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Lo mejor del viaje son los preparativos. Días antes de emprender la marcha, el viajero imagina lo que le espera. Ahora ve la ciudad de Londres, el azafrán de las viejas fachadas industriales, el gris opresivo de los altos muros neogóticos. Posiblemente no recuerde o ignore el hedor a cordero, pero quizás lo ha leído. También la niebla que amortigua el estruendo ciudadano y hace resonar nuestros pasos por la noche, callejeando hacia la modesta pensión. Una vez puesto el escenario, piensa en los personajes.Puede sucederle como a mi tío, hombre de negocios que acudió a Londres para heredar un pat...

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Lo mejor del viaje son los preparativos. Días antes de emprender la marcha, el viajero imagina lo que le espera. Ahora ve la ciudad de Londres, el azafrán de las viejas fachadas industriales, el gris opresivo de los altos muros neogóticos. Posiblemente no recuerde o ignore el hedor a cordero, pero quizás lo ha leído. También la niebla que amortigua el estruendo ciudadano y hace resonar nuestros pasos por la noche, callejeando hacia la modesta pensión. Una vez puesto el escenario, piensa en los personajes.Puede sucederle como a mi tío, hombre de negocios que acudió a Londres para heredar un patrimonio y se vio traicionado por su abogado. Arruinado en un solo día, se dejó caer en el césped de Regents Park. Al poco se le tumbó al lado un caballero tronado y seguramente chiflado que con todo desparpajo le contó su vida, la de un bala perdida. Pero entre las absurdas anécdotas de su decadencia le dio, sin saberlo, una información que permitió a mi tío chantajear al traidor y recuperar una parte de su patrimonio. El viajero pensará en los personajes que va a encontrar por las calles, en la pensión, visitando monumentos. Quizás, como a mi tío, uno de ellos le cambie la vida, así le sucedió a aquel músico de sitar destruido por una joven americana cuyo paseo místico por el Himalaya se cobraría la vida del ingenuo y apasionado muchacho.

Ahora ya tiene el escenario y los personajes. No sabe lo que va a suceder, pero quiere que algo suceda. Se conformaría con un frágil momento en el que pudiera ver con entera fraternidad un árbol, el viejo roble de Southgate, por ejemplo. Haber visto una sola cosa, haberla visto de verdad, añadir una nueva imagen a la corta lista de visiones verdaderas que podemos sumar en nuestra vida, ya le compensaría. No pide más.

Entonces hace la maleta, empaqueta sus bártulos, elige. ¿Abrigo, impermeable, gafas de sol, guantes, prismáticos? En su maleta está poniendo los primeros elementos del relato, la máscara del protagonista. Da dos vueltas de llave a la puerta (momento crucial) y se lanza. Quizás no lo sepa, pero en cuanto pisa la calle ya está escribiendo una novela. Será vulgar u original, trascendental o trivial, pero sólo él la habrá vivido y sólo él podrá contarla. Es un ser único, anónimo, inmortal.

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