Tribuna:

Angostas veredas

PACO MARISCAL La memoria es un vaso de vino lúcido en cada trago; es también el sarmiento que anuda la gavilla de los recuerdos, vino a escribir ese especialista del cante hondo que es Félix Grande. La memoria es don y desafío y coraje con que enfrentarse a los errores del pasado. En política y en clave positiva fue un error del pasado reciente caminar por veredas tortuosas con escasas varas de ancho, y sin la señalización que suponen un proyecto de gestión, una ideología y protagonistas con convicciones. La memoria social y política, necesaria en todos los partidos, se hace imprescindible en...

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PACO MARISCAL La memoria es un vaso de vino lúcido en cada trago; es también el sarmiento que anuda la gavilla de los recuerdos, vino a escribir ese especialista del cante hondo que es Félix Grande. La memoria es don y desafío y coraje con que enfrentarse a los errores del pasado. En política y en clave positiva fue un error del pasado reciente caminar por veredas tortuosas con escasas varas de ancho, y sin la señalización que suponen un proyecto de gestión, una ideología y protagonistas con convicciones. La memoria social y política, necesaria en todos los partidos, se hace imprescindible en la izquierda moderada, socialista o socialdemócrata. Esa izquierda es el referente de la oposición política a un gobierno valenciano de derechas, y es el referente de centenares de miles de ciudadanos con derecho a voto. La memoria de esa izquierda es la imagen que difunde y propaga ahora el PSPV-PSOE a todos los puntos de la rosa de los vientos: un sarmiento seco y una gavilla de errores como recuerdos. Es la nada en el horizonte durante muchos años en el poder o sin él: una nada de ideología y una nada de proyectos. Hubo, eso sí, asambleas y congresos donde no se debatía si era conveniente construir un planetario, un barco de vela o, en materia de depuración de aguas, convertir los pueblos valencianos en modélicos; no se debatía lo oportuno o inoportuno que tenía el que Ciprià Ciscar instalara barracones en los colegios. Acudían muchos militantes silenciosos con derecho a voto, y otros que hablaban en verso. Se mostraban estos últimos zalameros u hostiles, irritantes o ceremoniosos, se apostrofaban conmovedoramente coléricos, y simulaban una democracia interna de la que carecían; sus voces y susurros eran dagas florentinas, ibéricas facas y cuchillos fríos de personalismos sin sentido y ambiciones sin tino; ignoraban con desprecio las opiniones y pareceres de honestos militantes que condenaban al silencio. En esto fue Joan Lerma maestro, mientras se ocupaba de posibles pactos en este o aquel municipio turístico -y léase Oropesa- con la derecha del cemento. La nada era clientelismo y electoralismo barato: más votos, más elegidos en la lista y más poder para quien decide el reparto. Una vereda estrecha, un horizonte desideologizado, y en la meta esa imagen de estos días que, en política, es un espanto. No atendieron las palabras ni los ecos de quienes, desde sus mismas filas, les indicaron que esa no era la senda ni el trabajo ni el tajo. Ebrios de necedad les dieron a todos los críticos el silencio como encargo. Y pasó lo que pasó, compañeros y compañeras, no por sorprendente no esperado: la sangre joven tomó las de Villadiego o se fue al PP, y estuvo/está ausente el vino nuevo en el odre viejo de un dignísimo partido político cargado de recuerdos. Ahí se quedaron los de siempre y por la angosta vereda posmoderna del sentido práctico y el interés del partido, que se confundía con el propio. Pasó lo que pasó y pasa, y anidó el desconcierto entre los militantes con convicciones, entre viejos socialistas honestos. Y el partido se quedó con Almunia, con Ciscar y con fracaso escolar, tal que la ESO. Y esperando, como la Malvaloca de los hermanos Quintero, que lo fundan de nuevo, como funden las campanas, como funden el bronce y el acero.

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