Tribuna:

Dos candidatos

El pasado fin de semana el Comité Federal del PSOE y el Consejo Político de IU designaron a sus respectivos candidatos a la presidencia del Gobierno: si ganan, claro está, las elecciones generales, de segura convocatoria -por imperativo legal- antes de ocho meses y de eventual celebración -por conveniencias del PP- durante el otoño. Es evidente que las oportunidades son muy distintas en cada caso: mientras que la llegada de Almunia al Palacio de la Moncloa no es descartable, esa expectativa resulta ilusoria para Anguita. El respaldo dado a uno y otro candidato por sus formaciones tampoco ha si...

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El pasado fin de semana el Comité Federal del PSOE y el Consejo Político de IU designaron a sus respectivos candidatos a la presidencia del Gobierno: si ganan, claro está, las elecciones generales, de segura convocatoria -por imperativo legal- antes de ocho meses y de eventual celebración -por conveniencias del PP- durante el otoño. Es evidente que las oportunidades son muy distintas en cada caso: mientras que la llegada de Almunia al Palacio de la Moncloa no es descartable, esa expectativa resulta ilusoria para Anguita. El respaldo dado a uno y otro candidato por sus formaciones tampoco ha sido el mismo.El éxito llama al éxito: tras devolver a los socialistas el optimismo, la autoestima y la confianza en el futuro, los resultados electorales del 13-J han favorecido el cierre de filas en torno al sustituto del dimitido Borrell. Así, Almunia obtuvo el 95% de los sufragios del Comité Federal, sin mas oposición que nueve papeletas en blanco procedentes en su mayoría de la corriente Izquierda Socialista; tras muchas vacilaciones, la tendencia guerrista, al acecho desde 1993 de una catástrofe electoral del PSOE que le permita pasar factura por sus agravios y rencores, decidió finalmente apoyar al secretario general. Aun a riesgo de agotar las municiones de la santabárbara con sus tempranas salvas, los populares han comenzado a disparar todos sus cañones contra el candidato socialista, recordando -venga o no a cuento- la situación del mercado laboral cuando ocupó en 1982 la cartera de Trabajo ("el ministro del paro") y su derrota en las primarias frente a Borrell ("un perdedor nato"). Las críticas estético-políticas a la poca brillantez o a la escasa telegenia de Almunia se pueden volver fácilmente contra el candidato del PP: Aznar es la mejor demostración de que la fuente del carisma de los jefes de los partidos (esa "gracia personal y extraordinaria" de la que habló Max Weber) suele reducirse a su capacidad para ganar elecciones y conservar el poder.

Mayor eficacia descalificatoria podría tener la acusación de que el candidato Almunia es sólo un testaferro de Felipe González, resuelto a regresar por cualquier vía a fin de vengarse como Edmundo Dantès después de escapar del Castillo de If. No les resultará fácil a los socialistas fijar el papel del ex presidente del Gobierno (y ahora diputado y miembro del Comité Federal del PSOE) en la campaña electoral: sobre todo si continúa aferrado a la ensoñación de ser sólo un militante que ejerce meramente su libertad de expresión cuando discrepa públicamente de la dirección del PSOE en asuntos como la extradición de Pinochet, las alianzas contra el GIL, el servicio militar obligatorio, los acuerdos con los nacionalistas o la política antiterrorista. A menos de encontrar un lugar adecuado para su voluntario pase a la reserva activa, ni con González ni sin González -parafraseando la copla popular- tendrían remedio las penas electorales de Almunia: para ganar, los socialistas necesitarían a la vez que participase activamente en la campaña con su gran capacidad de movilización política, pero que lo hiciese también de manera sincronizada.

Tras aprobar el pasado fin de semana con el 72% de los votos el documento elaborado por una decimonónica comisión de notables en busca de consuelo a la catástrofe electoral del 13-J, sólo el 64% de los miembros del Comité Político de IU respaldó la candidatura presidencial de Anguita. Como Gloria Swanson en la película Sunset Boulevard dirigida por Billy Wilder, el coordinador general de la coalición niega la realidad para ocultar su decadencia; sirva de ejemplo la numantina resistencia a asumir sus graves responsabilidades personales por la suicida estrategia de las dos orillas, la sectaria doctrina de clase contra clase que entregó al PP en 1995 importantes cuotas de poder municipal, antes que permitir los pactos locales entre IU y PSOE. En su alucinatorio viaje de ego, Anguita sigue contemplándose admirativamente en el espejo como "un candidato incómodo para el poder" (aunque Aznar le distinga con sus deferencias por agradecimiento a su valiosa contribución para alcanzar la presidencia del Gobierno), heróicamente juramentado a no utilizar jamás en las campañas electorales términos injuriosos sino sólo "dulces palabras" (tales como llamar a Javier Solana criminal de guerra y a Felipe González Señor X de los asesinatos de los GAL) .

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