforma!", la obra de un autor al que su abuelo saludó como el "poeta dels humils"? Se me antoja que es mucho pedirles a ambos caballeros, con lo ocupados que deben de andar esos días, y más teniendo en cuenta que al día siguiente del estreno de La barca nova se inaugura el viejo Liceo. "Tot es transforma!".

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