Tribuna:

Raimon XAVIER BRU DE SALA

¡Qué cucos son estos sociatas! Rindiendo homenaje a Raimon en la inauguración del Grec se apuntan un sutilísimo tanto en el haber del cambio. Tan sutil que, conociendo la elegancia moral del personaje, era de prever que no diera la más mínima señal de apoyo. Así fue. Cuando uno es un símbolo, son los demás quienes deben interpretar sus gestos. El que fuera profeta civil de los catalanes estaba allí, 26 años después -y ya son años, y ya significa-, más depurado y sólido que nunca y, él sí, inamovible. Su estrategia de aguantar el ostracismo sin mover una pestaña requiere la misma entereza que ...

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¡Qué cucos son estos sociatas! Rindiendo homenaje a Raimon en la inauguración del Grec se apuntan un sutilísimo tanto en el haber del cambio. Tan sutil que, conociendo la elegancia moral del personaje, era de prever que no diera la más mínima señal de apoyo. Así fue. Cuando uno es un símbolo, son los demás quienes deben interpretar sus gestos. El que fuera profeta civil de los catalanes estaba allí, 26 años después -y ya son años, y ya significa-, más depurado y sólido que nunca y, él sí, inamovible. Su estrategia de aguantar el ostracismo sin mover una pestaña requiere la misma entereza que exhibió ante un público que, además de captar el mensaje de los programadores, entendió al cantante y le agradeció que observe los acontecimientos sin correr detrás de ellos: todo artista tiene derecho a no apearse de las cuatro verdades que son su forma de estar en el mundo y comunicarlo. En vez de navegar como los demás para atrapar un presente fugaz e inalcanzable, Raimon lo ilumina desde su puesto. Toma nota de las calmas y es sacudido por los temporales, pero aguanta en su sitio como uno de aquellos barcos faro que, todavía hoy, sólidamente anclados frente a las costas peligrosas del Atlántico, indican su posición a navegantes y viajeros. Los que sí somos d"eixe món no disponemos de muchos referentes con luz propia que nos permitan calcular el rumbo y la distancia recorridos. ¿Quién no ha dejado atrás a Raimon por la aleta de babor? ¿Quién no cree estar ya, seguro y a salvo, en tierra firme? En estas condiciones, lo más probable es que escuchar a Raimon fuera un ejercicio de nostalgia, y no, o lo es sólo para los pocos que todavía pretenden resucitar en ellos un enardecimiento tan fugaz como falso y estéril. De hecho, más que un ejercicio o un deber con él y con uno mismo, oírle en el Grec fue una experiencia seria, honda, por encima y por debajo de la espuma de los días. El intelectual-cantante se hace admirar por la paciencia y la templanza, por una voz impertérrita que, sin perder ni un decibelio de energía, ha ganado infinidad de matices: ¿cómo puede sentarle tan bien el mal tiempo? Algunos artistas todavía no se han desprendido de su antigua aura de misterio, que en su caso proviene de las classes subalternes, de la fidelidad al carrer blanc de Xàtiva. ¿Que no cambia el disco? Salvando las distancias, tampoco cambian los textos de la Biblia, pero no por ello dejan de ser permeables a la diversidad de las circunstancias. Oír a Raimon es convertirse en hermeneuta de sus canciones y de uno mismo. Entre otras absurdidades, los vaivenes de nuestro tiempo transportan a la ciudadanía la imagen de una Cataluña con una lengua y una cultura acabadas de inventar por las autoridades. Los que un cuarto de siglo atrás, cuando éramos jóvenes poetas, supimos de la existencia del decasílabo catalán ausiasmarquiano gracias a los poemas que él musicó, estaremos siempre en deuda con Raimon. Los demás tendrán que agradecerle el recordatorio -March, Roís de Corella, Timoneda, Jordi de Sant Jordi, Anselm Turmeda, siguen hablando gracias a él, a través de sus canciones-, la seguridad de que, a pesar de las apariencias, el catalán es algo bastante serio. Gracias a él, tampoco Espriu ha muerto del todo. En ocasión de las primeras elecciones democráticas, Raimon se fue de gira al Japón, y no por casualidad. Había cantado para que llegara aquel momento, no para que los partidos se disputaran los réditos de su figura. Aprovechando su ausencia, no pocos conspicuos miembros del movimiento llamado Cançó tramaron una conspiración para apearle de su puesto, según me contó el desaparecido Ovidi Montllor, que fue también silenciado y aparcado por poner el grito en el cielo durante las reuniones a tal fin celebradas y negarse a participar en la maniobra. Si Raimon consiguió aguantar, fue gracias a una muy sabia administración de su presencia y al propósito, hasta la fecha cumplido, de no reñir a nadie. Y menos al público. Allá cada cual. Los faros no son responsables de la derrota de los navegantes. Cuando Raimon sale al escenario, qué lejos quedan los motivos que le llevaron allí. Si como artista posee una singularidad a prueba de bomba, como administrador de su propia presencia es inigualable. Después de sus recitales del Grec, es imposible dudar de que, como él mismo se encargó de explicar, no sin autoironía, en una de sus escasísimas acotaciones, dentro de otros 26 años -tendrá entonces ochenta y pico- volverá al Grec. Si entonces estrenó una canción y ahora dos, en el futuro estrenará cuatro, según profetizó. A eso podemos llamarle vivir con la cara al vent, sople de donde sople.

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