Tribuna:

Amores imposibles

J. M. CABALLERO BONALD Trabajo le doy al embajador de Estados Unidos en este reino, quien ha declarado formalmente que su objetivo prioritario es conseguir que los españoles quieran a los norteamericanos "más que al resto del mundo". No puede ser verdad tanta belleza. Este embajador, de nombre bilingüe -Edward Romero- y de complexión robusta, es un poderoso comerciante de origen hispano que, por razones educativas o simplemente por desinformación, parece ignorar qué clase de vientos efusivos son los dominantes por estas trochas. Asegura el señor Romero que ningún español le ha dicho todavía q...

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J. M. CABALLERO BONALD Trabajo le doy al embajador de Estados Unidos en este reino, quien ha declarado formalmente que su objetivo prioritario es conseguir que los españoles quieran a los norteamericanos "más que al resto del mundo". No puede ser verdad tanta belleza. Este embajador, de nombre bilingüe -Edward Romero- y de complexión robusta, es un poderoso comerciante de origen hispano que, por razones educativas o simplemente por desinformación, parece ignorar qué clase de vientos efusivos son los dominantes por estas trochas. Asegura el señor Romero que ningún español le ha dicho todavía que detesta a los yanquis y que, si ese sentimiento ha aflorado en algún sondeo de opinión, se debe a una "impresión falsa". Pues qué curioso. La verdad es que no sé qué resultado se obtendría en el caso de verificarse con suficiente rigor una encuesta sobre esos presuntos amores. Tampoco me inclino a aceptar sin más la aridez incómoda de las estadísticas. Pero aventurar que los españoles comparten una manifiesta predilección por Estados Unidos y su mayormente irrisorio sueño, es hipótesis lastrada de una abundante dosis de majadería. Aparte de falsa, claro. Los norteamericanos, cuando andan de gira por el mundo, incluida España, lo hacen por una primordial y más bien excluyente razón de economía acumulativa. No importan las estrategias usadas con esos fines, que incluso pueden presentarse con envolturas beneméritas: la alianza para el progreso, el plan Marshall y demás providencias de este tipo. Ni siquiera hace falta matizar semejantes juicios para entender que tan consabida táctica colonial lo único que deja tras de sí es un considerable incremento de antagonistas. Ocurre además que este embajador Romero -presidente que fue de la Cámara de Comercio de la ciudad norteamericana de Albuquerque- dispone de unas ideas diplomáticas muy claras: confía en que "si hacemos negocios juntos, lo demás irá todavía mejor". Supongo que lo que irá todavía mejor será el papel de las multinacionales dentro del nuevo orden mundial. Yo anduve hace un par de años por Albuquerque y, si bien no coincidí con el señor Romero en ningún acto académico, sí frecuenté a algunos paisanos suyos que sabían muy bien, sin ser empresarios, qué es los que un político de ese país entiende por inversiones en otro país. Ocurre como con las expansiones bélicas, de tan pingüe repercusión en las empresas armamentistas. Cierto que en Estados Unidos no hay cultura más rentable que la de la violencia, entre otras cosas porque también se trata de un país donde existen 200 millones de armas en poder de los ciudadanos. Y eso debería tenerlo en cuenta el señor Romero antes de pretender que queramos más a los norteamericanos. Como es lógico, él sabe de sobre que en España también hay muy abundantes reservas de desconfianza, cuando no de franca hostilidad, hacia Estados Unidos. De modo que no le arriendo la ganancia al embajador en ese negocio de encarrilar unos amores imposibles. O sea, que mejor se dedica expresamente a la diplomacia comercial.

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