Amores por la vía musical

Con el final de agosto, los festivales de música que se celebran en Cataluña apuran sus últimos días antes de que Barcelona retome su condición de capital musical catalana. Pero, aparte de los recuerdos de memorables veladas musicales, algunos festivales dejan una fuerte huella en la vida de quienes han acudido a ellos. El Festival Internacional de Música de Cantonigròs (Osona), uno de los primeros en abrir la temporada estival, es un buen ejemplo de cómo una iniciativa puramente musical puede transformar la vida de algunas personas. El secreto está en la legión de voluntarios, cerca de 400 -v...

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Con el final de agosto, los festivales de música que se celebran en Cataluña apuran sus últimos días antes de que Barcelona retome su condición de capital musical catalana. Pero, aparte de los recuerdos de memorables veladas musicales, algunos festivales dejan una fuerte huella en la vida de quienes han acudido a ellos. El Festival Internacional de Música de Cantonigròs (Osona), uno de los primeros en abrir la temporada estival, es un buen ejemplo de cómo una iniciativa puramente musical puede transformar la vida de algunas personas. El secreto está en la legión de voluntarios, cerca de 400 -vecinos de los pueblos de la comarca que acogen a los músicos en su casa, traductores, en su mayoría estudiantes de idiomas-, y monitores, entre otros, que colaboran en la organización del evento, que reúne durante cuatro días de julio a unos 2.000 cantantes y danzarines de los cinco continentes. Una de las compensaciones que reciben estos voluntarios es, en primer lugar, una conexión de primera línea con la música coral y popular y luego está también la atracción por las personas, la relación constante que conlleva el siempre fascinante intercambio cultural; por así decirlo, la antesala del contacto directo. ¿Contacto directo? Es bien sabido que donde hay voluntarios nace el amor, o como mínimo la relación pasional con fecha de caducidad. En los Juegos Olímpicos de Barcelona, con un amplio aparato de voluntariado, se vivieron escenas dignas de un culebrón suramericano: voluntarias enamoradas de saltadores de pértiga húngaros, voluntarios locos por las nadadoras sincronizadas de Nueva Zelanda. El festival de Cantonigròs no se libra de esta especie de conjuro cupídico y se podría decir, incluso, que cantantes y voluntarios acuden a él con una vaga disposición afectiva. Lo que no es tan habitual es que la cosa fructifique. Los organizadores del festival cuentan en los últimos años no menos de seis casos, de los que ellos tengan noticia, de amores por la vía musical, encuentros fortuitos en los que las cosas fueron a más y llegaron al altar, y eso sin contar la época del telón de acero, cuando no eran raros los casos de asilo político solicitado por artistas del bloque del Este. Una guía de un grupo, por ejemplo, conoció allí a un italiano que al cabo de un año volvió para quedarse; otra de las guías entabló relación con un checo que hablaba español y hacía de intérprete del grupo: ahora están juntos y planean irse a vivir a Praga, donde ella cantará ópera; la farmacéutica del pueblo del Esquirol, de origen polaco, llegó con su coro y se quedó. El último caso conocido es el de Jordi Vilà y Osang Sánchez, una chica de origen filipino que acudió hace dos años al festival como cantante y este año ha vuelto, de la mano de Jordi y como monitora de grupo. Su historia se define con una palabra: perseverancia. "No ha sido fácil", cuenta Jordi. Pero el destino condujo bien las horas y al final los ha unido. Osang, que en tagalo significa "Rosario", y así figura en su pasaporte, cantaba en la coral universitaria de Manila. "Cada dos años, realizábamos una gira de seis meses por todo el mundo, y en 1997 actuamos en Cantonigròs", explica. Como monitor de grupo, les fue asignado Jordi Vilà, que hablaba inglés y debía acompañarles, prácticamente, las 24 horas del día. "Desde el primer día me fijé en la belleza de Osang, pero mi interés por ella fue creciendo a medida que pasaban las horas y los días de convivencia", asegura. "Cuando terminó el festival, ella se fue a actuar con su coral a Londres. Un par de días después decidí coger un avión para reunirme con ellos; habíamos bromeado sobre si sería capaz de hacerlo". El siguiente destino fue el decisivo: tras la actuación en Londres, Jordi regresó a su casa, en Cornellà de Llobregat, mientras el coro filipino debía viajar dos días después hacia Aberdeen, en Escocia. Pero la procesión ya iba por dentro y Jordi decidió que esta vez debía sorprenderla de verdad. "Cogí un avión hacia Escocia y me planté en el aeropuerto una hora antes de que llegase el vuelo procedente de Londres que llevaba al coro", cuenta. "Recuerdo aquel día", dice Osang. "Mis amigas bromeaban y me decían que allí, al llegar, estaría Jordi, pero cuando lo vimos no nos lo podíamos creer". A partir de ahí todo resultó más fácil. Jordi Vilà regresó a Cornellà para trabajar en septiembre, aunque le quedó tiempo para visitar a Osang una vez más, en esta ocasión en Oslo. Después, las maravillas de la comunicación hicieron el resto. "Nos mandábamos cartas por correo electrónico cada día, y una vez a la semana nos telefoneábamos", dicen. Jordi empezó a perfeccionar su inglés; Osang, a aprender algunas palabras de catalán y castellano. Lo justo para que en el momento de su reencuentro, el verano siguiente y en Manila, pudieran entenderse mejor. "Viajé a Filipinas para pedir en toda regla la mano de Osang. Allí descubrí las rígidas costumbres de los filipinos en los asuntos del amor. Empezamos a preparar la larga ceremonia de casamiento, que acordamos celebrar en diciembre de aquel mismo año en Manila". Decidieron que vivirían en Cataluña, en Cornellà. Ahora, ya casados desde hace más de medio año, Osang Sánchez i Jordi Vilà empiezan a acostumbrarse a la rutina. "Añoro un poco a mi familia, pero me siento muy a gusto, feliz, y estoy progresando con el castellano", confiesa ella. El pasado julio, los dos fueron a Cantonigròs para hacer de guías en el festival. Y también, quién sabe, para recorrer de nuevo los santos lugares donde, dos años antes, empezó todo.

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