Tribuna:

Reflexión

La campaña electoral tocó su fin y hoy, según recoge la ley electoral, nos corresponde reflexionar para tomar una decisión. De cumplirse a rajatabla tal precepto veremos a la gente paseando por las calles, ensimismada mientras le da vueltas al sentido de su voto. Nos cruzaríamos con el amigo o la vecina que ni siquiera advertirán nuestra presencia inmersos como estarán en su meditación trascendental. Pero nada de eso es fácil que suceda y lo más probable es que la vecina nos devuelva cortésmente el saludo y que los viandantes se comporten con la entera normalidad de un día cualquiera. Puede o...

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La campaña electoral tocó su fin y hoy, según recoge la ley electoral, nos corresponde reflexionar para tomar una decisión. De cumplirse a rajatabla tal precepto veremos a la gente paseando por las calles, ensimismada mientras le da vueltas al sentido de su voto. Nos cruzaríamos con el amigo o la vecina que ni siquiera advertirán nuestra presencia inmersos como estarán en su meditación trascendental. Pero nada de eso es fácil que suceda y lo más probable es que la vecina nos devuelva cortésmente el saludo y que los viandantes se comporten con la entera normalidad de un día cualquiera. Puede ocurrir, sí, que captemos algún que otro comentario expresando el alivio que supone que los candidatos callen de una vez por todas. Y de poner la oreja en la calle, oiremos igualmente el ya tradicional latiguillo de los descreídos proclamando a los cuatro vientos su escepticismo ante las promesas electorales y que da lo mismo al político que votes porque todos son iguales. Una creencia demasiado extendida forjada no sólo en la decepción y la incredulidad por experiencias pasadas, sino también en la más absoluta ignorancia. Ni todos los candidatos son iguales ni da igual votar a uno que a otro. No lo es en unas elecciones generales y lo es mucho menos en unas municipales y autonómicas, dos administraciones próximas cuyas decisiones son las que afectan más directamente a los ciudadanos. Por planos que puedan resultar los discursos de los aspirantes nada tienen que ver los conceptos de ciudad y de región que defienden ni tampoco cómo conciben su relación con los administrados. Inés Sabanés, la alcaldesa que propone Izquierda Unida para el Ayuntamiento de Madrid, es una mujer que entiende la política municipal desde la proximidad a los ciudadanos. Aterrizó en la cosa de Madrid algo temblorosa y despistada, pero le ha cogido enseguida el punto y es todo un descubrimiento para la política municipal. Para su desgracia no hubo tiempo de que la gente la conozca y con Anguita como referente llevando la coalición a la deriva tendrá mañana el viento de cara. Tampoco lo tiene fácil Ángel Pérez, su compañero de filas en el Parlamento regional. Pérez practica el difícil arte de la ironía incluso consigo mismo. Gracias a ella ha logrado sostener el tipo ante la galería cuando las trifulcas intestinas de su formación le mantenían alejado de los asuntos que de verdad le importan a la gente. Fernando Morán en cambio es más conocido aunque se le ha hecho larga esta campaña electoral. El indómito don Fernando no estaba acostumbrado a que le manden y Cristina Narbona le ha dirigido la campaña como un cabo de vara. Un esfuerzo encomiable por ambas partes que nos permite imaginar que la voluntad todo lo puede. No hubo, sin embargo, el mismo empeño por entenderse con la candidatura hermana al parlamento regional que encabeza Cristina Almeida. Quienes manejaban las agendas barrían para casa y si la campaña dura tres días más terminan tirándose los trastos a la cabeza. Almeida lo hubiera sentido porque en este trance elctoral ha hecho de tripas corazón. Quienes más se afanaron en disimular sus rencillas intestinas fueron los candidatos del Partido Popular a la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid. Alberto Ruiz-Gallardón y José María Álvarez del Manzano acudieron juntos a varios actos electorales sin que en ningún momento trascendiran las puntaditas que se tiran por separado. La verdad es que lo único que Gallardón y Manzano tienen en común es el partido en el que militan. El primero vende la eficacia fría, mientras el segundo es capaz de abrazar a una farola. También sus proyectos personales están lejos de parecerse. Don José María quiere seguir siendo alcalde porque le encanta el cargo mientras que para Gallardón la presidencia regional es un tránsito a la Moncloa. Su objetivo por ello no es sólo repetir mayoría absoluta, sino arrasar. Don Alberto necesita ser el candidato del PP más votado en estos comicios para demostrar al partido su tirón electoral presentando obras, ya que no hay amores. Quiere además remarcar la diferencia de votos con Manzano al que en Génova siempre apoyaron en detrimento suyo y dar así la nota triunfal. Aquí todos los votos cuentan. Reflexionen.

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