Tribuna:

Playa

¿De qué se ríen las mujeres? Sobre todo las mujeres que ya han cumplido los cuarenta. A todas horas hay grupos de tres, de cinco, de siete mujeres, charlando y riendo como colegialas bajo una sombrilla. Los grupos masculinos no ríen, los varones discuten con rigor científico sobre la contratación de extranjeros. A veces les oigo decir frases estupendas: "Ese chico tiene cualidades, se mueve con intención, penetra bien, pero es malísimo a la hora de rematar". Esto opinaba hoy un caballero de oronda barriga con la aquiescencia de sus amigos, todos ellos compungidos por la incompetente prestación...

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¿De qué se ríen las mujeres? Sobre todo las mujeres que ya han cumplido los cuarenta. A todas horas hay grupos de tres, de cinco, de siete mujeres, charlando y riendo como colegialas bajo una sombrilla. Los grupos masculinos no ríen, los varones discuten con rigor científico sobre la contratación de extranjeros. A veces les oigo decir frases estupendas: "Ese chico tiene cualidades, se mueve con intención, penetra bien, pero es malísimo a la hora de rematar". Esto opinaba hoy un caballero de oronda barriga con la aquiescencia de sus amigos, todos ellos compungidos por la incompetente prestación del muchacho. ¿Se están riendo de ellos las alegres comadres de la sombrilla?Hoy, sin embargo, el grupo más animado lo formaban seis rusas cincuentonas, ataviadas con unos trajes de baño delirantes cuyos apliques dorados adornaban todas sus partes, incluidas las más delicadas. Una estampa bizantina en la playa catalana que denotaba cuán juvenil mantienen el espíritu las señoras, incluso en Rusia. También ellas ríen como niñas y fuman media tonelada de cigarrillos antes de las doce. Son de una simpatía contagiosa, sobre todo porque no entiendo ni una sola palabra de lo que dicen. ¿Dónde estarán sus maridos?

Pero llega el sexo fuerte, un hombre casi joven con la inevitable barriga, mucho pelo en la espalda y cinco hijas, cinco. ¿Todas suyas? Por el trato, eso parece: "¡Hala, Dafne, a bañarte con las otras, pero poco, que yo vigilo!", dice con el aplomo de quien está habituado a dar órdenes insensatas sin que nadie le discuta. ¿Un ministro, un guardia municipal, un obispo? Se derrumba a mi lado con las niñas, los flotadores, la radio, la sombrilla, el colchón de agua, una silla plegable y la prensa deportiva. De vez en cuando aúlla: "¡Dafne, no chilles!".

Poco después llega una familia sueca de tres miembros ascéticos, y el hombre protesta airadamente: "¿Qué pasa? ¿No hay más playa? ¿Tienen que tumbarse donde yo estoy, precisamente?", grita indignado. Los suecos ponen cara de póquer. Otro loco, deben pensar. ¿Dónde estará la madre de las cinco niñas? En algún lugar de la playa, lejos, muy lejos, con sus amigas, riéndose como una colegiala. Las playas son patrimonio de las hembras, su casino republicano.

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