Tribuna:

LA CRÓNICA No se venden los autógrafos ENRIQUE VILA-MATAS

Biel Mesquida y yo pasamos al comedor de la librería Laie y en ese momento me comentó que se había levantado esa mañana, en su casa mallorquina de la carretera de Valldemossa, sin saber lo que le esperaba. Iba a decirle que siempre suele ser así, que nunca sabemos lo que nos espera cuando se me adelantó y dijo: -No sabemos nunca lo que nos espera. En el aeropuerto, tres horas de retraso para mi vuelo. Decidí volver y esperar en casa. Mientras esperaba, organizó mentalmente el recital de poesía que, junto a Dolors Miquel, iba a dar por la noche en el Museo Marès de Barcelona. Le sobró tiempo ...

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Biel Mesquida y yo pasamos al comedor de la librería Laie y en ese momento me comentó que se había levantado esa mañana, en su casa mallorquina de la carretera de Valldemossa, sin saber lo que le esperaba. Iba a decirle que siempre suele ser así, que nunca sabemos lo que nos espera cuando se me adelantó y dijo: -No sabemos nunca lo que nos espera. En el aeropuerto, tres horas de retraso para mi vuelo. Decidí volver y esperar en casa. Mientras esperaba, organizó mentalmente el recital de poesía que, junto a Dolors Miquel, iba a dar por la noche en el Museo Marès de Barcelona. Le sobró tiempo para tratar de poner orden en el recuerdo del sueño raro con el que había despertado. Nada menos que una imagen -tan obsesiva como puede ser cualquier imagen en sueños- de alguien que se parecía mucho a John Lennon: nariz afilada, boca picuda, gorra de visera y gafas sin montura. Le sugerí que tal vez la imagen estaba relacionada con Sgt. Pepper"s Wants You: Auca, un extenso poema que él escribió en 1969 y que no ha perdido la menor vigencia, y que tal vez había planeado recitar en el Marès esa noche. Me dijo que no, que más bien tenía algo que ver con lo que le había sucedido cuando por fin logró subir al avión. Siempre le cuesta un poco averiguar donde ha de sentarse. Esta vez, cuando hubo resuelto el dilema, vio con cierto asombro que le tocaba María Kodama de compañera de asiento. -Ya entiendo. María Kodama, la Yoko Ono de Borges. Tu sueño era premonitorio. Me miró como si hubiera dicho un disparate, me enseñó el enrevesado autógrafo que Kodama le había estampado sobre una fotografía de ella aparecida en un periódico balear. Donde lógicamente debía leerse: "Para Biel Mesquida...", había una especie de haiku enigmático, indescifrable. Con ser desconcertante esto, más lo fue el comportamiento incívico de nuestros vecinos de comedor que, como si hubieran decidido hacer bueno eso de que nunca sabemos lo que nos espera, intentaron comprarle a Biel el autógrafo. -No está en venta- les dijo visiblemente molesto. Levanté un muro ante los insolentes vecinos hablándole a Biel de su febril y afortunada actividad de los últimos meses. Premi Ciutat de Palma Llorenç Villalonga por Vertígens, divertida novela donde no imita la realidad ni la imagina, sino que la crea, y el tiempo de la escritura pasa con sensual facilidad. Después le felicité -sin poder ocultar cierta envidia, siempre deseé ser cantante, como John Lennon- por el compact-disc que acaba de editarse en Mallorca y en el que él recita parte de lo más esencial de su prolongado trabajo como poeta. ¡Ay!, lo que yo daría por tener un compact como el suyo y así de alguna forma sentirme cantante... En fin, alguno de los poemas del compact, junto a fragmentos de L"adolescent de sal y de Doi, los leyó por la noche, con un amplio sentido del terrorismo y del humor, en el Marès. Le precedió Dolors Miquel, poeta popular y cantarina, de atractiva poesía, a veces tan o más enrevesada que el haiku de Kodama. Había mucho público entusiasta en el Marès y más de un niño de Convergència asustado. Y, como habría dicho Llorenç Villalonga, los misterios de la noche se dejaron enmascarar, sonriendo, por vocablos. Esos misterios son hoy ya recuerdo y pertenecen en la memoria a la afortunada serie de recitales portátiles que llevan el nombre feliz de Viatge a la Polinèsia. Nunca sabemos lo que nos espera. Al término del recital, guiado por la no confesada e innoble idea de comprarle a Biel el autógrafo de Kodama, quedé con él dos horas más tarde en el café Bauma. Me rodeé de un eficaz grupo de cómplices. Desde luego, Biel no sabía lo que le esperaba. O tal vez sí. Porque no apareció, se esfumó en la noche. Habíamos planeado llevarle a una discoteca de nombre feroz, El coño de tu prima. Yo había pensado recitarle de memoria Lluita de classes, que, de entre todos los suyos, creo que es mi poema preferido. También había pensado cantarle algo de Lennon. Pero nada, no apareció, debió intuir algo; le deseo larga vida a su haiku balear.

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