Tribuna

Buenas vibraciones

El baloncesto español ha iniciado este fin de semana su temporada más optimista de la última decada. Superado el largo y hasta hace poco imparable declive en el que se dilapidó buena parte de su prestigio deportivo y social, los actuales indicadores son claramente positivos. El panorama general está sembrado de buenas vibraciones, que van desde los aspectos puramente deportivos, pasando por los económicos, hasta alcanzar también a intangibles como son las cuestiones relacionadas con la imagen de un deporte. Empujados por la refrescante ola veraniega que trajo consigo grandes éxitos de nuestra...

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El baloncesto español ha iniciado este fin de semana su temporada más optimista de la última decada. Superado el largo y hasta hace poco imparable declive en el que se dilapidó buena parte de su prestigio deportivo y social, los actuales indicadores son claramente positivos. El panorama general está sembrado de buenas vibraciones, que van desde los aspectos puramente deportivos, pasando por los económicos, hasta alcanzar también a intangibles como son las cuestiones relacionadas con la imagen de un deporte. Empujados por la refrescante ola veraniega que trajo consigo grandes éxitos de nuestras selecciones, la Liga se presenta interesante.

El progreso de una especialidad pasa inevitablemente por los triunfos de sus selecciones nacionales. Este curso nace con el recuerdo de una medalla de plata europea que debe hacer que crezca la autoestima general de nuestros jugadores. Ademas, lo ocurrido en Francia, sumado al oro de los júniors, ha supuesto un cambio notable en la mirada de la sociedad sobre un deporte que se estaba quedando atrás ante los logros de otras especialidades.

Mientras que algunos deportes se han beneficiado del saludable efecto Barcelona 92, el baloncesto ha debido sobreponerse al desastre deportivo y moral acaecido en ese mismo acontecimiento olímpico.

El poder económico, aún mayoritario en Barcelona y Real Madrid, ya no sólo se limita a las dos potencias. Ahí tenemos al Tau, con un presupuesto de 1.000 kilos y que ha sido capaz de contratar a golpe de talonario a un baluarte blaugrana como Esteller. O el Estudiantes, que, al parecer, quiere abandonar en parte su vena mística y, apoyado por su poderoso patrocinador, entrar con todas sus consecuencias en el mundo profesional. Sin olvidar todas las nuevas construcciones de campos cercanos a las 10.000 localidades (tres en esta temporada) exponentes de una buena salud.

Los jugadores han conseguido su objetivo de reducir el número de extranjeros a dos, cuestión más filosófica que efectiva teniendo en cuenta las consecuencias de la ley Bosman. Para un país que cuenta con la mejor generación (o al menos la más laureada) de jovenes de su historia, el asunto tiene su importancia psicológica.

Por último, se puede resaltar el cambio de manos de los derechos televisivos . No es asunto vano. Salvo el futbol, que se vende solo, el resto de los deportes necesitan altavoces mediáticos involucrados con su producto, que trasmitan ilusión por lo que hacen y que estén dispuestos a invertir el dinero y el tiempo necesarios para exprimir al máximo sus posibilidades. Este año parece que va a ser así.

El envoltorio luce perfecto. Sólo hace falta que el juego en sí corresponda y que desaparezcan en la medida de lo posible los equipos sin identidad definida, los entrenadores conservadores, la mecanización del juego y de los jugadores, esos marcadores ínfimos gracias al abominable baloncesto-control, mejor llamado baloncesto-tostón, y unos cuantos extranjeros que no pasan el control de calidad y evitan que crezcan los chicos de oro.

Para saber si en esto tambien se está mejorando, habrá que esperar un poco. Mientras tanto, disfrutemos con la ilusión.

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