Tribuna:

En el nombre de Dios

FÉLIX BAYÓN Los humanos gozamos de la misma intuición para el infortunio que la que permite a los perros pronosticar terremotos. Este verano los programas de chismorreo de las televisiones no han mandado cámaras a entrevistar al alcalde de mi pueblo; a él sólo se acercan ya los especialistas en sucesos. Qué lejos quedan aquellos años en que Gil aparecía sonriente, sumergido en un jacuzzi, convertido en la metáfora visual más grosera que sobre el éxito se haya podido concebir, rodeado de jovencitas que sonreían entre temerosas e incrédulas de tener que ganarse así la vida. Este verano han sido...

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FÉLIX BAYÓN Los humanos gozamos de la misma intuición para el infortunio que la que permite a los perros pronosticar terremotos. Este verano los programas de chismorreo de las televisiones no han mandado cámaras a entrevistar al alcalde de mi pueblo; a él sólo se acercan ya los especialistas en sucesos. Qué lejos quedan aquellos años en que Gil aparecía sonriente, sumergido en un jacuzzi, convertido en la metáfora visual más grosera que sobre el éxito se haya podido concebir, rodeado de jovencitas que sonreían entre temerosas e incrédulas de tener que ganarse así la vida. Este verano han sido pocos -aparte de sus empleados y los bermúdez que la historia arrastra- los dispuestos a salir con él en una foto. El único que se ha prestado sonriente ha sido un cura. Tengo bastante oxidados mis recuerdos del catecismo y no sé si es una obra de misericordia dar consuelo a un presunto delincuente, pero es probable que lo sea. En cualquier caso no es ilógico que fuera un cura el que rompiera el cordón político-sanitario anti-Gil: ya se sabe que, en los campos de batalla, sotanas y batas blancas sirven de salvoconducto. Pero me barrunto que el sonriente encuentro entre el clérigo y el alcalde no ha tenido nada de espiritual y ha sido más bien cosa de este mundo. El clérigo en cuestión se llama Miguel Castillejo, es presidente de Cajasur y ejerce con munificencia el mecenazgo, lo que le permite, a la vez, ir acumulando distinciones. Los que no somos célibes podemos aspirar a dejar a nuestros hijos un buen recuerdo y unas perrillas, pero los célibes sólo pueden despedirse de este mundo con una buena esquela. El cura Castillejo viene trabajándosela con dedicación: es doctor honoris-causa por la Universidad de Córdoba, canónigo penitenciario de la Catedral de Córdoba, canónigo de honor del Cabildo Catedral de Sevilla, prelado de honor del Papa, insignia de oro de los Boy Scouts, medalla del trabajo y miembro de la Academia cordobesa de Ciencias Sociales y del Medio Ambiente. Ha elogiado por igual el pensamiento de Averroes y la reforma trinitaria, y ha denostado a la par el capitalismo y el comunismo. Ahora, a todos sus títulos Miguel Castillejo podrá añadir el de salvavidas de Jesús Gil: no sólo le ha dado consuelo en su peor verano, sino que la constructora Prasa, que depende de la Caja que preside este clérigo, ha hecho causa común con él y, desde hace un año, viene apoyando su engendro de Plan General frente a la Junta de Andalucía. No podía ser menos. Prasa es quizá una de las empresas que con más ahínco se ha empeñado en la transformación de Marbella según la ética y la estética de Gil: levantando torres que tapan el mar y sustituyendo bosquecillos por cemento y hormigón. No sé si los ahorradores cordobeses son conscientes de que sus dineros ayudan a la salvaje especulación urbanística que está acabando con la Costa del Sol. La verdad es que nunca se sabe dónde acaba lo que se ingresa en un cepillo o en una libreta de ahorros, que, en el caso de Cajasur, debe ser lo mismo. El cura Castillejo, como Gil, no es de derechas ni de izquierdas y aborrece a la vez el comunismo y -aunque lo disimule muy bien- el capitalismo. Lo suyo no es de este mundo y se merece un respeto. Pero también debía él de respetar a los que no creemos en otros paraísos.

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