Tribuna:

Vesania política

SEGUNDO BRU Un antiguo apólogo árabe cuenta cómo sobre un pueblo llovió en cierta ocasión un agua que hacia perder la razón a quienes la bebían. Al surtirse exclusivamente sus habitantes del agua pluvial que recogían en algibes pronto enloqueció toda la población, cambiando su vida normal por un continuo alboroto desenfrenado. Un viejo asceta, que vivía retirado en una cueva de las montañas, bebía la límpida agua de un manantial, conservando así el raciocinio. Extrañado al no sentir en la lejanía la llamada del muecín a la oración, se decidió a bajar al pueblo y, al observar lo que allí ocurr...

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SEGUNDO BRU Un antiguo apólogo árabe cuenta cómo sobre un pueblo llovió en cierta ocasión un agua que hacia perder la razón a quienes la bebían. Al surtirse exclusivamente sus habitantes del agua pluvial que recogían en algibes pronto enloqueció toda la población, cambiando su vida normal por un continuo alboroto desenfrenado. Un viejo asceta, que vivía retirado en una cueva de las montañas, bebía la límpida agua de un manantial, conservando así el raciocinio. Extrañado al no sentir en la lejanía la llamada del muecín a la oración, se decidió a bajar al pueblo y, al observar lo que allí ocurría, comenzó a reprochar sus excesos a aquella turbamulta de orates que, lejos de atender su prédica y sorprendidos por su extraña conducta, comenzaron a lapidarlo dando con él en tierra donde, viendo su vida en peligro y habiendo caído cerca de un pequeño charco que aún contenía algo de agua, se apresuró a hundir su cara en ella apurando hasta la última gota y, enloqueciendo de repente, comenzó a bailar como un poseso. Al punto fue reconocido por los vecinos como su venerado santón y, con gran alegría, fue paseado en procesión por las calles. Y pienso yo que, si en estos momentos a algún miembro de la gestora del PSPV se le ocurriese reprochar a sus compañeros y compañeras el lamentable espectáculo que su desenfreno político, sus purgas dirigidas a intimidar, reprimir, disuadir y, en última instancia, garantizar la sumisión o el prestarse al papel de verdugos para que luego Ciscar, a presuntas instancias de Asunción, se digne ejercer el derecho de gracia, antigua prerrogativa de la Corona y de Jesús del Gran Poder, volviendo así a poner patas arriba toda la organización, sería igualmente acallado y agredido por padecer un ataque de vesania política hasta que no volviese a la sensata razón del socialismo y del ejercicio de la política fraccional desde un órgano que, como su nombre indica, debería limitarse a gestionar transitoria y brevemente la crisis surgida por la dimisión de Romero con la diligencia e imparcialidad de un buen padre de familia hasta que los mecanismos normales dotasen a su partido de una nueva dirección con la legalidad estatuaria y la legitimidad política de que, por lo que a esta última se refiere, carece absolutamente la actual gestora. El problema reside en que lo que es bueno para el PSPV puede no serlo para los intereses personales de alguno de sus conspicuos dirigentes. Así, una solución que podría satisfacer a una cierta mayoría como sería el compromiso pragmático y sinalagmático entre Asunción como secretario general y Lerma como presidente jamás recibiría la venia de Ciscar, cada vez más atrapado en su propia trampa: si hay congreso extraordinario antes de las elecciones generales sólo le son favorables las soluciones que pasen por un secretario/a general títere que no cuestione su preeminencia o por un tándem de él mismo con Asunción. Cualquier otra hipótesis le plantea el problema de que el nuevo secretario/a general electo será el máximo referente político del PSPV y, si no está en las Cortes Valencianas, lo lógico e inevitable será que encabece, si es de la provincia de Valencia, la lista en las generales. Pensemos a quién perjudicaría esto y hallaremos el sentido de aquella tremenda frase: la gestora puede durar dos meses, dos años o lo que sea menester. Le faltó añadir que un congreso extraordinario ni puta falta que hace. Aunque le obligarán a hacerlo.

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