Tribuna:

Carambolas

No sólo nos enfrentamos a un año electoral más, singularizado en este caso por la convocatoria de elecciones generales, previsiblemente para el 27 de febrero. Nos enfrentamos, creo, a la importante posibilidad de un serio recambio de actores políticos, posibilidad que mostraban ya las elecciones del pasado junio al poner de manifiesto una notable disponibilidad y apertura del voto. El escenario político español ha estado liderado desde hace más de una década por tres partidos, PNV, CiU y PSOE, a los que se sumó el PP a partir de 1993. Pujol lleva gobernando desde 1980 aunque el protagonismo n...

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No sólo nos enfrentamos a un año electoral más, singularizado en este caso por la convocatoria de elecciones generales, previsiblemente para el 27 de febrero. Nos enfrentamos, creo, a la importante posibilidad de un serio recambio de actores políticos, posibilidad que mostraban ya las elecciones del pasado junio al poner de manifiesto una notable disponibilidad y apertura del voto. El escenario político español ha estado liderado desde hace más de una década por tres partidos, PNV, CiU y PSOE, a los que se sumó el PP a partir de 1993. Pujol lleva gobernando desde 1980 aunque el protagonismo nacional de CiU tuvo que esperar a 1993, cuando el PSOE perdió la mayoría absoluta; el PSOE es protagonista desde 1982; finalmente, el PP hizo su aparición en 1993 cuando se presenta como alternativa real iniciando el desgaste del socialismo. En resumen, desde 1993 la política española se ha jugado en las relaciones entre tres partidos: PSOE, CiU y PP, dos de ellos en el Gobierno, el tercero en la oposición con Pujol como ganador asegurado.

Pues bien, las elecciones de junio mostraron que, a pesar de los muchos aciertos del PP y a pesar de los no pocos desaciertos del PSOE, ni éste se hunde ni el PP lanza el vuelo de modo que lo probable hoy por hoy es que el PP, si gana (y como veremos, la duda no es ociosa), lo hará sin mayoría absoluta. Incluso la ansiada mayoría "suficiente" puede escapársele si emergen partidos capaces de arrebatarle votos por su extrema derecha (como el GIL) o rebrotan los autonomistas. En resumen, el PP, si gana, deberá gobernar en coalición. Pero ¿con quién?

La pregunta debería contestarla las elecciones catalanas del próximo 17 de octubre, una encrucijada que abre numerosos interrogantes. Por supuesto el primero es el de quién ganará, interrogante que las encuestas, que muestran una mejora sustancial y constante de Maragall, no acaban de zanjar.

Pues si la diferencia a favor de CiU se ha acortado notabilísimamente desde 18 puntos en junio del 97 a un empate técnico en una reciente encuesta (Instituto Opina, La Vanguardia), sin embargo, ante la pregunta que suele ser el mejor indicador (quién cree usted que será el ganador) el electorado sigue apostando por Pujol casi dos a uno.

Maragall es, no obstante, un muy serio candidato que mejora posiciones día a día y que puede movilizar a ciudadanos usualmente ausentes de los comicios autonómicos; no olvidemos que en las generales de 1996 el PSC obtuvo más de 1,5 millones de votos, 200.000 más de los que sacó CiU en las autonómicas del 95.

Pues bien, el triunfo posible (¿incluso probable?) de Maragall tendría al menos tres consecuencias. De una parte reforzar notablemente las expectativas del PSOE de cara a las generales del 2000. En segundo lugar, reforzar más aún las expectativas del PSC de cara a las mismas generales, en detrimento de CiU y del PP; Cataluña es el talón de Aquiles del PP.

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Y, finalmente, colocar a CiU en la oposición en su propio campo, dificultando notablemente su colaboración con el PP, tanto en Barcelona como en Madrid. Y ésta es la gran pregunta: ¿qué puede hacer CiU en caso de derrota en las autonómicas y en el horizonte de las inmediatas generales? No mucho.

Puede reforzar el nacionalismo profundizando en el camino iniciado en su pacto con el PNV alejándose más del PP, lo que es dudoso consiga sacarle de apuros electorales al tiempo que debilita su peso en Madrid tanto como lo incrementa en Barcelona.

O puede, al contrario, lanzar por la borda el nacionalismo identitario para pactar con el PP una alianza electoral tipo CEDA, lo que podría ser letal para ambos en Cataluña.

O puede, finalmente, tirar por la calle de en medio y apostar por la repetición del Gobierno PSOE-CiU, quizás el camino de menor coste para CiU, pero de mayor coste para el PP.

De modo que lo que ocurra el 17 de octubre en Cataluña no sólo sobredetermina lo que puede ocurrir en las generales sino, más aún, los pactos poselectorales y la misma gobernabilidad de España por el PP. Podríamos encontrarnos en abril con un escenario singular en que el PP, a pesar de ser el partido más votado, no forme gobierno y este vaya a una alianza del PSOE con CiU. Se non e vero...

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