Tribuna:

Horóscopo

Estábamos apaciblemente sentados en la terraza veraniega del paseo de la Castellana, recordando antiguos tiempos, que es lo que con mayor nitidez vuelve a la memoria de la gente mayor. ¿Cuándo tomamos la primera cerveza? Creo que fue en una de las cuatro o cinco cervecerías de la plaza de Santa Ana, bien entrada la adolescencia. Asintió mi amigo, y juntos rememoramos la escena: cañas, dobles, bocks y barros, según la sed; en el velador se apilaban los fieltros que enjugaban el rezumante líquido y contabilizaban las consumiciones. Hubo una mención para el hombre enjuto, renegrido, con una limpí...

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Estábamos apaciblemente sentados en la terraza veraniega del paseo de la Castellana, recordando antiguos tiempos, que es lo que con mayor nitidez vuelve a la memoria de la gente mayor. ¿Cuándo tomamos la primera cerveza? Creo que fue en una de las cuatro o cinco cervecerías de la plaza de Santa Ana, bien entrada la adolescencia. Asintió mi amigo, y juntos rememoramos la escena: cañas, dobles, bocks y barros, según la sed; en el velador se apilaban los fieltros que enjugaban el rezumante líquido y contabilizaban las consumiciones. Hubo una mención para el hombre enjuto, renegrido, con una limpísima chaquetilla blanca, que ofrecía mojama, "bocas de la isla", gambas, patatas fritas a la inglesa, que parecían cocinadas aquella misma mañana. Gambrinus, E1 Oro del Rhin, la cervecería Alemana eran algunos de los negocios que prosperaban junto al teatro Español, los almacenes Simeón y el hotel de los toreros.La cerveza apetece en el verano, bien fría, con sabor amargo. Es difícil entender la atribuida superioridad de los ingleses, que la beben caliente, incluso en tiempo caluroso, aunque el año pasado, invitado por el gran periodista John Organ, que sobrevive con pena a la nostalgia de Madrid, me eché al coleto varias pintas de esta bebida, razonablemente fresca, en un pub campesino del condado de Kent. Agotada la nostalgia -que entre gente de confianza permite numerosos remakes-, el amigo soltó, a bocajarro: "Oye, ¿tú crees en los horóscopos?". Las amistades se conservan o pierden según el grado de tolerancia con los bruscos cambios del humor ajeno. Le contesté con un ¡psst!, que encubría mi escaso conocimiento. Cuando un compañero de remotos tiempos se decide a verter confidencias en nuestro oído no hay fuerza humana que lo detenga. Tras un corto silencio, como si recapitulase los elementos de la historia, expuso el memorial de agravios, porque ningún viejo camarada se toma unas cervezas con nosotros en pleno julio para comunicar noticias alegres. "Veo que también eres un escéptico", comenzó, "como yo lo fui hasta conocer a Teresa, ya sabes de quién hablo. Un encuentro casual, tal día como hoy, hace casi quince años. Yo estaba ya separado de mi segunda esposa. Ella iba acompañada por un hombre a quien trataba superficialmente. Sin la menor premeditación por mi parte -quizás para entretener las largas jornadas de verano y vacaciones- invité a ambos a almorzar un par de días más tarde. Estuve a punto de olvidar la cita, a la que llegué con algún retraso. Acudió ella sola, ni rastro del intermediario. Puedes imaginar que ésa es la ocasión en que los varones ibéricos, en lugar de ejercer una prudente y defensiva autocrítica, desplegamos lo imaginado como irresistibles encantos. A ésta siguieron otras entrevistas y sucedió lo previsible en mi natural afectuoso y desvalido". "Parecía no tener cosa mejor en que ocuparse que almorzar y cenar conmigo, en los buenos restaurantes de siempre. Era insaciable su curiosidad por conocer datos de mi biografía", continuó, "y me percaté de que apenas sabía de ella más que el nombre de pila. Intenté remediar la falta de información por el sistema que utilizamos los tímidos: el teléfono. Para darle aire intrascendente al asunto comencé por su tierra natal. ¡Vaya!, me dije al escucharla, homónima y paisana de mi reciente esposa. Sin caer en la indiscreción de preguntar su edad, recurrí al horóscopo. "Escorpio", informó. Como la otra, pensé. Cuando confirmó el día y el mes, coincidentes con la experiencia matrimonial anterior -catastrófica, como sabes-, un sudor frío me recorrió la espina dorsal. Te juro que lo primero que pensé, al colgar, fue pedir un taxi para el aeropuerto y tomar un avión con destino al lugar más alejado de Madrid, de España y Europa". No lo hiciste -dije, más en tono de afirmación que como pregunta-. "No. Desoí la advertencia de esa voz providencial que rara vez escuchamos en nuestra existencia. Aquella mujer era un duplicado, una réplica clónica de la otra. La relación -intensa y satisfactoria al principio- tuvo como resultado que me despojara de lo poco que desdeñó la anterior. Pude salvarme, el horóscopo avisó y no le hice caso". Pedimos otras cervezas y, para mis adentros, pensé: "Siempre fuiste un pobre imbécil, amigo mío. Ahora eres un imbécil pobre".

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