Tribuna:

Diversión

Parece un cuento de Patricia Highsmith, pero no lo es. Un amigo se trasladó a cierta urbanización bien comunicada con la capital para huir del estruendo y la suciedad de Barcelona. Pero hace un año comprobó con horror que la rotonda contigua a su casa había sido tomada para sus reuniones nocturnas por los niños de la burguesía residente. Entre 15 y 20 motocicletas se juntan hasta la aurora bajo su ventana. Los niños combaten el tedio mediante breves carreras y numeritos acrobáticos o reciben a las chicas dándole al manubrio del gas como ensayando la próxima masturbación. De vez en cuando insta...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Parece un cuento de Patricia Highsmith, pero no lo es. Un amigo se trasladó a cierta urbanización bien comunicada con la capital para huir del estruendo y la suciedad de Barcelona. Pero hace un año comprobó con horror que la rotonda contigua a su casa había sido tomada para sus reuniones nocturnas por los niños de la burguesía residente. Entre 15 y 20 motocicletas se juntan hasta la aurora bajo su ventana. Los niños combaten el tedio mediante breves carreras y numeritos acrobáticos o reciben a las chicas dándole al manubrio del gas como ensayando la próxima masturbación. De vez en cuando instalan grandes pantallas y un equipo de música que atruena toda la noche. Los desdichados vecinos han llamado inútilmente a los guardias, a los urbanos, a los padres de las criaturas, al munícipe, sin el menor resultado. En ocasiones reciben la delirante excusa de que "los niños bien han de divertirse". Pero lo cierto es que se aburren y a la mañana siguiente una montaña de botellas rotas, heces, vómitos y comida pateada así lo indica. Allí queda toda aquella basura como un monumento a la diversión.Hace poco, el inquilino del piso superior se presentó desesperado ante mi amigo para invitarle a una salida de castigo. Estaba desencajado: "Desde que acabó el curso, hace ya dos meses que no duermo. Vamos a por ellos, nos liamos a tortazos y por lo menos que haya un escándalo". Estaba muy excitado y mi amigo trató de disuadirle: "Sólo conseguirás animarles la noche. Nos convertiremos en su pasatiempo favorito y aún será peor". Además, el vecino tenía problemas de corazón. "No podemos hacer nada, y tú menos que nadie". Pero el otro le dejó plantado y salió en tromba a pegarse con los niños. Volvió apaleado y maltrecho. Subió las escaleras muy despacio y a la mañana siguiente lo encontraron muerto. Sin duda habría sufrido el infarto sin necesidad de esa horda de mentecatos. Seguramente éste es un suceso trivial, pero no es trivial que el ocio de los privilegiados genere tortura. La tradicional barbarie española que identifica charanga con alegría y curda con diversión cuenta con la complicidad de muchos ayuntamientos. Lo más sorprendente es que las víctimas son trabajadores, los ricos no tienen estos problemas. Carne de cañón para el GIL.

Sobre la firma

Archivado En